September 2018 1 10 Report
Me pueden corregir las comas?
Desde antiguo el hombre buscó en las formas poéticas una manera -tal vez la más hermosa- de contar hechos y cantar sentimientos. En las poesías épicas se leen las grandes hazañas de uno o varios iluminados que, por su patria, sus creencias o sus afectos, se enfrentaron a toda suerte de vicisitudes. En el soneto está el secreto cálido y lacerante de un tormento de amor o la magia lírica de un instante que se perpetúa en la rima. Los nocturnos y poemas son espejos velados por lágrimas de nostalgia o de despecho. Pero es la copla popular la que ha sido siempre, el medio idóneo con que ha contado para expresarse y relatar bajo el exigente imperio de la métrica, los acontecimientos y situaciones que vive y se viven a su alrededor.
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¿Me corrigen este texto poético. Comas, puntos y comas y algún otro error que encuentren?. Gracias. En el filo de las islas se ha degollado la tarde. Las sombras van devorando los detalles, pero sobre la línea de los lejanos alisos y sauces que retienen aún las claridades, resisten retacitos de luz. Los niños miran, cantan, juegan y tejen anhelos y quimeras; los viejos observan el cielo y las nubes, averiguan en ellas el tiempo que hará mañana. Poco a poco, la costa se va poblando de estremecimientos. Se insinúa la sinfonía del ocaso con un adagio a cargo de las guitarras invisibles del pajonal; luego la melodía se afirma en la flauta chillona de los grillos que dialogan con el rumor de los montes. Los ceibos se desangran por unir su canto al concierto ribereño. Hay angustia en la ribera. El río, viejo cantor, el que andaba y andaba… ha detenido un poco sus pasos. Se va la tarde con el silencio triste de los espineleros, con el rumor de una canción de cuna montielera, con el canto tristón de los crespines. Los sonidos del ocaso recorren todos los matices, desde el crescendo de los sauzales hasta el canto monótono y fresco del río al pasar. Toda la tierra respira un largo y poderoso aliento de tristeza. Las manos de los pescadores están cansadas y olorosas; vuelven con los remos y las redes en el hombro y con la tristeza en el alma. En el cielo han visto un reventón de estrellas, parece que colgaran en ese azulado todas las espuelas de aquellos gauchos que conoció en la estancia de su tío Manuel allá en “El Yeso” y que llenaron de luz su vida. El crepúsculo que se acerca a pasos agigantados engendrará pesares y calmará fatigas. Un último “caserito” pasa en tajante vuelo, como un cacharro con alas. Lo demás, ya es pura sombra, buena y azul. Ya no se escucha ni un rumor. Todos los sonidos de la noche han ido desapareciendo. Duermen los grillos, calla el pajonal, se silencia el río. El viento mismo es algo ausente. El aire, inmóvil. Sobre los montes costeros vagan, como mortajas, extraños tonos morados, lilas. Ya lo saben el hombre y el paisaje… ha partido el trovador… se ha callado su guitarra estrellera…
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¿Me corrigen este texto poético). Comas, puntos y comas y algún otro error que encuentren?. Gracias. En el filo de las islas se ha degollado la tarde. Las sombras van devorando los detalles, pero sobre la línea de los lejanos alisos y sauces que retienen aún las claridades, resisten retacitos de luz. Los niños miran, cantan, juegan y tejen anhelos y quimeras; los viejos observan el cielo y las nubes, averiguan en ellas el tiempo que hará mañana. Poco a poco, la costa se va poblando de estremecimientos. Se insinúa la sinfonía del ocaso con un adagio a cargo de las guitarras invisibles del pajonal; luego la melodía se afirma en la flauta chillona de los grillos que dialogan con el rumor de los montes. Los ceibos se desangran por unir su canto al concierto ribereño. Hay angustia en la ribera. El río, viejo cantor, el que andaba y andaba… ha detenido un poco sus pasos. Se va la tarde con el silencio triste de los espineleros, con el rumor de una canción de cuna montielera, con el canto tristón de los crespines. Los sonidos del ocaso recorren todos los matices, desde el crescendo de los sauzales hasta el canto monótono y fresco del río al pasar. Toda la tierra respira un largo y poderoso aliento de tristeza. Las manos de los pescadores están cansadas y olorosas; vuelven con los remos y las redes en el hombro y con la tristeza en el alma. En el cielo han visto un reventón de estrellas, parece que colgaran en ese azulado todas las espuelas de aquellos gauchos que conoció en la estancia de su tío Manuel allá en “El Yeso” y que llenaron de luz su vida. El crepúsculo que se acerca a pasos agigantados engendrará pesares y calmará fatigas. Un último “caserito” pasa en tajante vuelo, como un cacharro con alas. Lo demás, ya es pura sombra, buena y azul. Ya no se escucha ni un rumor. Todos los sonidos de la noche han ido desapareciendo. Duermen los grillos, calla el pajonal, se silencia el río. El viento mismo es algo ausente. El aire, inmóvil. Sobre los montes costeros vagan, como mortajas, extraños tonos morados, lilas. Ya lo saben el hombre y el paisaje… ha partido el trovador… se ha callado su guitarra estrellera…
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