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si me ayudan les doy una corona y corazón y 5 estrellas


ANEXO 1 LECTURA EN COMPAÑÍA DE TUS PADRES DE LA FASE AFECTIVA DE
LOS ORDENES SOCIALES.
Tomado del Orden social y orden sociológico: FERMÍN BOUZA
La idea de orden se convirtió en ideología justificadora del fortalecimiento del propio
Estado y de su burocracia. Estado racional cuya legitimación es circular: es bueno
porque es así y es así porque es bueno: la razón de Estado es razón porque es de
Estado, desapareciendo con frecuencia ese carácter instrumental del Estado y
apareciendo en su lugar una superfetación de ese Estado, una realidad en si misma
que exige a su vez una vigilancia permanente de la ciudadanía: la posible
cosificación de la libertad en la máquina estatal reguladora hace que a veces la
acción del Estado interrumpa o posibilite la propia vida social, más allá de una pura
función arbitral que la propia inercia desborda. Aquel industrioso espíritu
ordenancista se ha objetivado como espíritu bien carnal en cualquier Estado
moderno. Los afanes de Saint-Simon (Moya, C., 1971, pág. 29) se han cumplido:
«La filosofía del último siglo ha sido revolucionaria; la del siglo XIX debe ser
reorganizadora.» O como C. Moya dice (o.c., págs. 29-30): «De la crítica racionalista
se pasará al racionalismo como legitimación.» El mundo medieval encontraba en
Dios y en la Iglesia la garantía de estabilidad. La improvisación burocrática del
«Estado» feudal, su inseguridad, sus carencias de toda índole, eran expresión de la
insuficiencia humana y espejo, a contrario, de la divina gloria. El verdadero Estado
medieval era el Dios internalizado del siervo. El Estado era «estado de ánimo»,
conciencia, interioridad. Nunca el Estado y el Alma fueron tan unidos. El cristianismo
se convierte en una auténtica cultura de masa y marca los límites de la acción y la
creencia. Sus afanes universalistas (la universitas) no contradicen sus
particularismos (la conciencia). Y en ese cruce de lo universal y lo particular se
constituye la totalidad Estado/Individuo/Alma que unifica las conciencias en una
sociedad de iguales ante Dios, pero diferentes en la jerarquía, que aparece más fija
y más estable cuanto más «ideal» sea el modelo concreto que tomemos. Es la
quiebra de esta unión entre Estado y alma la que vacía a ésta y abre el camino a la
razón más o menos laica, al estado como materia; al materialismo político, al
Príncipe. El Entmuberung de Weber, el desencantamiento, puede ser este largo
proceso de fractura entre lo divino y lo humano, proceso colectivo e individual en el
que la estructura social antañona va perdiendo por sus fisuras siervos libres que
forman la avanzadilla de la primera burguesía agremiada, indicio definitivo de una
lenta transformación social que generará sus propias formas de pensamiento, sus
agrupaciones urbanas (la ciudad emergente, de la que hablaremos más adelante)
y todo lo que arrastra un cambio de esta índole. Orden será, desde ahora, la
restauración de la unidad Dios-Estado-Alma a través de la identificación de la
voluntad divina con el instinct of workmanship de Veblen (1971) o, como se ha
traducido, el
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que s Ciencia Política, Sociología, Derecho..., formas secularizadas del relato religioso. Con Freud de la mano, podríamos decir que la verdadera modernidad, la que anunciaba el anarquismo doctrinario de Bakunin o Proudhon, la desaparición del Estado, no ha llegado. Una Edad Media industrial y burocrática ha venido en su lugar. No conviene exagerar, sin embargo, porque las categorías analíticas de la Historia están ahí, formas al fin de la autoconciencia más avisada, que es la propia Ciencia. Pero la tentación de redefinir la historia en función de las formas de poder, y no de la estructura productiva, es netamente sociológica. Weber decía (1979, pág. 9), intentando definir una de las tareas del sociólogo, que «Con frecuencia "motivos" pretextados y "represiones" (es decir, motivos no aceptados) encubren, aun para el mismo actor, la conexión real de la trama de su acción, de manera que el propio testimonio subjetivo, aun sincero, sólo tiene un valor relativo. En este caso la tarea que incumbe a la sociología es averiguar e interpretar esa conexión, "aunque" no haya sido elevada a "conciencia "...» (sub. míos). Este texto weberiano, sorprendente en cierto modo, atribuye a la sociología una función casi psicológica y alinea a Weber con la tradición inmediata de desconfianza de las apariencias, que abre una vía de recurso a hipótesis no tácticas: una sociología de los motivos. Y viene al caso recordar este desconfiado párrafo weberiano para completar la asociación sociología/emergencia urbana, burguesa e industrial, con la asociación entre la sociología y la desestructuración medieval, la otra cara del discurso sociológico, quizá su cara oculta. En cierto modo los pioneros de la ciencia social fueron también los últimos teóricos del medievo. El caso de Comte es paradigmático, al tiempo que Marx se desvía de este enunciado, al menos de forma tan rotunda. Lo cierto es que la lectura que se hizo de Marx es medievalizante, por más que Marx haya querido darnos una descripción más «moderna» de la dinámica social. El carácter eclesiástico del movimiento subraya esas lecturas regresivas. La idea del Estado contemporáneo, presente como amenaza (anarquistas, marxistas) o como necesidad (Hobbes y la tradición ordenancista), ha generado un debate interminable sobre el Estado en general en el que prima la idea implícita de la necesidad de restaurar algún orden perdido.
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«instinto de trabajo eficaz». El bloque histórico que protagonizará el cambio final será el bloque industrial, obreros y patrono, los industriosos de Saint-Simon: la conciencia religiosa se hace trabajo para que industria y religión caminen juntas, si las tesis de Weber son fundadas (Weber, M., 1969). El «espíritu positivo» de Comte completará el panorama simbólico, introduciendo en la comunidad científica una suerte de coacción metodológica que hará de la fundamentación empírica y reglada el norte de toda investigación aceptable. Porque el mérito central de Comte no son sus pintorescas teorías sociales, ni su interesante modelo evolutivo de los tres estadios, ni siquiera el importante acontecimiento fundante de la sociología, sino la popularización de su modelo difuso de positivismo, que se hace palabra común y llega a la comunidad científica como parte de una mentalidad de época: se hace sentido común, y como tal es asumido por esa comunidad. La filosofía, primera víctima de ese lento camino empírico que se hace común, con el bautismo «positivo» de Comte, se rehará como trabajo aceptable elaborando sistemas metodológicos abstractos que fortalecerán el camino irreversible emprendido por la ciencia. Pero en el mismo bloque del cambio de que hablábamos se contiene la contradicción, que dará lugar, según Marx, al orden más racional y justo: la sociedad sin clases. La aspiración marxiana es ambiciosa y profunda, pero confrontada con la «racionalidad» de lo que es, o fue, el Estado soviético, nos lleva a la curiosa paradoja de que, incapaces los pioneros bolcheviques de consolidar un sistema de plena democracia revolucionaria según el modelo asambleario de la etapa insurgente, el Estado soviético se ha convertido, durante su etapa ortodoxa (?), en caricatura final de la revolución burguesa: producción, disciplina y secularidad. En el día de hoy (24-7-1991) la prensa titula Gorbachov renuncia al marxismo. El Bad Godesberg del PCUS (El País, pág. 1), y parece como si la reflexión anterior fuese ya de otro tiempo, con el vértigo que la temporalidad está imponiendo a la dinámica del mundo en los últimos meses. Cuando reviso este texto, un mes más tarde, el PCUS está siendo investigado por su posible vinculación a un golpe de Estado y la URSS emprende un camino difícil e imprevisible. Hay una última resonancia religiosa en el tema del orden, y no podía ser de otra manera: el orden medieval no fue otra cosa que la intervención ideológica del cristianismo en la vida social y aun, y sobre todo, en las conciencias. Que la ciencia social nazca como nostalgia del orden no expresa otra cosa que su condición histórica. La dificultad de aceptar una cierta entropía en la vida social, un cierto grado de incertidumbre y una imprevisibilidad relativa, cuando no absoluta, marca de forma intensa la teoría sociológica, sobre todo aquella teoría más cercana a la práctica política. El sueño del orden está fundado sobre una utopía armonicista, y funda a su vez buena parte de la teoría política contemporánea, cuando no la misma práctica política. El Estado (metáfora a veces del Dios medieval que hizo del fiat su palabra de omnipotencia) encarna ahora toda una teología laica
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