July 2023 1 7 Report
Yo aprendí el abecedario en casa, con mamá, en una cartilla
a cuadrados rojos y verdes, pero quien realmente me enseñó a
leer y escribir fue la señorita Fabiola, la primera maestra que
tuve cuando entré al colegio.
Es por ello que la tengo tan presente y que me animo a contar
algo de su vida, su triste, oscura y abnegada vida, tan parecida
a tantas otras vidas de las que nada sabemos.

Aparte de ser nuestra maestra en el colegio, era amiga de la
casa, pues vivíamos en Miraflores, en calles contiguas. Como
la escuela que frecuentábamos se encontraba en Lima, mis padres le pidieron
que nos acompañara en el viaje, que entonces era complicado, ya que había
que tomar ómnibus y luego tranvía. Todas las mañanas venía a buscarnos y
partíamos cogidos de su mano. Gracias a este servicio que nos prestaba, mis
padres le tenían mucho aprecio y una o dos veces al mes la invitaban a tomar
el té.

Pasado un tiempo, la señorita Fabiola se mudó a Lima con su mamá y su
hermana mayor, a un departamento que estaba muy cerca del colegio. Por
nuestra parte, fuimos matriculados en un colegio de Miraflores. Así, Fabiola
dejó de ser nuestra maestra y nuestra vecina, pero nuestro contacto con ella
se mantuvo.

́ ́Año del Bicentenario del Perú: 200 años de independencia ́ ́

I.EP. “SOR INÉS”

PROFESORA: YANET DEL PILAR APONTE VEGA
Una noche la invitamos a cenar. Como el ómnibus se detenía a varias cuadras
de la casa me encargaron que fuera a buscarla al paradero. Yo fui con mi
bicicleta con la intención de acompañarla lentamente. Pero cuando la
señorita Fabiola descendió del ómnibus la vi tan chiquita que le propuse
llevarla sentada en el travesaño de mi vehículo. Ella aceptó, pues las calles
eran sombrías y no había testigos. Ella se acomodó en
el fierro y emprendí el viaje rumbo a casa.

Antes de llegar había que dar una curva cerrada. Tal
vez el piso estaba húmedo o calculé mal la velocidad,
pero lo cierto es que la bicicleta patinó y los dos nos
fuimos de cabeza a una acequia de agua fangosa.
Cuando llegamos a casa, mis padres se pusieron furiosos y me enviaron esa
noche a comer a la cocina.

Volví a ver a Fabiola solo una vez, muchísimos años más tarde. De su cartera
extrajo uno de mis libros y me lo mostró, diciendo que lo había leído de
principio a fin -estaba en realidad subrayado en muchas partes- añadiendo
que estaba feliz de que uno de sus viejos alumnos fuera escritor. Me pidió,
como es natural, que le pusiera una dedicatoria. Traté de inventar algo
simpático y original, pero sólo se me ocurrió: "A Fabiola, mi maestra, quien
me enseñó a escribir". Y tuve la impresión de que nunca había dicho nada
más cierto.

(Busca en el texto una expresión que demuestre lo que has marcado en
cada caso.)

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