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Son animales de aspecto extraordinario: mezcla de topo, con pico de ave y pies
palmeados como de pato; de color pardo rojizo, con una cola de mediana longitud. Los
machos adultos poseen un espolón en las patas traseras que conecta con una glándula
venenosa. Mide aproximadamente 45 cm de longitud con una cola de entre 10 y 15 cm,
y llega a pesar no más de 4 kg. Cuando son jóvenes poseen dientes, pero los pierden al
hacerse adultos, pues se reemplazan por
placas córneas. Es originario de Tasmania
y endémico del Sureste de Australia. Vive
en corrientes de agua dulce debido a que
sus pies son palmeados. La cabeza se une
directamente con el cuerpo, tiene un hocico
flexible en forma de paleta, parecido al pico
de un pato; sus ojos son pequeños, no tiene
oídos externos, y el cuerpo y la cola están
cubiertos por un pelaje espeso y suave. El
ornitorrinco es la única especie en su familia.
Se mantiene la mayor parte del tiempo
nadando en los ríos y lagos de agua dulce.
De lo contrario se esconde en túneles que escarba. En estos túneles construye su nido, muy
semejante al de algunos pájaros, donde deposita sus huevos.
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Y el silencio reinaba en la Casa del Juicio, y el hombre compareció desnudo ante Dios. Y Dios abrió el Libro de la Vida del Hombre. Y Dios dijo al hombre: —Tu vida ha sido mala y te has mostrado cruel con los que necesitaban socorro, y con los que carecían de apoyo has sido cruel y duro de corazón. El pobre te llamó y tu no lo oíste y cerraste tus oídos al grito del hombre afligido. Te apoderaste, para tu beneficio personal, de la herencia del huérfano y lanzaste las zorras a la viña del campo de ti vecino. Cogiste el plan de los niños y se lo diste a comer a los perros, y a mis leprosos, que vivían en los pantanos y que me alababan, los perseguiste por los caminos, y sobre mi tierra, esta tierra con la que te formé vertiste sangre inocente. Y el hombre respondió y dijo: —Si, eso hice. Y Dios abrió de nuevo el Libro de la Vida del Hombre. Y Dios dijo al hombre —Tu vida ha sido mala y has ocultado la belleza que mostré, y el bien que yo he escondido lo olvidaste. Las paredes de tus habitaciones estaban pintadas con imágenes, y te levantabas de tu lecho de abominación al son de las flautas. Erigiste siete altares a los pecados que yo padecí, y comiste lo que no se debe comer, y la púrpura de tus vestidos estaba bordada con los tres signos infamante. Tus ídolos no eran de oro no de plata perdurables, sino de carne perecedera. Bañaban sus cabelleras en perfumes y ponías granadas en sus manos. Ungías sus pies con azafrán y desplegabas tapices ante ellos. Pintabas con antimonio sus párpados y untabas con mira sus cuerpos. Te prosternaste hasta la tierra ante ellos, y los tronos de tus ídolos se han elevado hasta el sol. Has mostrado al sol tu vergüenza, y a la luna tu demencia. Y el hombre contestó y dijo: —Si, eso hice también. Y por tercera vez abrió Dios el Libro de la Vida del Hombre. Y Dios dijo al hombre. —Tu vida ha sido mala y has pagado el bien con el mal, y con la impostura la bondad. Has herido las manos que te alimentaron y has despreciado los senos que te amamantaron. El que vino a ti con agua se marchó sediento, y a los hombres fuera de la ley que te escondieron de noche en sus tiendas los traicionaste antes del alba. Tendiste una emboscada a tu enemigo que te había perdonado, y al amigo que caminaba en tu compañía lo vendiste por dinero, y a los que te trajeron amor les diste en pago lujuria. Y el hombre respondió: —Si, eso hice también. Y Dios cerró el Libro de la Vida del Hombre y dijo: —En verdad, debía enviarte al infierno. Sí, al infierno debo enviarte. Y el Hombre gritó: —No puedes. Y Dios dijo al hombre: —¿Por qué no puedo enviarte al infierno?¿Por qué razón? —Porque he vivido siempre en el infierno —respondió el hombre. Y el silencio reinó en la Casa del Juicio. Y al cabo de un momento. Dios habló y dijo al hombre. —Ya que no puedo enviarte al infierno, te enviaré al Cielo. Sí, al cielo te enviaré. Y el hombre clamó. —No puedes. Y Dios dijo al hombre. —¿Por qué no puedo enviarte al Cielo?¿Por qué razón? —Porque jamás y en parte alguna he podido imaginarme el Cielo —replicó el hombre. Y el silencio reinó en la Casa del Juicio.
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