Significados de las distorsiones del autoconcepto y la autoetima
kim1422boo
Autoestima, autoconcepto y autovaloración
La psicología humanista, en relación con la autoestima, propone el siguiente axioma: “Todo ser humano, sin excepción, por el mero hecho de serlo, es digno del respeto incondicional de los demás y de sí mismo; merece estimarse a sí mismo y que se le estime”.
Generalmente se relaciona la autoestima con madurez, estabilidad, felicidad, éxito…Parece obvio que una persona que se acepta y se quiere, tendrá más posibilidades de conseguir alcanzar sus objetivos y desarrollarse como ser humano. Pero construir autoestima no es tarea fácil, hay muchos aspectos a tener en cuenta, por lo que nos parece importante profundizar en esta idea con otros dos conceptos: autoconcepto y autovaloración.
El autoconcepto es el conjunto de ideas y pensamientos que tenemos acerca de nosotros mismos en cualquier ámbito de nuestra vida (personal, familiar, profesional…). Estos pensamientos pueden referirse a conductas, sentimientos, pensamientos u otras características personales.
La autovaloración es el resultado de relacionar nuestro autoconcepto con nuestros valores e ideales. En este caso se contrapone lo que soy con lo que me gustaría ser, emitiendo un juicio o valoración. Nuestro crecimiento y evolución personal están muy relacionados con nuestra capacidad para reaccionar constructivamente ante estas valoraciones. En la autovaloración influye el nivel de exigencia que asumimos y cuáles son nuestros estándares para medir y evaluar nuestras experiencias.
En un proceso de intervención psicológica, para trabajar la autoestima, es útil explorar con mucho detalle estos dos aspectos y sus implicaciones en el estado del cliente.
En ocasiones las personas interiorizan ideas poco precisas o incluso equivocadas acerca de sí mismos. Un caso extremo sería la anorexia, en la cual el autoconcepto está totalmente distorsionado: una persona extremadamente delgada se percibe gorda. Podemos encontrar otros ejemplos del día a día: políticos corruptos que se consideran ejemplares, gente valiente que se juzga cobarde o personas inteligentes que se sienten ignorantes.
En otros casos, un autoconcepto coherente puede ir acompañado de una autovaloración contradictoria o distorsionada. Esto puede ocurrir por varios motivos: el primero es un conflicto entre dos valores. Imaginemos a una persona que valora hacer bien su trabajo y, además, tiene como ideal el uso de estrategias pacíficas para resolver conflictos. Si trabajara en la industria armamentística, por muy coherente y ajustado que fuera su autoconcepto, es posible que surgieran conflictos en su autovaloración. Otro motivo de autovaloración distorsionada puede ser mantener unos niveles de exigencia que son inalcanzables. Por ejemplo, el caso de una mujer que se valora negativamente como madre porque su hija, puntualmente, no se comporta como a ella le gustaría. O un hombre muy complaciente que se siente mal marido porque su mujer no muestra felicidad absoluta en todo momento.
Es importante notar que la autoestima, así como las posibles distorsiones en autoconcepto y autovaloración, son factores importantes para la consecución de la felicidad y el desarrollo personal. La autoestima debería ser la base sobre la que nos asentamos, una estima incondicional que reconozca nuestros logros y nuestros valores, el suelo firme que nos permita observar y explorar oportunidades de crecimiento. Los desajustes entre el autoconcepto y la autovaloración nos dan la oportunidad de saber en qué dirección podemos seguir evolucionando como personas, reorganizando o jerarquizando nuestros valores, ajustando constructivamente nuestras ideas acerca de nosotros mismos o regulando nuestros niveles de exigencia (todo es mejorable, pero nada es perfecto).
Es frecuente simplificar el concepto autoestima con la noción de quererse y sentirse bien con uno mismo (a toda costa). Esta idea, poco meditada, puede dar lugar a situaciones problemáticas: imaginemos el caso de una madre y esposa, trabajadora, con unos altos niveles de exigencia en los tres ámbitos y un autoconcepto distorsionado por frecuentes juicios acerca de su incapacidad para sentirse la madre y la esposa que le gustaría ser, de acuerdo con su elevado ideal. Supongamos que, por el contrario, consigue generalmente sentirse muy buena trabajadora. Si, en este caso, la mujer solo tiene en cuenta el factor autoestima (simplificado), es probable que trate de centrarse exclusivamente en el ámbito que le permite quererse y sentirse bien consigo misma, el laboral. Esta persona, puede acabar descuidando otros ámbitos que sean igual de importantes (o más) en su vida: el personal y familiar.
En realidad, suelen ser los ámbitos que más valoramos personalmente los que nos provocan mayores incomodidades cuando no somos capaces de alcanzar nuestras exigencias.
La psicología humanista, en relación con la autoestima, propone el siguiente axioma: “Todo ser humano, sin excepción, por el mero hecho de serlo, es digno del respeto incondicional de los demás y de sí mismo; merece estimarse a sí mismo y que se le estime”.
Generalmente se relaciona la autoestima con madurez, estabilidad, felicidad, éxito…Parece obvio que una persona que se acepta y se quiere, tendrá más posibilidades de conseguir alcanzar sus objetivos y desarrollarse como ser humano. Pero construir autoestima no es tarea fácil, hay muchos aspectos a tener en cuenta, por lo que nos parece importante profundizar en esta idea con otros dos conceptos: autoconcepto y autovaloración.
El autoconcepto es el conjunto de ideas y pensamientos que tenemos acerca de nosotros mismos en cualquier ámbito de nuestra vida (personal, familiar, profesional…). Estos pensamientos pueden referirse a conductas, sentimientos, pensamientos u otras características personales.
La autovaloración es el resultado de relacionar nuestro autoconcepto con nuestros valores e ideales. En este caso se contrapone lo que soy con lo que me gustaría ser, emitiendo un juicio o valoración. Nuestro crecimiento y evolución personal están muy relacionados con nuestra capacidad para reaccionar constructivamente ante estas valoraciones. En la autovaloración influye el nivel de exigencia que asumimos y cuáles son nuestros estándares para medir y evaluar nuestras experiencias.
En un proceso de intervención psicológica, para trabajar la autoestima, es útil explorar con mucho detalle estos dos aspectos y sus implicaciones en el estado del cliente.
En ocasiones las personas interiorizan ideas poco precisas o incluso equivocadas acerca de sí mismos. Un caso extremo sería la anorexia, en la cual el autoconcepto está totalmente distorsionado: una persona extremadamente delgada se percibe gorda. Podemos encontrar otros ejemplos del día a día: políticos corruptos que se consideran ejemplares, gente valiente que se juzga cobarde o personas inteligentes que se sienten ignorantes.
En otros casos, un autoconcepto coherente puede ir acompañado de una autovaloración contradictoria o distorsionada. Esto puede ocurrir por varios motivos: el primero es un conflicto entre dos valores. Imaginemos a una persona que valora hacer bien su trabajo y, además, tiene como ideal el uso de estrategias pacíficas para resolver conflictos. Si trabajara en la industria armamentística, por muy coherente y ajustado que fuera su autoconcepto, es posible que surgieran conflictos en su autovaloración. Otro motivo de autovaloración distorsionada puede ser mantener unos niveles de exigencia que son inalcanzables. Por ejemplo, el caso de una mujer que se valora negativamente como madre porque su hija, puntualmente, no se comporta como a ella le gustaría. O un hombre muy complaciente que se siente mal marido porque su mujer no muestra felicidad absoluta en todo momento.
Es importante notar que la autoestima, así como las posibles distorsiones en autoconcepto y autovaloración, son factores importantes para la consecución de la felicidad y el desarrollo personal. La autoestima debería ser la base sobre la que nos asentamos, una estima incondicional que reconozca nuestros logros y nuestros valores, el suelo firme que nos permita observar y explorar oportunidades de crecimiento. Los desajustes entre el autoconcepto y la autovaloración nos dan la oportunidad de saber en qué dirección podemos seguir evolucionando como personas, reorganizando o jerarquizando nuestros valores, ajustando constructivamente nuestras ideas acerca de nosotros mismos o regulando nuestros niveles de exigencia (todo es mejorable, pero nada es perfecto).
Es frecuente simplificar el concepto autoestima con la noción de quererse y sentirse bien con uno mismo (a toda costa). Esta idea, poco meditada, puede dar lugar a situaciones problemáticas: imaginemos el caso de una madre y esposa, trabajadora, con unos altos niveles de exigencia en los tres ámbitos y un autoconcepto distorsionado por frecuentes juicios acerca de su incapacidad para sentirse la madre y la esposa que le gustaría ser, de acuerdo con su elevado ideal. Supongamos que, por el contrario, consigue generalmente sentirse muy buena trabajadora. Si, en este caso, la mujer solo tiene en cuenta el factor autoestima (simplificado), es probable que trate de centrarse exclusivamente en el ámbito que le permite quererse y sentirse bien consigo misma, el laboral. Esta persona, puede acabar descuidando otros ámbitos que sean igual de importantes (o más) en su vida: el personal y familiar.
En realidad, suelen ser los ámbitos que más valoramos personalmente los que nos provocan mayores incomodidades cuando no somos capaces de alcanzar nuestras exigencias.