En cierta ocasión, un viajero que iba cargado con un ligero petate y una olla vacía, llegó a un pueblo que no conocía. Llevaba días caminando y estaba sucio, cansado y sobre todo hambriento.
Se dirigió a la plaza y vio que estaba muy animada. Entre el bullicio distinguió a algunas personas sentadas degustando buenos trozos de queso con pan de hogaza y refrescándose a base de beber vino de la última cosecha. Se acercó a ellas y les pidió por favor si podían invitarle a comer algo pues hacía más de dos días que no se llevaba nada a la boca. Por desgracia, nadie quiso compartir con él ni unas migajas.
Entristecido pero sin perder el ánimo, avistó una fogata en medio de la plazoleta. Cogió su olla, la llenó de agua en la fuente pública y metió dentro una piedra limpia y lisa del tamaño de una naranja. La gente, extrañada, se acercó a él.
– ¿Qué hace usted? ¿Acaso va a cocinar un pedrusco? – le preguntó un lugareño descarado, cuya voz sobresalió entre los murmullos de la gente que se miraba con cara de asombro
– Tengo una piedra que podría decirse que es mágica y hace la mejor sopa del mundo. Ahora mismo ustedes van a comprobarlo con sus propios ojos.
Decenas de personas se arremolinaron en torno al viajero ¿Una sopa mágica? ¡Eso había que verlo! La expectación era máxima.
Cuando el agua empezó a hervir, el extraño vagabundo sacó una cuchara de su bolsa y la probó.
– ¡Uhmmm!… ¡Qué rica está quedando mi sopa! Claro que si tuviera algo de carne estaría más sabrosa…
Uno de los lugareños le dio un pedazo de jamón que acababa de comprar.
– Pruebe a echarle esto, a ver si ayuda a mejorar su sabor.
Al rato, el viajero la probó de nuevo.
– Realmente está más rica, pero con un poco de verdura quedaría aún más exquisita – exclamó en alto para que todos le escucharan.
Una mujer que salía del mercado y se había unido al curioso grupo, también quiso contribuir a esa curiosa receta.
– Tenga… unas zanahorias y unas berzas para añadir al caldo.
El hombre las aceptó encantado, las echó al a olla y se llevó un poco de líquido caliente a los labios.
– ¡Qué maravilla! Pocas veces he comido algo tan delicioso… ¿Alguien tiene media docena de patatas y un poco de sal para realzarla un poco más? ¡Esto ya está casi está!
– ¡Yo tengo! – dijo un muchacho deseoso de probar la sopa – Espere un momento que me acerco a casa y ahora mismo le traigo lo que le falta.
Tal como había prometido, el chico apareció minutos después con las patatas y la sal, que fueron a parar a la cazuela junto con los demás ingredientes.
Cuando la sopa estaba en su punto, el viajero dijo a todos los allí presentes que fueran a buscar un plato ¡Tenían que probar aquella maravilla!
Hombres, mujeres y niños degustaron la sopa de piedra y la encontraron espectacular. El perspicaz e inteligente viajero había conseguido que la gente del pueblo creyera que estaba tan rica por los efectos mágicos de la piedra, cuando en realidad, estaba buenísima porque entre todos habían llenado la olla de buena comida y sabrosos condimentos.
Una vez que el hombre sació su apetito y se sintió con fuerzas, lavó la piedra y se la metió en el bolsillo ¡Probablemente volvería a necesitarla para poder comer!
Como demuestra esta historia, a menudo el ingenio es más importante que los bienes materiales ¿No te parece?
En cierta ocasión, un viajero que iba cargado con un ligero petate y una olla vacía, llegó a un pueblo que no conocía. Llevaba días caminando y estaba sucio, cansado y sobre todo hambriento.
Se dirigió a la plaza y vio que estaba muy animada. Entre el bullicio distinguió a algunas personas sentadas degustando buenos trozos de queso con pan de hogaza y refrescándose a base de beber vino de la última cosecha. Se acercó a ellas y les pidió por favor si podían invitarle a comer algo pues hacía más de dos días que no se llevaba nada a la boca. Por desgracia, nadie quiso compartir con él ni unas migajas.
Entristecido pero sin perder el ánimo, avistó una fogata en medio de la plazoleta. Cogió su olla, la llenó de agua en la fuente pública y metió dentro una piedra limpia y lisa del tamaño de una naranja. La gente, extrañada, se acercó a él.
– ¿Qué hace usted? ¿Acaso va a cocinar un pedrusco? – le preguntó un lugareño descarado, cuya voz sobresalió entre los murmullos de la gente que se miraba con cara de asombro
– Tengo una piedra que podría decirse que es mágica y hace la mejor sopa del mundo. Ahora mismo ustedes van a comprobarlo con sus propios ojos.
Decenas de personas se arremolinaron en torno al viajero ¿Una sopa mágica? ¡Eso había que verlo! La expectación era máxima.
Cuando el agua empezó a hervir, el extraño vagabundo sacó una cuchara de su bolsa y la probó.
– ¡Uhmmm!… ¡Qué rica está quedando mi sopa! Claro que si tuviera algo de carne estaría más sabrosa…
Uno de los lugareños le dio un pedazo de jamón que acababa de comprar.
– Pruebe a echarle esto, a ver si ayuda a mejorar su sabor.
Al rato, el viajero la probó de nuevo.
– Realmente está más rica, pero con un poco de verdura quedaría aún más exquisita – exclamó en alto para que todos le escucharan.
Una mujer que salía del mercado y se había unido al curioso grupo, también quiso contribuir a esa curiosa receta.
– Tenga… unas zanahorias y unas berzas para añadir al caldo.
El hombre las aceptó encantado, las echó al a olla y se llevó un poco de líquido caliente a los labios.
– ¡Qué maravilla! Pocas veces he comido algo tan delicioso… ¿Alguien tiene media docena de patatas y un poco de sal para realzarla un poco más? ¡Esto ya está casi está!
– ¡Yo tengo! – dijo un muchacho deseoso de probar la sopa – Espere un momento que me acerco a casa y ahora mismo le traigo lo que le falta.
Tal como había prometido, el chico apareció minutos después con las patatas y la sal, que fueron a parar a la cazuela junto con los demás ingredientes.
Cuando la sopa estaba en su punto, el viajero dijo a todos los allí presentes que fueran a buscar un plato ¡Tenían que probar aquella maravilla!
Hombres, mujeres y niños degustaron la sopa de piedra y la encontraron espectacular. El perspicaz e inteligente viajero había conseguido que la gente del pueblo creyera que estaba tan rica por los efectos mágicos de la piedra, cuando en realidad, estaba buenísima porque entre todos habían llenado la olla de buena comida y sabrosos condimentos.
Una vez que el hombre sació su apetito y se sintió con fuerzas, lavó la piedra y se la metió en el bolsillo ¡Probablemente volvería a necesitarla para poder comer!
Como demuestra esta historia, a menudo el ingenio es más importante que los bienes materiales ¿No te parece?