Logro, en una rápida ojeada, juntar la noticia bibliográfica de Pablo Neruda en los momentos en que el poeta entrega al Continente su obra maestra, Canto General. Viaje estupendo, salpicado de lluvias fragantes, que inaugura un capítulo ejemplar en la historia literaria de América.
He vadeado el afán erudito y la arqueología del dato completo. Me interesa la "mancha" de una obra de arte, mancha emocional y mental, antes que la malicia del gran análisis. Si lo que ofrezco no tiene apego científico, es porque creo que la noticia humana y la confesión inédita ganan más al lector: Quod non jactantia refero, que dijo Tácito.
Por lo demás, yo sé la cantidad de gorriones que han revolado en torno de esta poesía impresionante, unos robando, otros obsequiando, pero todos partiendo sin el amoroso ungiiento de su ser, esa aleación de minerales cortados de viva llama -peltre quizá del alma- y la cual ofrece regalos caudalosos de historia, de intimidad o de simple denuncia inflamable.
El pormenor editorial de Neruda permanecía inédito, y esto fue lo que se olvidaron de recoger los pájaros, seducidos por la belleza ocasional del encuentro. Y a propósito de los pájaros... ¿qué se ficieron? Muchos tenía este árbol con bosque en aquellos días anteriores de México, cuando no era el perseguido de hoy y su casa se alfombraba con vino. Venían estudiantes y gargantas a recitarle laúdes; venían políticos de pecheras relucientes, y además, Irenes y Florisas escapadas del parque. Lo besaban y llevaban de aquí para allá como camarino con santo, adulándolo como a los dulces sapos que él cantó. Pero eso fue en los días de la bonanza, cuando el viento soplaba recamando la quilla de su barco profético. Ahora no están, o si están lo salu dan de lejos, como a los éticos, recordando con temor sus puestos mensuales.
Recuerdo mis visitas al poeta en aquellas mañanas en que me recibía con barba y periódicos. Me asustaba cuando ponía a prueba mi atención por el mundo y sus grandes problemas. "¿Conoces a fulano?" Y aquí el nombre de un estadista famoso, de un canalla con guantes o de un embajador en entredicho. Yo musitaba la afirmación engañosa, y de pronto entraba Delia, su compañera, subiendo como una hormiga sembradora. Traía casi siempre un ramo de mariposas postales que él iba abriendo y leyendo para enterarse de cómo pasó la noche su pueblo en tinieblas, o qué era de los amigos desparramados en el viento, y mientras cortaba para mi hijo las alas de esas mariposas de diversos países, le abríamos la ventana para que mirara la casa de cucurucho que tanto le gustaba. Veía pasar los camiones de la basura, los perros, las horas, en aquella avenida burguesa que le dieron para el descanso, y sus ojos, rozadores de tantos mares y misterios, cuajaban una nostalgia invisible. Divertía las cosas y los días, y yo observaba su risa de pequeño gigante, toda corriendo por el rostro de luna que le labraron los idus de marzo, allá en los remotos salitrales de Chile.
Pablo Neruda: Historia de sus Libros.
por Alfredo Cardona Peña
Logro, en una rápida ojeada, juntar la noticia bibliográfica de Pablo Neruda en los momentos en que el poeta entrega al Continente su obra maestra, Canto General. Viaje estupendo, salpicado de lluvias fragantes, que inaugura un capítulo ejemplar en la historia literaria de América.
He vadeado el afán erudito y la arqueología del dato completo. Me interesa la "mancha" de una obra de arte, mancha emocional y mental, antes que la malicia del gran análisis. Si lo que ofrezco no tiene apego científico, es porque creo que la noticia humana y la confesión inédita ganan más al lector: Quod non jactantia refero, que dijo Tácito.
Por lo demás, yo sé la cantidad de gorriones que han revolado en torno de esta poesía impresionante, unos robando, otros obsequiando, pero todos partiendo sin el amoroso ungiiento de su ser, esa aleación de minerales cortados de viva llama -peltre quizá del alma- y la cual ofrece regalos caudalosos de historia, de intimidad o de simple denuncia inflamable.
El pormenor editorial de Neruda permanecía inédito, y esto fue lo que se olvidaron de recoger los pájaros, seducidos por la belleza ocasional del encuentro. Y a propósito de los pájaros... ¿qué se ficieron? Muchos tenía este árbol con bosque en aquellos días anteriores de México, cuando no era el perseguido de hoy y su casa se alfombraba con vino. Venían estudiantes y gargantas a recitarle laúdes; venían políticos de pecheras relucientes, y además, Irenes y Florisas escapadas del parque. Lo besaban y llevaban de aquí para allá como camarino con santo, adulándolo como a los dulces sapos que él cantó. Pero eso fue en los días de la bonanza, cuando el viento soplaba recamando la quilla de su barco profético. Ahora no están, o si están lo salu dan de lejos, como a los éticos, recordando con temor sus puestos mensuales.
Recuerdo mis visitas al poeta en aquellas mañanas en que me recibía con barba y periódicos. Me asustaba cuando ponía a prueba mi atención por el mundo y sus grandes problemas. "¿Conoces a fulano?" Y aquí el nombre de un estadista famoso, de un canalla con guantes o de un embajador en entredicho. Yo musitaba la afirmación engañosa, y de pronto entraba Delia, su compañera, subiendo como una hormiga sembradora. Traía casi siempre un ramo de mariposas postales que él iba abriendo y leyendo para enterarse de cómo pasó la noche su pueblo en tinieblas, o qué era de los amigos desparramados en el viento, y mientras cortaba para mi hijo las alas de esas mariposas de diversos países, le abríamos la ventana para que mirara la casa de cucurucho que tanto le gustaba. Veía pasar los camiones de la basura, los perros, las horas, en aquella avenida burguesa que le dieron para el descanso, y sus ojos, rozadores de tantos mares y misterios, cuajaban una nostalgia invisible. Divertía las cosas y los días, y yo observaba su risa de pequeño gigante, toda corriendo por el rostro de luna que le labraron los idus de marzo, allá en los remotos salitrales de Chile.