La restauración monárquica es un proceso que se inicia después de la derrota de Napoleón[1], donde los países vencedores convocaron el Congreso de Viena para decidir la repartición de los territorios anexionados durante la era napoleónica y a su vez, restablecer las monarquías absolutas.
Durante el mes de septiembre de 1814 se convocó un congreso en Viena, que duraría 10 meses para decidir como Europa se iba a reordenar después de la guerra. En el tránsito de este congreso, Napoleón sería derrotado definitivamente en la batalla de Waterloo en 1815 por las fuerzas opositoras a su imperio. Prusia, Austria, Rusia y Gran Bretaña lograron detener el feroz avance que implicaba este enemigo común, poniéndole fin a las aspiraciones de Francia por su predominio en Europa.
El congreso de Viena tenía por objetivos dos puntos, la legitimidad y el equilibro del poder. En cuanto al primero la legitimidad se refería al derecho hereditario de los monarcas a gobernar, apelando al derecho divino estos defendían las bases del antiguo régimen absolutista. El pensamiento conservador de los monarcas era en rechazo a los que ellos llamaban ilegítimos a los gobiernos instaurados por la fuerza en base al liberalismo político. Estos principios nacidos de la revolución francesa y que habían desplazado el gobierno absoluto de los reyes.
La restauración monárquica es un proceso que se inicia después de la derrota de Napoleón[1], donde los países vencedores convocaron el Congreso de Viena para decidir la repartición de los territorios anexionados durante la era napoleónica y a su vez, restablecer las monarquías absolutas.
Durante el mes de septiembre de 1814 se convocó un congreso en Viena, que duraría 10 meses para decidir como Europa se iba a reordenar después de la guerra. En el tránsito de este congreso, Napoleón sería derrotado definitivamente en la batalla de Waterloo en 1815 por las fuerzas opositoras a su imperio. Prusia, Austria, Rusia y Gran Bretaña lograron detener el feroz avance que implicaba este enemigo común, poniéndole fin a las aspiraciones de Francia por su predominio en Europa.
El congreso de Viena tenía por objetivos dos puntos, la legitimidad y el equilibro del poder. En cuanto al primero la legitimidad se refería al derecho hereditario de los monarcas a gobernar, apelando al derecho divino estos defendían las bases del antiguo régimen absolutista. El pensamiento conservador de los monarcas era en rechazo a los que ellos llamaban ilegítimos a los gobiernos instaurados por la fuerza en base al liberalismo político. Estos principios nacidos de la revolución francesa y que habían desplazado el gobierno absoluto de los reyes.