Hagan un resumen sobre lo siguiente: Hasta este punto el foco de nuestra discusión ha estado sobre la relación de Dios que es justicia original, y vimos cómo esta relación podía ser violada mediante pecado cometido. Este es el aspecto del pecado al que ahora nos tornamos, y esto involucrará el hacer uso adicional de la implicación teológica de la narración bíblica de la caída. Pero, en primer lugar debemos hacer algunas observaciones generales acerca de la naturaleza del pecado. En cualquier discusión sobre el pecado, es crucial reconocer que es una categoría religiosa. Tiene significado sólo en términos de la relación de uno con Dios. Cualquier intento de entender la naturaleza del pecado que pase esto por alto pervertirá la verdad.16 El salmista entendió esta verdad muy claramente, y en su clásica confesión dio expresión a esta dimensión religiosa: “Contra ti, contra ti sólo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos, de manera que eres justo cuando hablas, y sin reproche cuando juzgas” (51:4, BA). En la esfera judicial, o sea el mundo de la justicia criminal, se habla de crimen pero no de pecado. En la ética se habla del bien y del mal, de valores y de desvalores, pero no de pecado. En la psicología se habla de anormalidades y de desórdenes de personalidad pero no de pecado. La idea de pecado sólo es significativa en relación con Dios, y cuando es retirada de este mundo, el resultado como Gustav Aulen dice muy correctamente, es que “se vuelve débil y endeble”.17 Y no sólo no debe el pecado ser interpretado como un concepto ético (aunque hay elementos éticos involucrados), sino que tampoco debería ser interpretado como una categoría ontológica o metafísica. Al interpretar la narración de la creación como histórica aunque simbólica, como lo hace Wiley en una manera total y de principio a fin (CT 2:52 ss.), es necesario salvaguardar el carácter religioso del pecado. Si no es así, el pecado lógicamente se vuelve algo equiparado con la finitud, y por ende inevitable en la situación humana. Los teólogos contemporáneos, aparte de los conservadores, están todos unánimes en rechazar la historicidad de un “estado de integridad”, y de esa manera están virtualmente unánimes en afirmar la inutilidad de posturas que afirman la posibilidad de estar libres del pecado en esta vida. Sin embargo, esta posibilidad se levanta en el centro del testimonio wesleyano de la revelación bíblica. Este solo punto nos llama la atención a lo crucial de la naturaleza de la discusión de esto para la teología wesleyana. La posición de Paul Tillich es un ejemplo muy influyente de una interpretación ontológica de la situación humana. Su interpretación revela el resultado de aproximarnos al asunto de estas manera. Tillich discute la caída como una transición de la esencia a la existencia. Bajo las condiciones de existencia el hombre no puede actualizar su esencia; por ende, la descripción que el Génesis da del hombre antes de la caída es un mito que describe un estado de algo que Tillich llama “inocencia en sueños”. Este término se refiere a la idea de que “el estado del ser esencial no es una etapa actual del desarrollo humano que pueda ser conocida directa o indirectamente”, pero que sin embargo puede ser concebida como algo “de lo que se sueña”. Apunta hacia una potencialidad no actualizada, a algo que precede la existencia actual. Pero “no tiene tiempo; precede a la temporalidad, y es supra-histórico”.18 La consecuencia de esta vista es la equiparación de la finitud con el pecado, porque el hombre se levanta en oposición a Dios como infinito y por tanto jamás puede actualizar su esencia bajo las condiciones de existencia. Esta aproximación oscurece la verdadera naturaleza del pecado. La estructura teológica de la narración de la caída está diseñada explícitamente para aclarar que el pecado no es el resultado de la “criaturidad” del hombre, o en sentido alguno el resultado de fuerzas de factores más allá del control del hombre. Es la consecuencia de que él ejercita el don de libertad que Dios le ha dado. No puede haber sentido significativo alguno en el cual el hombre sea libre para Dios a menos que pueda, por su propia voluntad, volverse libre de Dios.
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