¿Qué mensaje te ha dejado este cuento? Hace muchos años, una familia vivía en un pequeño pueblo de la sierra, eran tan pobres que a veces no tenían qué comer cómo almuerzo. Esta familia la componían el padre, la madre y el pequeño Pedro, que tenía de ocho años de edad, aunque por su corpulencia cualquiera habría afirmado que tenía un par de años más. Un frío día de invierno, el padre se encontraba enfermo y la madre atareada con su trabajo de costurera, así que le pidió a Pedro que saliera a cortar leña para calentar la casa, el pequeño cogió el hacha de su padre y se adentró en el bosque de encinas que rodeaba el pueblo, tras un largo rato caminando se detuvo delante de una encina descomunal, tan grande que para rodearla con los brazos se necesitarían al menos tres personas, tenía una copa enorme y sus ramas, grandes y pesadas, casi rozaban el suelo, algunos contaban que podía tener quinientos años. Pedro, levantó el hacha y ¡zas!, dio un hachazo a su tronco. - ¡Ayyy! - se escuchó - Pedro se detuvo sorprendido y comenzó a mirar detrás de los arbustos y de las rocas buscando a alguien que se hubiera caído y hecho daño, pero no halló a nadie. Volvió a levantar el hacha y ¡zas!, dio otro hachazo con todas sus fuerzas. - ¡Ayyy! - otra vez se oyó el lamento. - Pero quién anda por ahí, que salga o me voy a enfadar - dijo Pedro en un tono algo asustadizo. - ¡Soy yo! - dijo una voz grave. - ¿Quién? - preguntó Pedro. - Quién va a ser, el árbol. - ¡Mentira, los árboles no hablan, eso lo sabe todo el mundo! - Aquí no hay nadie más, así que está claro que el que habla soy yo, no soy un árbol normal, soy mágico y te aviso que no sigas cortándome o me enfadaré. Pedro que era muy terco no le hizo caso, así que volvió a levantar el hacha para darle otro golpe, en ese momento dos ramas bajaron hasta él y lo atraparon subiéndole hasta lo más alto del árbol. - ¡Suéltame tonto, suéltame! - gritaba Pedro. - Te soltaré si me prometes que no seguirás talándome - le aseveró el árbol mágico. - ¡Me da igual lo que me digas, te seguiré cortando! - respondió Pedro lleno de ira. En ese momento una rama bajó hasta la cabeza de Pedro, y levemente le rozo el cabello. Pedro se reía porque nada le pasaba pero su risa se convirtió en llanto cuando observó cómo sus pies se convertían en ramas, luego sus rodillas, la cintura, su pecho y cuando ya quiso arrepentirse nada pudo decir, todo él se había convertido en rama. Hacía varias horas que nada se sabía de Pedro, su madre, muy desconsolada, salió a buscarle junto con los vecinos del pueblo, pero parecía que se lo hubiera tragado la tierra. Dio la casualidad que su madre pasó bajo el árbol y una gota cayó en su cara, miró al cielo y vio que estaba azul pero su cara se llenó de sorpresa cuando observó una rama que era igual que su hijo perdido, la rama estaba llorando. El árbol mágico se sintió muy mal por hacer sufrir a esa madre y por haber impuesto un castigo desmesurado al pequeño Pedro, así que volvió a tocarlo y al instante Pedro se convirtió en niño. Pedro le prometió que jamás volvería a cortar ninguna encina y acercándose la abrazó, entonces la encina le susurró al oído. - Pedro, podrías hacerme un favor, igual que tú te cortas el pelo cuando lo tienes largo, yo necesito que una vez al año, cuando llegue el frío, alguien corte algunas de mis ramas, las más viejas y pesadas para que yo siga viviendo quinientos años más. ¿Lo harás? Pedro asintió con la cabeza, desde entonces no faltó a su cita con la encina mágica y a todos explicó que las encinas no se pueden talar pero si podar.
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