Inventa tres argumentos a favor y tres argumentos en contra de la hipótesis plateada Celebración de la naturaleza Para los romanos, Flora (o sea, la primavera) era una diosa con templo en el Quirinal. Tenía un cordero en una mano y un ramo de flores en la otra. Verdad que estaba más cerca de Venus que de Juno, y su atributo no era la dignidad sino la ligereza, con lo que sus festividades solían dar en licenciosas, tras haber comenzado con ropas multicolores y guirnaldas de flores en las puertas de todas las casas, para proclamar el despertar de la Naturaleza y "la juventud del año". También los griegos festejaron la regularidad de la llegada de las estaciones anuales. La primavera era Cloris, esposa de Céfiro, y padres los dos de Carpós, el fruto. También era en un principio Perséfona, la hija de Deméter, en "el canto de la primera mañana del mundo" , antes de que Plutón la raptase para rescatar a "un pueblo sin esperanza, triste, inquieto, descolorido" (según el texto poético de André Gide al que Stravinsky dio su música). Pero abreviemos las citas mitológicas o artísticas, porque serían interminables. Digamos tan sólo que la humanidad siempre, a través de sus religiones y civilizaciones, supo rendir su tributo a esa primavera, aunque llegase (o precisamente porque llegaba) regularmente, milagrosamente, todos los años. Y es en esta dichosa regularidad en la que hoy tendríamos que detenernos a meditar y celebrar más que nunca, en un planeta al que vivimos propinándole los más desaprensivos atentados (tala de bosques, pozos petrolíferos, basureros nucleares, polución de las aguas, agujero en la capa de ozono, etcétera). ¿No es una maravilla que todavía siga dándonos flores, frutos, semillas, árboles? Quizás en nuestro país los inviernos no son tan crudos como para esperar tan fervientemente esa llegada de la primavera, como sucede en otras latitudes. Recordamos ahora el mito fundacional del pueblo berendei (referido por Ostrowsky en su leyenda Snieguroshka , es decir, "copito de nieve"), en cuya tierra boreal no alcanzaba nunca el dios Sol (Yarillo) a enviar sus rayos benefactores, por los gélidos y prolongados amoríos del viejo Invierno con el hada Primavera. Es triste que estos mitos de pueblos agricultores no alcancen similar importancia en un país como el nuestro, que en algún momento pretendió ser "el granero del mundo". Porque quienes se olvidan de los mitos también se olvidan de sus propias esperanzas y su destino. Tal vez de lo que tendríamos que olvidarnos por un instante es de nuestras tareas cotidianas, áridamente económicas por lo general, para pensar en el sentido último de este planeta azul que habitamos y nos cobija, y de esta naturaleza que aún nos rodea, por más que hagamos lo imposible por apartarla de nuestro lado. Su festejo, su celebración es este Día de la Primavera que no nos acordamos de festejar cuando llega, aunque debiera ser otro Día de la Madre, de la gran madre que nos sigue dando vida a todos.
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