Amalia es una mujer de más de 50 años, es soltera y nunca pudo tener hijos, por un problema en su sistema reproductor, pero siempre le han gustado los niños, se ha pasado la vida cuidando a sus sobrinos, y a los hijos de sus amigas como una niñera. Pero al llegar ya a cierta edad, se fué a trabajar a un orfanato, para poder estar cerca de los niños. Ella siempre ha querido adoptar uno, pero lastimosamente, hay muchos requisitos para poder hacer eso, y Amalia no cumplía con todos ellos, aún así no abandona la esperanza de que alguna vez pueda cumplir su sueño, y tener un niño en casa. Un día regresando del orfanato, decidió tomar un atajo, para llegar más rápido a casa, tomó por un sendero poco transitado, pero parecía muy seguro, mientras caminaba, le pareció ver algo tirado en el camino, a lo lejos parecía ser una especie de cuaderno, Amalia, lo levantó del suelo, el cuaderno parecia ser muy viejo, y estaba algo descuidado, aparentaba tener algún tiempo allí tirado. Amalia enseguida se dió cuenta de que se trataba de un cuaderno perteneciente a un niño, ya que estaba lleno de dibujitos de colores, arboles y personas, Amalia pensó que tal vez se el dueño pudiera ser algún niño del orfanato, así que se lo llevó a su casa, para preguntar al día siguiente. Al llegar a casa, estando sola como siempre, Amalia se sentó en su sillón preferido, y empezó a leer un libro como hacía todas las noches, pero al cabo de un rato, dejo el libro de lado, y le entró curiosidad por examinar el curioso cuaderno que había encontrado. Encendió su lampara de mesa y comenzó a verlo, para su sorpresa, en el cuaderno solo habían dibujos, no habían palabras, pero sí tenían algo que parecían ser fechas, de cuando los dibujos fueron hechos, pero no los días, más bién eran los años, en que fueron dibujados. El primer dibujo, tenía un cero como fecha, en la parte de arriba de la hoja, y era un árbol muy grande, con dos personas que lo observan, y una serpiente que los observa a ellos, esto le recordó a Amelia el jardín del Edén, esto la intrigó, y continuó revisando, a medida que avanzaba, los años tambien lo hacian en las paginas, pero los dibujos solo trataban de grandes horrores en la humanidad, las guerras, los grandes genocidios, también dibujos de asesinos en serie, personas descuartizadas, todos los dibujos, aunque estaban hechos por un niño, mostraban la gran maldad que ha existido en el mundo desde que fue creado. Amalia estaba aterrorizada, ¿Cómo era posible que un niño tuviera todo eso en su mente, y con tanta exactitud?, casi como si lo hubiera vivido el mismo, Amalia también se dió cuenta, que en cada dibujo había un pequeño observando todos esos acontecimientos atraves de la historia, aquel niño era dibujado sonriendo, como si le hiciera feliz todo eso, como si el lo hubiera provocado. Avanzando más en el cuaderno Amelia tuvo el impulso de dejar de verlo, ya que era demasiado perturbador, pero aún así continuó, y empezaron a aparecer, simbolos extraños, cruces, cosas del mundo espiritual, cosas que no parecían buenas, este niño parecía ser algún tipo de anticristo, o alguien muy maligno, que ha estado desde siempre observando a la humanidad, pero lo más escalofriante era que a medida que se acercaba al tiempo actual, aparecian dibujos del apocalipsis, de las personas sufriendo, de demonios caminando entre nosotros, y en una página, un dibujo donde se veían millones de personas arrodilladas en el suelo, y en la cima, estaba este niño, siendo adorado. Amalia tiro el cuaderno al suelo, porque ya no soportaba seguir viendo todo eso, corrió a su habitación y empezó a rezar, muy asustada, sintió que alguien o algo la observaba, miro hacia la ventana y vio una pequeña silueta que desapareció enseguida, lentamente Amalia se acercó a la ventana que daba hacia el patio de su casa, y al hacerlo vio con terror la silueta de un hombre muy alto, con brazos largos y delgados, pero cubierto por una tunica negra, Amalia cayo de espaldas al suelo al verlo, pensando que se trataba de lo peor que podía ver en su vida, intentó ponerse de pie y salir corriendo de la casa, pero en ese momento todas las luces se apagaron, quedando todo a oscuras, pero también en ese momento de horror para Amelia, escuchó que alguien o algo, tocó a su puerta. Amelia, temblando se puso de pie, tomó su linterna, y lentamente caminó hacia la puerta, para ver quien la estaba buscando, despacio abrió la puerta, y quedó petrificada, al ver la silueta del hombre que vió en el patio de su casa, solo que estaba un poco alejado, pero unos pequeños pasos la hicieron dejar de mirar al hombre y bajar la mirada, allí en la entrada de su casa, con toda la oscuridad de la noche, un pequeño niño la miraba fijo, y sonriendo macabramente, le dijo con una vocecita: Señora Amelia, por favor, me devuelve mi cuaderno?…es que mi padre me esta esperando! fin
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Corría el año de 1988, una nueva muñeca había salido al mercado con el nombre de “Baby Laugh a-lot”. Su función principal era producir risas si presionaban el botón de su pecho. Mientras reía, se mecía en su silla y no paraba de reír… En ese año era una novedad ver a una muñeca hacer ese tipo de acciones tan naturales. Yo era una niña llena de caprichos. En cuanto vi el comercial, corrí con mi madre para pedirle que me la comprara, sin embargo, siempre vivimos en la humildad. Ahora me siento agradecida por no haber tenido tanto dinero… Muñeca-remco.jpg Muchas amigas mías me presumieron que sus padres les comprarían la muñeca, las miraba con envidia mientras fingía alegría por ellas. Y así fue, mis amigas consiguieron la muñeca y llegaron a mostrármela aún en sus empaques, les pedí que jugáramos con ella, pero se mostraron egoístas y negaron mi petición. Lo siguiente no lo recuerdo con claridad… Era sólo una niña y no puedo explicar todo lo que sucedió… Pero sé que fue la tarde del 14 de marzo. Noté que el comercial de la muñeca ya no se transmitía en televisión. Baby-laugh-a-lot.jpg Emma, una de mis amigas, cayó enferma gravemente. Mi madre me dijo que tenía gripe, pero por la ventana de mi habitación veía llegar numerosos automóviles y hombres vestidos con bata saliendo de ellos. Yo sabía que no era una simple gripe, pero nadie quería contarme la verdad. Poco después me enteré que había caído en un trance esquizofrénico en el que no podía dejar de reír a carcajadas. Sus padres estaban aterrorizados, totalmente desesperados para encontrar una explicación. Pero la situación comenzó a empeorar: Emma expulsaba sangre de su nariz y oídos. Tuve la oportunidad de visitarla y quedé sorprendida de lo que vi.
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ESPÍRITUS EN EL HOTEL Mis cuatro abuelos están sepultados en el mismo cementerio. Para ser más preciso, en la misma fosa, uno sobre otro. Es por eso que en Día de Muertos tenemos una gran reunión familiar para visitar la tumba de nuestros ancestros, pero también aprovechamos el encuentro para realizar actividades recreativas. Coincidió que en noviembre del año pasado, recibí la sugerencia de un amigo para ir en esas fechas a una vieja hacienda en Morelos que hoy es hotel. Él era el gerente y me aseguró que toda mi familia la pasaría muy bien ya que la diversión, el descanso y la buena comida de la región estaban garantizados. Llegamos por la tarde-noche a la extensa propiedad que tenía albercas, áreas de juego y jardines que, extrañamente, lucían desiertos. Ningún empleado salía a nuestro encuentro hasta que se apareció una mujer ya mayor que nos dio la bienvenida. Se identificó como el ama de llaves y sonriente nos dijo que las instalaciones serían para nuestro uso exclusivo debido a que no había más huéspedes. De inmediato nos instaló en nuestras habitaciones, las cuales quedaban dentro de lo que fue la casa grande de la Hacienda de Beltrán. Más tarde, la señora tocó puerta por puerta para avisar que la cena estaba servida, por lo que nos dimos cita en el rústico comedor, donde saboreamos una rica cecina fresca de Yecapixtla y tlacoyos rellenos de frijol. Después de la cena, la señora nos invitó a salir al jardín para prender una fogata y cuando todos estuvimos en torno a la pira, les relaté la historia de las viejas haciendas porfirianas de Morelos, muchas de ellas, como en la que estábamos, se especializaban en la producción de azúcar. Justo cuando les comentaba que en el Estado hubo cerca de 40 haciendas azucareras, repentinamente se escuchó la voz de un anciano decir: “37 para ser exactos”. Sorprendidos, todos volteamos hacia el lugar de donde provino la voz y vimos a un hombre envuelto en un sarape, agachado, cortando el pasto con unas tijeras. Se incorporó y nos dijo: “Buenas noches, soy Jerónimo, el jardinero, pero todos me llaman Don Jero. El hombre se acercó a la luz de la fogata y pudimos observar lo ajado de su rostro y lo famélico de su cuerpo. Dijo entonces: “Sí señores había 37 haciendas que estaban en manos de 18 familias muy ricas”. Como si estuviéramos todos bajo un trance hipnótico, escuchábamos al anciano que continuó: “el azúcar y sus derivados, como el alcohol de caña y el aguardiente, eran productos muy rentables. Pero todo ese progreso -dijo con lamentación- se acabó cuando los revoltosos derrocaron en 1910 a Don Porfirio”. Su relato fue interrumpido cuando se abrió el portón principal y vimos las luces de un auto. Era mi amigo que iba a supervisar nuestra estancia. Me adelanté para saludarlo y a comentarle sobre el misterioso jardinero que, cuando volteamos hacia la fogata, había desaparecido. El rostro de mi amigo se descompuso y dijo: “volvió a hacerlo”. Ante mi sorpresa, confesó: “aquí no hay jardinero, se trata de un aparecido, Don Jerónimo Beltrán, el dueño de la Hacienda, que murió violentamente un siglo antes, junto con su esposa, por defender la propiedad de las fuerzas zapatistas”. Con lujo de detalle, me relató el funesto desenlace de Don Jero, pero me pidió no contar nada pues necesitaba el trabajo y las apariciones estaban ahuyentando a los vacacionistas y al personal del hotel. Regresé sobresaltado a mi habitación, hilvanando los extraños sucesos acaecidos desde nuestra llegada; pero también con la disyuntiva de contar la inverosímil historia a mi familia o guardar silencio con la expectativa de que no siguieran ocurriendo más hechos sobrenaturales. A duras penas concilié el sueño, pero de madrugada, me despertó un ruido. Me asomé por la ventana y en la penumbra de la noche vi a Don Jero, de espaldas, que barría la hojarasca del jardín; en ese momento giró, lentamente comenzó a avanzar hacia mí y a medida que se acercaba podía distinguir su rostro desfigurado y sangrante que terminó azotando en el cristal para deci rme: “lárguense de aquí”. De golpe cerré las cortinas y, aterrado, comprendí que teníamos que salir cuanto antes de ese lugar. Sin embargo, me sorprendió el amanecer buscando la manera de cómo convencer a mis familiares de irnos sin mencionarles lo ocurrido. Me hice el firme propósito de que nunca sabrían que el jardinero era un fantasma y que se me había aparecido de madrugada; pero por sobre todas las cosas, jamás se enterarían de que, la noche anterior, una muerta nos había servido la cena. (creditos a quien corresponda)
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ESPÍRITUS EN EL HOTEL Mis cuatro abuelos están sepultados en el mismo cementerio. Para ser más preciso, en la misma fosa, uno sobre otro. Es por eso que en Día de Muertos tenemos una gran reunión familiar para visitar la tumba de nuestros ancestros, pero también aprovechamos el encuentro para realizar actividades recreativas.Coincidió que en noviembre del año pasado, recibí la sugerencia de un amigo para ir en esas fechas a una vieja hacienda en Morelos que hoy es hotel. Él era el gerente y me aseguró que toda mi familia la pasaría muy bien ya que la diversión, el descanso y la buena comida de la región estaban garantizados.Llegamos por la tarde-noche a la extensa propiedad que tenía albercas, áreas de juego y jardines que, extrañamente, lucían desiertos. Ningún empleado salía a nuestro encuentro hasta que se apareció una mujer ya mayor que nos dio la bienvenida. Se identificó como el ama de llaves y sonriente nos dijo que las instalaciones serían para nuestro uso exclusivo debido a que no había más huéspedes.De inmediato nos instaló en nuestras habitaciones, las cuales quedaban dentro de lo que fue la casa grande de la Hacienda de Beltrán. Más tarde, la señora tocó puerta por puerta para avisar que la cena estaba servida, por lo que nos dimos cita en el rústico comedor, donde saboreamos una rica cecina fresca de Yecapixtla y tlacoyos rellenos de frijol.Después de la cena, la señora nos invitó a salir al jardín para prender una fogata y cuando todos estuvimos en torno a la pira, les relaté la historia de las viejas haciendas porfirianas de Morelos, muchas de ellas, como en la que estábamos, se especializaban en la producción de azúcar.Justo cuando les comentaba que en el Estado hubo cerca de 40 haciendas azucareras, repentinamente se escuchó la voz de un anciano decir: “37 para ser exactos”. Sorprendidos, todos volteamos hacia el lugar de donde provino la voz y vimos a un hombre envuelto en un sarape, agachado, cortando el pasto con unas tijeras. Se incorporó y nos dijo: “Buenas noches, soy Jerónimo, el jardinero, pero todos me llaman Don Jero.El hombre se acercó a la luz de la fogata y pudimos observar lo ajado de su rostro y lo famélico de su cuerpo. Dijo entonces: “Sí señores había 37 haciendas que estaban en manos de 18 familias muy ricas”.Como si estuviéramos todos bajo un trance hipnótico, escuchábamos al anciano que continuó: “el azúcar y sus derivados, como el alcohol de caña y el aguardiente, eran productos muy rentables. Pero todo ese progreso -dijo con lamentación- se acabó cuando los revoltosos derrocaron en 1910 a Don Porfirio”.Su relato fue interrumpido cuando se abrió el portón principal y vimos las luces de un auto. Era mi amigo que iba a supervisar nuestra estancia. Me adelanté para saludarlo y a comentarle sobre el misterioso jardinero que, cuando volteamos hacia la fogata, había desaparecido.El rostro de mi amigo se descompuso y dijo: “volvió a hacerlo”. Ante mi sorpresa, confesó: “aquí no hay jardinero, se trata de un aparecido, Don Jerónimo Beltrán, el dueño de la Hacienda, que murió violentamente un siglo antes, junto con su esposa, por defender la propiedad de las fuerzas zapatistas”.Con lujo de detalle, me relató el funesto desenlace de Don Jero, pero me pidió no contar nada pues necesitaba el trabajo y las apariciones estaban ahuyentando a los vacacionistas y al personal del hotel.Regresé sobresaltado a mi habitación, hilvanando los extraños sucesos acaecidos desde nuestra llegada; pero también con la disyuntiva de contar la inverosímil historia a mi familia o guardar silencio con la expectativa de que no siguieran ocurriendo más hechos sobrenaturales.A duras penas concilié el sueño, pero de madrugada, me despertó un ruido. Me asomé por la ventana y en la penumbra de la noche vi a Don Jero, de espaldas, que barría la hojarasca del jardín; en ese momento giró, lentamente comenzó a avanzar hacia mí y a medida que se acercaba podía distinguir su rostro desfigurado y sangrante que terminó azotando en el cristal para decirme: “lárguense de aquí”. De golpe cerré las cortinas y, aterrado, comprendí que teníamos que salir cuanto antes de ese lugar.Sin embargo, me sorprendió el amanecer buscando la manera de cómo convencer a mis familiares de irnos sin mencionarles lo ocurrido. Me hice el firme propósito de que nunca sabrían que el jardinero era un fantasma y que se me había aparecido de madrugada; pero por sobre todas las cosas, jamás se enterarían de que, la noche anterior, una muerta nos había servido la cena.(creditos a quien corresponda)
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