su manejo está basado en dos pilares demasiado simplistas para ser válidos.
Uno es el desarrollismo que supone que la función del Estado se limita a buscar el desarrollo económico porque este a la larga traerá la solución a todos los problemas, desde el de los servicios que debe prestar –como la salud, la educación, etc.–, hasta el de las desigualdades que caracterizan a las sociedades subdesarrolladas.
El otro es el mal llamado ‘modelo neoliberal’, que asume que la libre competencia y la soberanía del mercado optimizan el uso de los recursos y en consecuencia son el mejor camino para lograr ese desarrollismo.
El simplismo consiste en que el desarrollo económico no necesariamente se identifica o es lo mismo que el crecimiento económico. El adelanto en cuanto a desarrollo está más por el lado del cambio estructural de los sectores productivos que en el aumento del PIB; evolucionar del sector extractivo hacia actividades que, generando valor agregado, maximizan la participación del conocimiento y dependen cada vez menos de los recursos físicos y de capital –los servicios, el desarrollo de la tecnología y la llamada economía del conocimiento–. Entre nosotros lo que tanto se precia el Gobierno porque supera el de los vecinos ha consistido en el crecimiento del sector más primario –minería– mientras los sectores verdaderos generadores de riqueza –agricultura e industria– han retrocedido tanto en importancia relativa como en valores absolutos. Ese simplismo tiene además el defecto de que abandona los intereses directos de los ciudadanos por dar prioridad a los del Estado… por eso no es casualidad que al tiempo que el Gobierno divulga orgullosamente ciertos indicadores económicos no ha sido capaz de adelantar las reformas a la Justicia, a la Salud, a la Educación, a las Pensiones, al Estatuto del Trabajo, etc.
En cuanto a los presupuestos neoliberales tienen el defecto de que son el antimodelo en la medida en que minimizan tanto el principio de la planeación como el de la intervención estatal. Sus consecuencias son además negativas en cuanto al ordenamiento de las relaciones sociales pues maximizan al mismo tiempo las desigualdades. Por eso, Colombia muestra los Gini entre los más altos de la región, que a su turno tiene los peores del planeta (el Gini no es una variable económica sino una fórmula matemática que muestra los niveles de concentración dentro de un universo o un inventario y, en nuestro caso, es lamentable tanto en cuanto al ingreso –que se ha mantenido entre .5 y .6 sin mejorar desde que se impuso el ‘antimodelo’–; como en cuanto a la riqueza –que supera el .7–; y a la propiedad de la tierra –que supera el .8–).
La falta de un verdadero modelo ha llevado a situaciones tan absurdas como la de pretender convertirnos en un país petrolero sin tener ese hidrocarburo. Con complementos tan insensatos como el montaje de Reficar o Bioenergy, que más que muestras de corrupción lo son de malas decisiones políticas. Nuestras reservas del orden de dos billones de barriles apenas darían para unos seis años, mientras cualquier país petrolero supera los cien billones de barriles, con horizontes de explotación de decenas de años (v.gr. Venezuela, con doscientos billones y cien años). Como el precio del crudo depende de la guerra entre Estados Unidos y los productores árabes (Arabia Saudita e Irán) en la que el costo de la producción por fracking será la variable que lo determina –hoy las pequeñas empresas americanas están quebradas y cerrando, y la producción americana se proyecta bajar de 10 millones de barriles diarios a 8 millones– el efecto entre nosotros será parecido, y por debajo de cierto precio no será rentable extraer y procesar los crudos pesados. Hoy se prevé que el famoso millón de barriles diarios bajará a por lo menos 800.000 y probablemente a 600.000; y la caída de las exploraciones apenas refleja lo anterior, pero sobre todo, muestra una perspectiva aún más negra.
Se habla del crecimiento de la industria porque Reficar entró en operación, y se buscan más incentivos para la exploración. Se espera incrementar los ingresos fiscales con la amnistía tributaria que permite legalizar (léase lavar) dineros clandestinos en el extranjero, convirtiéndonos de paso en una gran lavandería y en ‘paraíso fiscal’; y, con el alza de intereses del Banrepública, que atrae capitales golondrina y crea un círculo vicioso de un dólar que se abarata y propicia grandes retornos a medida que esto hace subir los activos financieros (TES, acciones, bonos), nos volvimos lo que Rudolf Hommes llama un ‘paraíso especulativo’.
Y, a pesar de que las expectativas puestas en los TLC no se han cumplido y por el contrario las exportaciones han disminuido (este año -32%), la política económica no cambia y nos hace depender de factores externos y no de una reestructuración interna.
su manejo está basado en dos pilares demasiado simplistas para ser válidos.
Uno es el desarrollismo que supone que la función del Estado se limita a buscar el desarrollo económico porque este a la larga traerá la solución a todos los problemas, desde el de los servicios que debe prestar –como la salud, la educación, etc.–, hasta el de las desigualdades que caracterizan a las sociedades subdesarrolladas.
El otro es el mal llamado ‘modelo neoliberal’, que asume que la libre competencia y la soberanía del mercado optimizan el uso de los recursos y en consecuencia son el mejor camino para lograr ese desarrollismo.
El simplismo consiste en que el desarrollo económico no necesariamente se identifica o es lo mismo que el crecimiento económico. El adelanto en cuanto a desarrollo está más por el lado del cambio estructural de los sectores productivos que en el aumento del PIB; evolucionar del sector extractivo hacia actividades que, generando valor agregado, maximizan la participación del conocimiento y dependen cada vez menos de los recursos físicos y de capital –los servicios, el desarrollo de la tecnología y la llamada economía del conocimiento–. Entre nosotros lo que tanto se precia el Gobierno porque supera el de los vecinos ha consistido en el crecimiento del sector más primario –minería– mientras los sectores verdaderos generadores de riqueza –agricultura e industria– han retrocedido tanto en importancia relativa como en valores absolutos. Ese simplismo tiene además el defecto de que abandona los intereses directos de los ciudadanos por dar prioridad a los del Estado… por eso no es casualidad que al tiempo que el Gobierno divulga orgullosamente ciertos indicadores económicos no ha sido capaz de adelantar las reformas a la Justicia, a la Salud, a la Educación, a las Pensiones, al Estatuto del Trabajo, etc.
En cuanto a los presupuestos neoliberales tienen el defecto de que son el antimodelo en la medida en que minimizan tanto el principio de la planeación como el de la intervención estatal. Sus consecuencias son además negativas en cuanto al ordenamiento de las relaciones sociales pues maximizan al mismo tiempo las desigualdades. Por eso, Colombia muestra los Gini entre los más altos de la región, que a su turno tiene los peores del planeta (el Gini no es una variable económica sino una fórmula matemática que muestra los niveles de concentración dentro de un universo o un inventario y, en nuestro caso, es lamentable tanto en cuanto al ingreso –que se ha mantenido entre .5 y .6 sin mejorar desde que se impuso el ‘antimodelo’–; como en cuanto a la riqueza –que supera el .7–; y a la propiedad de la tierra –que supera el .8–).
La falta de un verdadero modelo ha llevado a situaciones tan absurdas como la de pretender convertirnos en un país petrolero sin tener ese hidrocarburo. Con complementos tan insensatos como el montaje de Reficar o Bioenergy, que más que muestras de corrupción lo son de malas decisiones políticas. Nuestras reservas del orden de dos billones de barriles apenas darían para unos seis años, mientras cualquier país petrolero supera los cien billones de barriles, con horizontes de explotación de decenas de años (v.gr. Venezuela, con doscientos billones y cien años). Como el precio del crudo depende de la guerra entre Estados Unidos y los productores árabes (Arabia Saudita e Irán) en la que el costo de la producción por fracking será la variable que lo determina –hoy las pequeñas empresas americanas están quebradas y cerrando, y la producción americana se proyecta bajar de 10 millones de barriles diarios a 8 millones– el efecto entre nosotros será parecido, y por debajo de cierto precio no será rentable extraer y procesar los crudos pesados. Hoy se prevé que el famoso millón de barriles diarios bajará a por lo menos 800.000 y probablemente a 600.000; y la caída de las exploraciones apenas refleja lo anterior, pero sobre todo, muestra una perspectiva aún más negra.
Se habla del crecimiento de la industria porque Reficar entró en operación, y se buscan más incentivos para la exploración. Se espera incrementar los ingresos fiscales con la amnistía tributaria que permite legalizar (léase lavar) dineros clandestinos en el extranjero, convirtiéndonos de paso en una gran lavandería y en ‘paraíso fiscal’; y, con el alza de intereses del Banrepública, que atrae capitales golondrina y crea un círculo vicioso de un dólar que se abarata y propicia grandes retornos a medida que esto hace subir los activos financieros (TES, acciones, bonos), nos volvimos lo que Rudolf Hommes llama un ‘paraíso especulativo’.
Y, a pesar de que las expectativas puestas en los TLC no se han cumplido y por el contrario las exportaciones han disminuido (este año -32%), la política económica no cambia y nos hace depender de factores externos y no de una reestructuración interna.