El 10 de diciembre se conmemora el sexagésimo aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Luego de dos guerras mundiales y las barbaridades reveladas sobre el Holocausto, la comunidad internacional se aprestaba a buscar un instrumento que sirviera como norte global, que fungiera como escudo de protección y antídoto a nuevas atrocidades.
La Declaración reconoce los derechos inalienables y universales de la humanidad: el derecho a la libertad en sus múltiples formas (expresión, asociación, tránsito, privacidad, etc.), a la dignidad, a la no discriminación (por razones de género, credo, etnia, entre otros) así como el derecho a la igualdad y justicia.
Detrás de esta “Magna carta de la humanidad” estuvieron el empeño y férrea voluntad de una extraordinaria mujer, Eleanor Roosevelt, bautizada por el presidente Harry Truman como la “Primera dama del mundo” gracias a sus múltiples contribuciones, especialmente en el área de derechos humanos.
Eleanor fue una pieza fundamental en la lucha por la conformación de un foro permanente de negociación y diálogo entre las naciones, que ante todo velara por la paz y seguridad internacional: las Naciones Unidas.
Como delegada de Estados Unidos (1945-52) ante este ente sus contribuciones son invaluables, sobresaliendo entre ellas, su presidencia en la Comisión de Derechos Humanos así como del comité redactor de la que sería la Declaración Universal de Derechos Humanos.
En 1953 decía “¿Dónde comienzan los derechos humanos universales? En los pequeños lugares, cerca de casa. Son tan cercanos y tan pequeños que no son visibles en ningún mapa del mundo. Aun así, conforman el mundo de toda persona: el vecindario en el que vive, la escuela o universidad a la que asiste; la fábrica, granja u oficina donde trabaja. Estos son los lugares donde cada hombre, mujer y niño busca la igualdad de justicia, la igualdad de oportunidad y la igualdad de dignidad sin discriminación. A no ser que estos derechos tengan significado en estos lugares, no tendrán significado en ningún otro lado. Sin la acción concertada de la ciudadanía para defenderlos cerca del hogar, buscaremos en vano el progreso en el mundo más amplio”.
Sesenta años después, inmersos en la peor crisis luego de la Gran Depresión, recibimos con esperanza el nombramiento de otra ex primera dama, Hillary Clinton como secretaria de Estado. Deberá sortear difíciles retos: recuperar la credibilidad y liderazgo de Estados Unidos, fortalecer las Naciones Unidas mediante una recomposición acorde con la actual realidad geopolítica, y retomar el derecho internacional como el gran pilar para la paz, la seguridad y la justicia social.
El nuevo siglo demanda otro New Deal de consensos, responsabilidades compartidas e ingeniosas soluciones, solo así podrán las naciones asegurar el cumplimiento efectivo a esa gran aspiración-promesa que es la Declaración Universal de Derechos Humanos
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El 10 de diciembre se conmemora el sexagésimo aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Luego de dos guerras mundiales y las barbaridades reveladas sobre el Holocausto, la comunidad internacional se aprestaba a buscar un instrumento que sirviera como norte global, que fungiera como escudo de protección y antídoto a nuevas atrocidades.
La Declaración reconoce los derechos inalienables y universales de la humanidad: el derecho a la libertad en sus múltiples formas (expresión, asociación, tránsito, privacidad, etc.), a la dignidad, a la no discriminación (por razones de género, credo, etnia, entre otros) así como el derecho a la igualdad y justicia.
Detrás de esta “Magna carta de la humanidad” estuvieron el empeño y férrea voluntad de una extraordinaria mujer, Eleanor Roosevelt, bautizada por el presidente Harry Truman como la “Primera dama del mundo” gracias a sus múltiples contribuciones, especialmente en el área de derechos humanos.
Eleanor fue una pieza fundamental en la lucha por la conformación de un foro permanente de negociación y diálogo entre las naciones, que ante todo velara por la paz y seguridad internacional: las Naciones Unidas.
Como delegada de Estados Unidos (1945-52) ante este ente sus contribuciones son invaluables, sobresaliendo entre ellas, su presidencia en la Comisión de Derechos Humanos así como del comité redactor de la que sería la Declaración Universal de Derechos Humanos.
En 1953 decía “¿Dónde comienzan los derechos humanos universales? En los pequeños lugares, cerca de casa. Son tan cercanos y tan pequeños que no son visibles en ningún mapa del mundo. Aun así, conforman el mundo de toda persona: el vecindario en el que vive, la escuela o universidad a la que asiste; la fábrica, granja u oficina donde trabaja. Estos son los lugares donde cada hombre, mujer y niño busca la igualdad de justicia, la igualdad de oportunidad y la igualdad de dignidad sin discriminación. A no ser que estos derechos tengan significado en estos lugares, no tendrán significado en ningún otro lado. Sin la acción concertada de la ciudadanía para defenderlos cerca del hogar, buscaremos en vano el progreso en el mundo más amplio”.
Sesenta años después, inmersos en la peor crisis luego de la Gran Depresión, recibimos con esperanza el nombramiento de otra ex primera dama, Hillary Clinton como secretaria de Estado. Deberá sortear difíciles retos: recuperar la credibilidad y liderazgo de Estados Unidos, fortalecer las Naciones Unidas mediante una recomposición acorde con la actual realidad geopolítica, y retomar el derecho internacional como el gran pilar para la paz, la seguridad y la justicia social.
El nuevo siglo demanda otro New Deal de consensos, responsabilidades compartidas e ingeniosas soluciones, solo así podrán las naciones asegurar el cumplimiento efectivo a esa gran aspiración-promesa que es la Declaración Universal de Derechos Humanos
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