El descubrimiento y colonización de los territorios americanos, así como las grandes riquezas y beneficios que de éstos obtenía la Corona española, despertaron el interés de otras naciones europeas que también buscaban extender sus territorios y aumentar su poderío económico, como Inglaterra, Francia y Holanda.
España, celosa de conservar sus privilegios en América, estableció un régimen de navegación y de comercio cerrado y proteccionista, sustentado en la corriente económica del mercantilismo, el cual imponía severas restricciones al comercio entre las naciones. España buscó a una costa establecer barreras comerciales estrictas alrededor de sus posesiones en América para proteger su monopolio económico.4 Sin embargo, a la larga esa política le resultó contraproducente, ya que mientras el poderío económico de España se basaba en los metales preciosos obtenidos en América,2 los ingleses, franceses y holandeses empezaron a producir manufacturas que comercializaban en Europa, incluyendo a España, la cual se veía obligada a comprarles las mercancías que no se producían ni en la península ni en las colonias. Así, España fue quedando rezagada en el proceso manufacturero con respecto de otros países europeos, pues participaba en el mercado mundial como una nación compradora de manufacturas y no productora de ellas. Por otro lado, al restringir España el libre comercio entre sus colonias y otras naciones europeas, propició el contrabando, mediante el cual se introducían mercancías de manera clandestina a las colonias, así como la piratería inglesa, francesa y holandesa sobre las embarcaciones españolas que llevaban las riquezas metálicas desde América a la metrópoli. Ello constituyó una de las múltiples causas de los constantes conflictos y enfrentamientos bélicos entre España y otras naciones europeas, principalmente Inglaterra y Francia, que la obligaron a destinar gran parte de las riquezas obtenidas en sus colonias y mermaron su poderío.3
El descubrimiento y colonización de los territorios americanos, así como las grandes riquezas y beneficios que de éstos obtenía la Corona española, despertaron el interés de otras naciones europeas que también buscaban extender sus territorios y aumentar su poderío económico, como Inglaterra, Francia y Holanda.
España, celosa de conservar sus privilegios en América, estableció un régimen de navegación y de comercio cerrado y proteccionista, sustentado en la corriente económica del mercantilismo, el cual imponía severas restricciones al comercio entre las naciones. España buscó a una costa establecer barreras comerciales estrictas alrededor de sus posesiones en América para proteger su monopolio económico.4 Sin embargo, a la larga esa política le resultó contraproducente, ya que mientras el poderío económico de España se basaba en los metales preciosos obtenidos en América,2 los ingleses, franceses y holandeses empezaron a producir manufacturas que comercializaban en Europa, incluyendo a España, la cual se veía obligada a comprarles las mercancías que no se producían ni en la península ni en las colonias. Así, España fue quedando rezagada en el proceso manufacturero con respecto de otros países europeos, pues participaba en el mercado mundial como una nación compradora de manufacturas y no productora de ellas. Por otro lado, al restringir España el libre comercio entre sus colonias y otras naciones europeas, propició el contrabando, mediante el cual se introducían mercancías de manera clandestina a las colonias, así como la piratería inglesa, francesa y holandesa sobre las embarcaciones españolas que llevaban las riquezas metálicas desde América a la metrópoli. Ello constituyó una de las múltiples causas de los constantes conflictos y enfrentamientos bélicos entre España y otras naciones europeas, principalmente Inglaterra y Francia, que la obligaron a destinar gran parte de las riquezas obtenidas en sus colonias y mermaron su poderío.3