la huella de tacos listados que Neil Armstrong plantó el 20 de julio de 1969 en la superficie de la Luna, marcó con fuego la industria espacial soviética precisamente cuando más fuerte pisaba en el Cosmos. El alunizaje del Apolo 11 abrió un cráter en la moral de Moscú.
Desde el lanzamiento del primer satélite artificial, el 'Sputnik', el 4 de octubre de 1957, Moscú había liderado en solitario el camino hacia las estrellas con una secuencia impecable de éxitos pioneros. Entre 1957 y 1961 la URSS había puesto en órbita al 'Sputnik', a la perrita Laika y al primer ser humano (Yuri Gagarin a bordo de la nave Vostok-1). Menos conocido fue el lanzamiento en 1959 de la sonda 'Luna-2', el primer ingenio terrícola que alcanzó a impactar en la superficie de nuestro satélite. Todos aquellos hitos fueron apadrinados por Serguei Koroliov, el ingeniero visionario que dio alas a las aspiraciones del Kremlin encabalgando sus ingenios espaciales sobre los misiles intercontinentales que la URSS desarrollaba con la mira puesta en EEUU.
En los inicios de la carrera espacial, la NASA mordió el polvo estelar. Pero la inesperada muerte en 1966 de Koroliov dejó en el aire el programa soviético para enviar a un hombre a la Luna, justo cuando más alto apuntaba el Politburó. El líder soviético de la época, Leonidas Brezhnev, tenía una idea clara: el satélite blanco debía ser rojo en 1967, coincidiendo con el 50º aniversario de la Revolución. Pero el sustituto de Koroliov, Vasili Mishin, no estuvo a la altura del reto: sus cohetes superpropulsores, pifiaron hasta tres despegues de prueba. El último, a tres semanas del alunizaje del Apolo 11.
El proyecto ultrasecreto para enviar a un soviético a la Luna fue bautizado N-1 por Moscú, que llegó a reclutar a los astronautas que debían haber clavado la bandera roja en suelo selenita. Uno de ellos fue el ingeniero y cosmonauta Oleg Makarov (fallecido en 2003), que participó con Koroliov en la puesta a punto de las naves primigenias Vostok. Sin embargo, aquel «pequeño paso» pisoteó las aspiraciones del Kremlin, que mantuvo su fracaso en secreto e intentó maquillarlo (negando que hubiera planeado enviar hombres a la Luna) y amplificando los éxitos de sus sondas robóticas, capaces de alunizar y fotografiar la cara oculta de la Luna. Sólo en 1989, la transparencia informativa que alumbró la 'perestroika' sacó a la luz la historia del fracaso de Mishin.
la huella de tacos listados que Neil Armstrong plantó el 20 de julio de 1969 en la superficie de la Luna, marcó con fuego la industria espacial soviética precisamente cuando más fuerte pisaba en el Cosmos. El alunizaje del Apolo 11 abrió un cráter en la moral de Moscú.
Desde el lanzamiento del primer satélite artificial, el 'Sputnik', el 4 de octubre de 1957, Moscú había liderado en solitario el camino hacia las estrellas con una secuencia impecable de éxitos pioneros. Entre 1957 y 1961 la URSS había puesto en órbita al 'Sputnik', a la perrita Laika y al primer ser humano (Yuri Gagarin a bordo de la nave Vostok-1). Menos conocido fue el lanzamiento en 1959 de la sonda 'Luna-2', el primer ingenio terrícola que alcanzó a impactar en la superficie de nuestro satélite. Todos aquellos hitos fueron apadrinados por Serguei Koroliov, el ingeniero visionario que dio alas a las aspiraciones del Kremlin encabalgando sus ingenios espaciales sobre los misiles intercontinentales que la URSS desarrollaba con la mira puesta en EEUU.
En los inicios de la carrera espacial, la NASA mordió el polvo estelar. Pero la inesperada muerte en 1966 de Koroliov dejó en el aire el programa soviético para enviar a un hombre a la Luna, justo cuando más alto apuntaba el Politburó. El líder soviético de la época, Leonidas Brezhnev, tenía una idea clara: el satélite blanco debía ser rojo en 1967, coincidiendo con el 50º aniversario de la Revolución. Pero el sustituto de Koroliov, Vasili Mishin, no estuvo a la altura del reto: sus cohetes superpropulsores, pifiaron hasta tres despegues de prueba. El último, a tres semanas del alunizaje del Apolo 11.
El proyecto ultrasecreto para enviar a un soviético a la Luna fue bautizado N-1 por Moscú, que llegó a reclutar a los astronautas que debían haber clavado la bandera roja en suelo selenita. Uno de ellos fue el ingeniero y cosmonauta Oleg Makarov (fallecido en 2003), que participó con Koroliov en la puesta a punto de las naves primigenias Vostok. Sin embargo, aquel «pequeño paso» pisoteó las aspiraciones del Kremlin, que mantuvo su fracaso en secreto e intentó maquillarlo (negando que hubiera planeado enviar hombres a la Luna) y amplificando los éxitos de sus sondas robóticas, capaces de alunizar y fotografiar la cara oculta de la Luna. Sólo en 1989, la transparencia informativa que alumbró la 'perestroika' sacó a la luz la historia del fracaso de Mishin.