María había sido de las primeras de su clase en quitar los ruedines de la bici. Siempre se le había dado muy bien montar en bicicleta y contaba los días para que llegase el fin de semana y poder salir a dar un paseo.
La verdad es que le hubiera gustado poder ir todos los días rodando hasta el colegio pero, como no había carril bici hasta allí, era imposible. Así que lo primero que hacía cada sábado era buscar las rodilleras, las coderas y el casco en el armario y desayunar un buen tazón de cereales para estar bien fuerte y darle a los pedales.
Una mañana, mientras esperaba en la calle a que su madre bajase también con su bici, María vio pasar muy rápido a un grupo de chicos en bici. Un policía les riñó porque estaba prohibido ir por la acera tan rápido.
-Hay niños pequeños y señores mayores, tenéis que tener cuidado para no hacerles daño -les dijo.
María pudo escuchar toda la conversación entre el policía y los chicos. Ellos estaban un poco avergonzados y prometieron no volver a hacerlo. El policía les recordó que, en las ciudades, todos teníamos que convivir intentando no molestar a los demás. Les dijo que en el parque había muchos tramos de carril bici y que incluso iban a construir más. También les recordó que tenían que llevar siempre el casco, porque, si se caían de la bici, podían hacerse mucho daño.
Nada más bajar su madre, María, que había escuchado muy atentamente las palabras del policía, le dijo que fueran directamente al parque a usar el carril bici. Al llegar, lo primero que hizo fue abrocharse el casco y ajustarse bien las rodilleras y las coderas. Dio tres vueltas al parque y subió y bajó unas rampas que habían puesto en una de las zonas infantiles.
Pasó una tarde estupenda y todavía lo fue más cuando su madre le dejó merendar uno de sus helados favoritos: de vainilla con chocolate.
De vuelta a casa, María volvió a ver al mismo policía. Esta vez no estaba riñendo a los chicos de la bici, sino a una conductora que, con su furgoneta, había pasado demasiado cerca de un grupo de ciclistas. De hecho uno que iba un
poco despistado estuvo a punto de caerse. La señora, muy arrepentida, prometió que no lo volvería a hacer y se alejó calle abajo.
En ese momento, el policía vio cómo María observaba la escena muy intrigada y se acercó a la
niña. Le explicó que tenía que estar muy atento a esas cosas porque en la ciudad teníamos que convivir todos y tratarnos con respeto.
-Al igual que las bicis no pueden ir muy rápido por la acera, los coches tienen que separarse bastante de ellas para no causar un accidente -le explicó con mucha amabilidad.
El policía le dijo también que no se olvidase nunca del casco. María, que era una niña muy curiosa y observadora, se fue esa noche a la cama con una palabra dándole vueltas en la cabeza: convivencia. Nunca la había escuchado, pero viendo lo que le había dicho el policía a los chicos de las bicis y a la señora del coche, sabía que había entendido gran parte de su significado.
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María había sido de las primeras de su clase en quitar los ruedines de la bici. Siempre se le había dado muy bien montar en bicicleta y contaba los días para que llegase el fin de semana y poder salir a dar un paseo.
La verdad es que le hubiera gustado poder ir todos los días rodando hasta el colegio pero, como no había carril bici hasta allí, era imposible. Así que lo primero que hacía cada sábado era buscar las rodilleras, las coderas y el casco en el armario y desayunar un buen tazón de cereales para estar bien fuerte y darle a los pedales.
Una mañana, mientras esperaba en la calle a que su madre bajase también con su bici, María vio pasar muy rápido a un grupo de chicos en bici. Un policía les riñó porque estaba prohibido ir por la acera tan rápido.
-Hay niños pequeños y señores mayores, tenéis que tener cuidado para no hacerles daño -les dijo.
María pudo escuchar toda la conversación entre el policía y los chicos. Ellos estaban un poco avergonzados y prometieron no volver a hacerlo. El policía les recordó que, en las ciudades, todos teníamos que convivir intentando no molestar a los demás. Les dijo que en el parque había muchos tramos de carril bici y que incluso iban a construir más. También les recordó que tenían que llevar siempre el casco, porque, si se caían de la bici, podían hacerse mucho daño.
Nada más bajar su madre, María, que había escuchado muy atentamente las palabras del policía, le dijo que fueran directamente al parque a usar el carril bici. Al llegar, lo primero que hizo fue abrocharse el casco y ajustarse bien las rodilleras y las coderas. Dio tres vueltas al parque y subió y bajó unas rampas que habían puesto en una de las zonas infantiles.
Pasó una tarde estupenda y todavía lo fue más cuando su madre le dejó merendar uno de sus helados favoritos: de vainilla con chocolate.
De vuelta a casa, María volvió a ver al mismo policía. Esta vez no estaba riñendo a los chicos de la bici, sino a una conductora que, con su furgoneta, había pasado demasiado cerca de un grupo de ciclistas. De hecho uno que iba un
poco despistado estuvo a punto de caerse. La señora, muy arrepentida, prometió que no lo volvería a hacer y se alejó calle abajo.
En ese momento, el policía vio cómo María observaba la escena muy intrigada y se acercó a la
niña. Le explicó que tenía que estar muy atento a esas cosas porque en la ciudad teníamos que convivir todos y tratarnos con respeto.
-Al igual que las bicis no pueden ir muy rápido por la acera, los coches tienen que separarse bastante de ellas para no causar un accidente -le explicó con mucha amabilidad.
El policía le dijo también que no se olvidase nunca del casco. María, que era una niña muy curiosa y observadora, se fue esa noche a la cama con una palabra dándole vueltas en la cabeza: convivencia. Nunca la había escuchado, pero viendo lo que le había dicho el policía a los chicos de las bicis y a la señora del coche, sabía que había entendido gran parte de su significado.
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