Hay en la provincia de Valladolid un pueblo tan pequeño e insignificante, que su nombre no figura en ningún mapa, por muy detallado que sea.
Como no hace a la esencia del hecho, lo omito de buena gana, en la inteligencia de que el lector, en ello, ni gana ni pierde.
Bástele saber que entre sus habitantes, la memoria de Adrián el Tullido se conserva incólume; pero se conserva como la de uno de esos objetos de horror, como uno de esos cuentos que sirvan para entretener la velada de una noche de invierno, en torno del hogar, con la rueca en la mano y la jarra al lado.
Adrián el Tullido ha sido un personaje que ha pasado a la categoría de la leyenda.
Ignoro si ha dejado herederos de su apellido: lo que sí me atrevo a afirmar es que en este caso no estarán muy orgullosos de su gloria.
Los habitantes de la aldea a que me refiero al comienzo de estos renglones aseguran muy formalmente haber oído contar a sus antepasados, así como estos aseguraban haber oído a los suyos, que allá por los años de mil quinientos y tantos, en una hermosa mañana del mes de junio, apareció en la puerta de la iglesia, creo que era un día festivo, un hombre apoyado en unas muletas con un tabardo sucio y remendado, y una especie de birrete de pieles sobre su calva y asquerosa cabeza.
Respuesta:
Adrián el Tullido
Hay en la provincia de Valladolid un pueblo tan pequeño e insignificante, que su nombre no figura en ningún mapa, por muy detallado que sea.
Como no hace a la esencia del hecho, lo omito de buena gana, en la inteligencia de que el lector, en ello, ni gana ni pierde.
Bástele saber que entre sus habitantes, la memoria de Adrián el Tullido se conserva incólume; pero se conserva como la de uno de esos objetos de horror, como uno de esos cuentos que sirvan para entretener la velada de una noche de invierno, en torno del hogar, con la rueca en la mano y la jarra al lado.
Adrián el Tullido ha sido un personaje que ha pasado a la categoría de la leyenda.
Ignoro si ha dejado herederos de su apellido: lo que sí me atrevo a afirmar es que en este caso no estarán muy orgullosos de su gloria.
Los habitantes de la aldea a que me refiero al comienzo de estos renglones aseguran muy formalmente haber oído contar a sus antepasados, así como estos aseguraban haber oído a los suyos, que allá por los años de mil quinientos y tantos, en una hermosa mañana del mes de junio, apareció en la puerta de la iglesia, creo que era un día festivo, un hombre apoyado en unas muletas con un tabardo sucio y remendado, y una especie de birrete de pieles sobre su calva y asquerosa cabeza.