exigencias del comercio editorial partieron en dos la novela que Gabriel Miró concibió como una, y las mismas exigencias imponen ahora un comentario limitado en este tomo de la «Obra Completa» a la que sale como su primera mitad, titulada Nuestro Padre San Daniel. Es una limitación un poco absurda que, si uno no tiene en cuenta su origen, puede llevar al crítico a disparates tales como los que desfiguran el famoso artículo de José Ortega y Gasset sobre El obispo leproso, debido a que no había leído ésta, la primera parte de la novela. Miró mismo, como veremos, confirma la absoluta unidad de los dos libros.
Es fácil determinar (ver más abajo la carta a Ricardo Baeza) que en mayo de 1919 Nuestro Padre ya estaba casi terminado. Pero ¿cuándo empezó a tomar forma en la imaginación del escritor y bajo qué condiciones? Hay motivos para pensar que ya en el año 1912 estaba dando vueltas a la materia, pues en una carta a su amigo Enrique Puigcerver en noviembre de dicho año escribe: «Daré este invierno El obispo leproso y la loca, y acaso otras dos obras que no tienen título. Esto si me fortalezco y no me desgarran más los cirujanos y los acreedores más feroces que los médicos». [La correspondencia Miró-Puigcerver la puso a mi disposición don Vicente Ramos cuando era director de la Biblioteca Gabriel Miró, Alicante]. Un poco antes (octubre) había escrito al mismo amigo: «La casa Doménech está imprimiendo dos libros míos y una traducción, y yo tengo en estudio tres libros que no sé cuándo podré escribir». O pasó muy rápidamente del pensamiento a la palabra para esperar, después de un mes, entregar a la editorial, no sólo El Obispo leproso y la loca sino las otras dos que siguen sin título, o la segunda carta -la de noviembre- es sencillamente una repetición ligeramente más esperanzada que la primera, que describe obras todavía en estado de gestación. De todas maneras, no cabe duda de que estamos presenciando la concepción de la gran novela de Oleza. Estudiemos en más detalle este momento en la vida del escritor.
Arbitrariamente, definámoslo como el año 1912 sin saber ni en qué semana ni en qué mes tuvo la ocurrencia de escribir una novela alrededor de la figura del obispo. Nadie mejor que Miró para contarnos cómo comienza el año para él. Escribe desde su casa en Alicante, Plaza de Ramiro, a su entrañable amigo Germán Bernácer:
...he vuelto con tristeza la mirada a 1911, y apenas he encontrado provecho para mi hogar. He cumplido 32 años, tengo dos hijas y soy pobre; cada día más pobre. ¡Yo no sé qué haría para tener dineros! Hoy día 2 de enero sólo pienso en el dinero. [...] Yo tampoco soy Óscar [Esplá], joven, rico y solo. Óscar tiene el derecho y la obligación a sentirse genio. Yo me contento con llamármelo en nuestras íntimas tertulias. [...] Este año no nos hemos reunido para saludar al nuevo. Yo lo he esperado sólito. Mi mujer estaba enferma, Olimpita [sic], también, Clemencita comenzaba a estarlo. Y yo, apagué la lámpara de mi cuarto, abrí la puerta de la salita de las nenas, y dejé encendida la lucecita azulada de la cueva del nacimiento. Tus manos la pusieron en otras navidades; y mientras hogaño sonaban las sirenas de los vapores del muelle, yo fumaba sólo y muy triste, pensando en los míos, mirando el fanal azul que alumbraba las figuritas del Belem y derramaba una luz más dulce sobre el recuerdo.
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exigencias del comercio editorial partieron en dos la novela que Gabriel Miró concibió como una, y las mismas exigencias imponen ahora un comentario limitado en este tomo de la «Obra Completa» a la que sale como su primera mitad, titulada Nuestro Padre San Daniel. Es una limitación un poco absurda que, si uno no tiene en cuenta su origen, puede llevar al crítico a disparates tales como los que desfiguran el famoso artículo de José Ortega y Gasset sobre El obispo leproso, debido a que no había leído ésta, la primera parte de la novela. Miró mismo, como veremos, confirma la absoluta unidad de los dos libros.
Es fácil determinar (ver más abajo la carta a Ricardo Baeza) que en mayo de 1919 Nuestro Padre ya estaba casi terminado. Pero ¿cuándo empezó a tomar forma en la imaginación del escritor y bajo qué condiciones? Hay motivos para pensar que ya en el año 1912 estaba dando vueltas a la materia, pues en una carta a su amigo Enrique Puigcerver en noviembre de dicho año escribe: «Daré este invierno El obispo leproso y la loca, y acaso otras dos obras que no tienen título. Esto si me fortalezco y no me desgarran más los cirujanos y los acreedores más feroces que los médicos». [La correspondencia Miró-Puigcerver la puso a mi disposición don Vicente Ramos cuando era director de la Biblioteca Gabriel Miró, Alicante]. Un poco antes (octubre) había escrito al mismo amigo: «La casa Doménech está imprimiendo dos libros míos y una traducción, y yo tengo en estudio tres libros que no sé cuándo podré escribir». O pasó muy rápidamente del pensamiento a la palabra para esperar, después de un mes, entregar a la editorial, no sólo El Obispo leproso y la loca sino las otras dos que siguen sin título, o la segunda carta -la de noviembre- es sencillamente una repetición ligeramente más esperanzada que la primera, que describe obras todavía en estado de gestación. De todas maneras, no cabe duda de que estamos presenciando la concepción de la gran novela de Oleza. Estudiemos en más detalle este momento en la vida del escritor.
Arbitrariamente, definámoslo como el año 1912 sin saber ni en qué semana ni en qué mes tuvo la ocurrencia de escribir una novela alrededor de la figura del obispo. Nadie mejor que Miró para contarnos cómo comienza el año para él. Escribe desde su casa en Alicante, Plaza de Ramiro, a su entrañable amigo Germán Bernácer:
...he vuelto con tristeza la mirada a 1911, y apenas he encontrado provecho para mi hogar. He cumplido 32 años, tengo dos hijas y soy pobre; cada día más pobre. ¡Yo no sé qué haría para tener dineros! Hoy día 2 de enero sólo pienso en el dinero. [...] Yo tampoco soy Óscar [Esplá], joven, rico y solo. Óscar tiene el derecho y la obligación a sentirse genio. Yo me contento con llamármelo en nuestras íntimas tertulias. [...] Este año no nos hemos reunido para saludar al nuevo. Yo lo he esperado sólito. Mi mujer estaba enferma, Olimpita [sic], también, Clemencita comenzaba a estarlo. Y yo, apagué la lámpara de mi cuarto, abrí la puerta de la salita de las nenas, y dejé encendida la lucecita azulada de la cueva del nacimiento. Tus manos la pusieron en otras navidades; y mientras hogaño sonaban las sirenas de los vapores del muelle, yo fumaba sólo y muy triste, pensando en los míos, mirando el fanal azul que alumbraba las figuritas del Belem y derramaba una luz más dulce sobre el recuerdo.