Antes de los atentados de París del 13 de noviembre, las alarmas ya sonaban a lo largo del continente europeo. Los días 11 y 12 de esa semana se había celebrado en La Valetta la cumbre sobre migración, que reunió a los líderes de la Unión Europea con los de África. La difícil gestión de las oleadas de refugiados confundidos con inmigrantes - o de inmigrantes confundidos con refugiados-, antes de convertirse en “indigestión”, produjo inmediatamente en las sociedades europeas el miedo de invasión. El rechazo de muchos europeos al coste económico y social (por no decir cultural) de acoger centenares de miles de personas es un sentir popular sintonizado por gobernantes electos y exacerbado por demagogos en liza.
Es cierto que la solidaridad y el humanitarismo europeos también tienen su espacio. Valores con los cuales ha procurado ser coherente la acción exterior europea, que de haber logrado movilizar más voluntades y recursos hubiera invertido mayores medios en financiar la adecuada y duradera acogida de refugiados sirios en países como Líbano, Jordania o Turquía, antes de que se pusieran en movimiento hacia las fronteras sur-orientales de Europa. Ojalá también hubiera facilitado la resolución de los conflictos en esa región, aunque ello no depende sólo de Europa. A falta de una prevención eficaz, nos encontramos en un escenario reactivo, y en éste el impulso más potente es el miedo.
Antes de los atentados de París del 13 de noviembre, las alarmas ya sonaban a lo largo del continente europeo. Los días 11 y 12 de esa semana se había celebrado en La Valetta la cumbre sobre migración, que reunió a los líderes de la Unión Europea con los de África. La difícil gestión de las oleadas de refugiados confundidos con inmigrantes - o de inmigrantes confundidos con refugiados-, antes de convertirse en “indigestión”, produjo inmediatamente en las sociedades europeas el miedo de invasión. El rechazo de muchos europeos al coste económico y social (por no decir cultural) de acoger centenares de miles de personas es un sentir popular sintonizado por gobernantes electos y exacerbado por demagogos en liza.
Es cierto que la solidaridad y el humanitarismo europeos también tienen su espacio. Valores con los cuales ha procurado ser coherente la acción exterior europea, que de haber logrado movilizar más voluntades y recursos hubiera invertido mayores medios en financiar la adecuada y duradera acogida de refugiados sirios en países como Líbano, Jordania o Turquía, antes de que se pusieran en movimiento hacia las fronteras sur-orientales de Europa. Ojalá también hubiera facilitado la resolución de los conflictos en esa región, aunque ello no depende sólo de Europa. A falta de una prevención eficaz, nos encontramos en un escenario reactivo, y en éste el impulso más potente es el miedo.