En los años sesenta y setenta se llevaron a cabo diversos trabajos
de investigación sobre historia de la nutrición, a menudo fructíferos:
historia y geografía de las plantas cultivadas , abastecimiento .y alimentación de una ciudad o de una provincia o de un medio social,
etc. Pero en la vanguardia de la historia científica han estado 10s trabajos de investigación sobre las raciones alimentarias, son 10s que han suscitado mayor entusiasmo, los que han movilizado a un mayor número de investigadores ... y también los que han dado resultados mas decepcionantes.
Estos estudios no solo calculan el peso del pan, del vino, de la carne, del queso o de la mantequilla, sino también, al igual que los especialista~ en nutrición, las raciones calóricas, las proporciones de glúcidos, de prótidos, de lipidos, de vitaminas y de elementos minerales.
Pero esta apariencia científica es, frecuentementc, ilusoria; por varias
razones:
Primero, porque las ideas de los nutricionistas evolucionan continuamente y habria que actualizar las raciones calculadas y las conclusiones históricas obtenidas. Maurice Aymard desarrolló este tema,
entre otros, en un excelente articulo metodológico que, lamentablemente, tiene ya mas de diez años y necesitaría también una revisión.
En segundo lugar, porque los documentos en que se basan estos estudios generalmente son libros de cuentas que anotan los productos
comprados, pero no los consumidos. En muchas ocasiones, los alimentos consumidos no habían sido contabilizados anteriormente porque
una parte de ellos habia sido producida en la misma casa y no comprada fuera. Este es el caso de las hortalizas y la fruta fresca. Por el contrario, no todos 10s alimentos contabilizados eran consumidos.
Hoy en día hay unanimidad entre los historiadores para afirmar que, aunque el ser humano sea omnívoro, ha sido principalmente carnívoro durante varios millones de años.
Desde su origen, y hasta comienzos del neolítico hace aproximadamente 10 000 años, los hombres fueron cazadores recolectores nómadas. Las presas de caza constituían la base de su alimentación (proteínas y lípidos); y también consumían bayas (frutas silvestres) o raíces (glúcidos con alto contenido de fibras e índices glicémicos muy bajos). La mayoría de los autores están de acuerdo en afirmar que nuestros antepasados comían también vegetales, accesoriamente (hojas, tallos, brotes) y sin duda también granos silvestres ocasionalmente, legumbres estas que deben clasificarse entre los alimentos con índice glicémico muy bajo.
Parece evidente que el gasto energético cotidiano de estos hombres primitivos era importante, no sólo por el hecho de las pruebas físicas que enfrentaban, sino también debido a la precariedad de sus condiciones de vida que los exponían a todos los azares climáticos.
La pregunta que acude a nuestra mente es entonces la siguiente: ¿cómo pudieron estos cuasi «deportistas de alto nivel» garantizar tal gasto en calorías, teniendo a su disposición tan pocos glúcidos y sobre todo ninguno de esos azúcares lentos* que los nutricionistas de hoy consideran indispensables?
Al volverse progresivamente más sedentario a partir del neolítico, el ser humano vivió el primero de los grandes cambios alimenticios de su historia. El desarrollo de la ganadería le permitió seguir comiendo carne, aunque no fuera exactamente la misma; y la introducción de la agricultura produjo cereales (trigo, centeno, cebada …), luego leguminosas (lentejas, arveja…) y más adelante verduras y frutas.
En los años sesenta y setenta se llevaron a cabo diversos trabajos
de investigación sobre historia de la nutrición, a menudo fructíferos:
historia y geografía de las plantas cultivadas , abastecimiento .y alimentación de una ciudad o de una provincia o de un medio social,
etc. Pero en la vanguardia de la historia científica han estado 10s trabajos de investigación sobre las raciones alimentarias, son 10s que han suscitado mayor entusiasmo, los que han movilizado a un mayor número de investigadores ... y también los que han dado resultados mas decepcionantes.
Estos estudios no solo calculan el peso del pan, del vino, de la carne, del queso o de la mantequilla, sino también, al igual que los especialista~ en nutrición, las raciones calóricas, las proporciones de glúcidos, de prótidos, de lipidos, de vitaminas y de elementos minerales.
Pero esta apariencia científica es, frecuentementc, ilusoria; por varias
razones:
Primero, porque las ideas de los nutricionistas evolucionan continuamente y habria que actualizar las raciones calculadas y las conclusiones históricas obtenidas. Maurice Aymard desarrolló este tema,
entre otros, en un excelente articulo metodológico que, lamentablemente, tiene ya mas de diez años y necesitaría también una revisión.
En segundo lugar, porque los documentos en que se basan estos estudios generalmente son libros de cuentas que anotan los productos
comprados, pero no los consumidos. En muchas ocasiones, los alimentos consumidos no habían sido contabilizados anteriormente porque
una parte de ellos habia sido producida en la misma casa y no comprada fuera. Este es el caso de las hortalizas y la fruta fresca. Por el contrario, no todos 10s alimentos contabilizados eran consumidos.
Espero que la respuesta te valga. :v
Hoy en día hay unanimidad entre los historiadores para afirmar que, aunque el ser humano sea omnívoro, ha sido principalmente carnívoro durante varios millones de años.
Desde su origen, y hasta comienzos del neolítico hace aproximadamente 10 000 años, los hombres fueron cazadores recolectores nómadas. Las presas de caza constituían la base de su alimentación (proteínas y lípidos); y también consumían bayas (frutas silvestres) o raíces (glúcidos con alto contenido de fibras e índices glicémicos muy bajos). La mayoría de los autores están de acuerdo en afirmar que nuestros antepasados comían también vegetales, accesoriamente (hojas, tallos, brotes) y sin duda también granos silvestres ocasionalmente, legumbres estas que deben clasificarse entre los alimentos con índice glicémico muy bajo.
Parece evidente que el gasto energético cotidiano de estos hombres primitivos era importante, no sólo por el hecho de las pruebas físicas que enfrentaban, sino también debido a la precariedad de sus condiciones de vida que los exponían a todos los azares climáticos.
La pregunta que acude a nuestra mente es entonces la siguiente: ¿cómo pudieron estos cuasi «deportistas de alto nivel» garantizar tal gasto en calorías, teniendo a su disposición tan pocos glúcidos y sobre todo ninguno de esos azúcares lentos* que los nutricionistas de hoy consideran indispensables?
Al volverse progresivamente más sedentario a partir del neolítico, el ser humano vivió el primero de los grandes cambios alimenticios de su historia. El desarrollo de la ganadería le permitió seguir comiendo carne, aunque no fuera exactamente la misma; y la introducción de la agricultura produjo cereales (trigo, centeno, cebada …), luego leguminosas (lentejas, arveja…) y más adelante verduras y frutas.