La formación educativa de una persona siempre ha tenido al menos dos facetas: una de carácter formal, vinculada a las instituciones oficiales, y otra de carácter vocacional, autodidacta, más vinculada al entorno y la búsqueda personal (lo que tradicionalmente se llama “la escuela de la calle” o “escuela de la vida”).
En el primer grupo, está básicamente la institución escuela y, en menor grado, las religiosas y otras instituciones como los clubes, asociaciones civiles, coros, etc.
Los primeros esfuerzos sistemáticos por impulsar la educación en todos sus niveles se rastrean hasta Manuel Belgrano. Gracias a su iniciativa, se impulsó la educación tanto primaria, técnica como universitaria, en un contexto hostil, donde la Corona boicoteaba cualquier esfuerzo de educación en las colonias. También abogó por la educación de las mujeres, algo poco común a comienzos del siglo XIX.
Tras su emancipación, y luego de décadas de disputa entre dos corrientes de pensamiento una de inspiración cristiana, la otra de carácter racionalista , en 1884 se sancionó la Ley 1.420 de Educación que expresamente presentaba el laicismo. El enfrentamiento del Estado con la Iglesia fue inevitable y llegó hasta tal punto que ese año el gobierno argentino conducido por el presidente Julio Argentino Roca rompió relaciones con el Vaticano y expulsó a su representante del país.
La escuela pasó a buscar una alfabetización masiva, y una afirmación tanto de los valores locales (idioma, símbolos patrios, próceres, territorio) como de los llamados universales (trabajo, honestidad, sacrificio, disciplina, igualdad), todos ellos propios del pensamiento liberal. Dentro de esa construcción de la identidad nacional, no aparecieron incluidos aquellos elementos de la producción cultural que la población consumía de hecho, y que el sector dominante, educado sobre bases europeas, no consideraba como dignos de ser incluidos dentro del sistema educativo.
El tango fue y es quizá el mejor representante de esta creación popular ignorada. A pesar de algunas leyes y decretos que en las últimas décadas han buscado reivindicar su existencia, hoy día el género aún busca su lugar en la currícula educativa (el folclore ya ha sido incluida desde hace unas décadas, aunque sea en forma parcial, especialmente a nivel primario y vinculado sobre todo a los actos y las fechas patrias). Si bien existen una serie de instituciones terciarias y universitarias que hace más de veinte años que funcionan adecuadamente (Universidad del Tango, Escuela de Música Popular de Avellaneda, Academia Nacional del Tango), la inserción del género en los otros niveles educativos es aún una deuda pendiente.
El tango y la educación. Dos fuerzas vivas que finalmente, sí parecen tocarse. Se atraen y se repelen incansablemente. Es que el tango, a su manera, también ha educado a generaciones enteras. En su particular modo, y gracias a su origen plebeyo, ha enseñado a cientos de miles de inmigrantes a integrarse a una sociedad nueva, a comenzar de nuevo del otro lado del océano, a poder canalizar sus tristezas en un espacio creativo. Imperfecto, oscuro en ocasiones, nunca garantizó la alegría; en ocasiones, de hecho, todo lo contrario.
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La formación educativa de una persona siempre ha tenido al menos dos facetas: una de carácter formal, vinculada a las instituciones oficiales, y otra de carácter vocacional, autodidacta, más vinculada al entorno y la búsqueda personal (lo que tradicionalmente se llama “la escuela de la calle” o “escuela de la vida”).
En el primer grupo, está básicamente la institución escuela y, en menor grado, las religiosas y otras instituciones como los clubes, asociaciones civiles, coros, etc.
Los primeros esfuerzos sistemáticos por impulsar la educación en todos sus niveles se rastrean hasta Manuel Belgrano. Gracias a su iniciativa, se impulsó la educación tanto primaria, técnica como universitaria, en un contexto hostil, donde la Corona boicoteaba cualquier esfuerzo de educación en las colonias. También abogó por la educación de las mujeres, algo poco común a comienzos del siglo XIX.
Tras su emancipación, y luego de décadas de disputa entre dos corrientes de pensamiento una de inspiración cristiana, la otra de carácter racionalista , en 1884 se sancionó la Ley 1.420 de Educación que expresamente presentaba el laicismo. El enfrentamiento del Estado con la Iglesia fue inevitable y llegó hasta tal punto que ese año el gobierno argentino conducido por el presidente Julio Argentino Roca rompió relaciones con el Vaticano y expulsó a su representante del país.
La escuela pasó a buscar una alfabetización masiva, y una afirmación tanto de los valores locales (idioma, símbolos patrios, próceres, territorio) como de los llamados universales (trabajo, honestidad, sacrificio, disciplina, igualdad), todos ellos propios del pensamiento liberal. Dentro de esa construcción de la identidad nacional, no aparecieron incluidos aquellos elementos de la producción cultural que la población consumía de hecho, y que el sector dominante, educado sobre bases europeas, no consideraba como dignos de ser incluidos dentro del sistema educativo.
El tango fue y es quizá el mejor representante de esta creación popular ignorada. A pesar de algunas leyes y decretos que en las últimas décadas han buscado reivindicar su existencia, hoy día el género aún busca su lugar en la currícula educativa (el folclore ya ha sido incluida desde hace unas décadas, aunque sea en forma parcial, especialmente a nivel primario y vinculado sobre todo a los actos y las fechas patrias). Si bien existen una serie de instituciones terciarias y universitarias que hace más de veinte años que funcionan adecuadamente (Universidad del Tango, Escuela de Música Popular de Avellaneda, Academia Nacional del Tango), la inserción del género en los otros niveles educativos es aún una deuda pendiente.
El tango y la educación. Dos fuerzas vivas que finalmente, sí parecen tocarse. Se atraen y se repelen incansablemente. Es que el tango, a su manera, también ha educado a generaciones enteras. En su particular modo, y gracias a su origen plebeyo, ha enseñado a cientos de miles de inmigrantes a integrarse a una sociedad nueva, a comenzar de nuevo del otro lado del océano, a poder canalizar sus tristezas en un espacio creativo. Imperfecto, oscuro en ocasiones, nunca garantizó la alegría; en ocasiones, de hecho, todo lo contrario.
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