Tomé el autobús a las dos. Hacía mucho calor. Comí en el restaurante Celeste, como de costumbre. Todos se condolieron mucho de mí, y Celeste me dijo: “Madre hay una sola.” Cuando partí, me acompañaron hasta la puerta. Me sentía un poco aturdido, pues fue necesario que subiera hasta la habitación de Manuel para pedirle prestados una corbata negra y un brazal. Él perdió a su tío hace unos meses.
Corrí para alcanzar el autobús. Me sentí adormecido sin duda por la prisa y la carrera, añadidas a los barquinazos, al olor a gasolina y a la reverberación del camino y del cielo.
Tomé el autobús a las dos. Hacía mucho calor. Comí en el restaurante Celeste, como de costumbre. Todos se condolieron mucho de mí, y Celeste me dijo: “Madre hay una sola.” Cuando partí, me acompañaron hasta la puerta. Me sentía un poco aturdido, pues fue necesario que subiera hasta la habitación de Manuel para pedirle prestados una corbata negra y un brazal. Él perdió a su tío hace unos meses.
Corrí para alcanzar el autobús. Me sentí adormecido sin duda por la prisa y la carrera, añadidas a los barquinazos, al olor a gasolina y a la reverberación del camino y del cielo.