July 2023 2 9 Report
un resumen de esto porfavor

MERCADOS EN LA EDAD MEDIA
lo primero que nos llamaría la atención sería el mal olor. En la Edad Media no solo no había manera de conservar fresca la mercancía cruda (más allá de llevar vivos los animales hasta la venta) sino que tampoco las calles donde se ubicaban las tiendas eran un dechado de higiene y salubridad.
Una vez recuperados de la impresión olfativa, no podríamos dejar de notar los gritos de todos los comerciantes intentando “colocar” sus productos. En el poema de Guillaume de Villeneuve “Los gritos de París” se recogen algunos de los más llamativos del siglo XIII en dicha ciudad, como “tengo buenos quesos de Champagne y de Brie”, “pescado de Bondy”, “pasteles calientes, tartas calientes, ¿quién quiere” o “anguilas a buen precio”. A los gritos de comerciantes había que sumar las voces de los músicos y actores que han acudido a él y reclaman la atención de los transeúntes
y por supuesto de los mendigos.Villeneuve se lamentaba en el poema de que se arruinaría si comprara una muestra de cada y que no podía dejar de gastar, como buen comprador compulsivo que era. En una ciudad como podía ser París en aquella época, las ocasiones de comprar eran numerosas, ya que había tiendas permanentes y comerciantes especializados a los que acudir en caso de necesidad. A esta oferta
se sumaban los vendedores ambulantes que recorrían sus calles y por supuesto las ferias y mercados periódicos en los que sus habitantes y los de los pueblos cercanos podían adquirir lo que necesitaran.
En pueblos más pequeños, sin embargo, las ventas se veían limitadas a mercados semanales, casi siempre de productos locales, en los que los campesinos podían comprar o intercambiar bienes de primera necesidad. Si tenían que adquirir algo más especializado o importado no les quedaba más remedio que acudir a una ciudad o esperar a que el vendedor ambulante pasara por su zona.
Qué se podía comprar en un mercado medieval El “catálogo” de mercancías que se podían comprar en un mercado medieval era bastante variado, y pasaba desde alimentos como carne, pescado, frutas o verduras sin olvidar materiales como
pieles o telas y objetos más elaborados como cerámicas, artículos de hierro o utensilios. Como hemos dicho, en estos mercados (pero sobre todo en las ferias) se podía vender género vivo, como gallinas, ovejas o vacas que luego eran destinadas para la ganadería o para la cocina. Los precios más altos solían corresponder con los artículos importados como aceite, vino, sedas, lanas finas,
perfumes o especias.
Las autoridades municipales velaban por que la calidad de los
productos que se vendían fuera buena (dentro de sus
posibilidades) y en ciudades alejadas de la costa como París
exigían que el pescado fresco que no se hubiera vendido en
una jornada fuera desechado para evitar problemas. Los
pescaderos solían, en esos casos, cortar a trozos el género
que les quedara y lo echaban al río a pedazos para evitar que
nadie los recuperara.

Los gremios especializados se aglutinaban en ciertas calles, de las que en muchas ocasiones nos ha quedado el nombre en el callejero y podían vender sus productos directamente en sus talleres.
Esto sucedía con carpinteros, orfebres y sastres que tenían sus productos junto al lugar de trabajo.
Los primeros gremios que separaron los almacenes de la zona de tienda, por motivos de higiene, fueron los carniceros y pescaderos. Sus casas se dividían en dos plantas, en la que una funcionaba como almacén, casa o taller y la otra era de venta al público y pronto este modelo fue tomado como ejemplo para las tiendas medievales. En ocasiones la planta superior tenía una trampilla por la que el vendedor se podía asomar si escuchaba las campanillas de que alguien había entrado a la
tienda.

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