Hernán Cortes lanzó la pelota al suelo. Y así el emperador Carlos y sus numerosos cortesanos asistieron a un prodigio jamás visto: la pelota rebotó y voló por los aires. En Europa no se conocía esa pelota mágica, sin embargo, en México y en Centroamérica se usaba el caucho desde siempre, y el juego de pelota tenía más de tres mil años de edad.
En el juego, ceremonia sagrada, combatían los trece cielos de arriba contra los nueve mundos de abajo, y la pelota, brincona, volandera, iba y venía entre la luz y la oscuridad.
La muerte era la recompensa del triunfador. El que vencía, moría. Él se ofrecía a los dioses, para que no se apagara el sol en el cielo y siguiera lloviendo la lluvia sobre la tierra.
Hernán Cortes lanzó la pelota al suelo. Y así el emperador Carlos y sus numerosos cortesanos asistieron a un prodigio jamás visto: la pelota rebotó y voló por los aires. En Europa no se conocía esa pelota mágica, sin embargo, en México y en Centroamérica se usaba el caucho desde siempre, y el juego de pelota tenía más de tres mil años de edad.
En el juego, ceremonia sagrada, combatían los trece cielos de arriba contra los nueve mundos de abajo, y la pelota, brincona, volandera, iba y venía entre la luz y la oscuridad.
La muerte era la recompensa del triunfador. El que vencía, moría. Él se ofrecía a los dioses, para que no se apagara el sol en el cielo y siguiera lloviendo la lluvia sobre la tierra.