Todas las mañanas, camino de la escuela Beatriz pasaba por casa de Sonia, una señora a la que todos apodaban ‘la bruja’. Pese a que su madre le había dicho mil veces que no se acercara a la casa de la bruja; una tarde Beatriz no pudo más con la curiosidad y quiso saber quién era esa misteriosa señora.
La encontró de espaldas: enormísima, se encontraba de espaldas juntando leña. La niña se acercó tímidamente y profirió un quedado ‘hola’ que provocó que la bruja cayera de bruces. Inmediatamente se repuso y se acercó a la niña que huía gritando ‘no me mate, no me mate’.
Los días siguientes, Beatriz tomó otro camino para ir a la escuela; uno que la librara de pasar por la casa de la bruja. Pero como era una niña muy curiosa y persistente volvió a intentarlo. Esta vez fue más cautelosa. Llegó a la casa cantando, para conseguir así que la bruja la oyera llegar. La señora la esperó en la puerta de la casa.
Cuando la niña estaba a unos pocos metros le dijo ‘Le he traído unas naranjas que he recogido en mi casa’. La señora dejó ver sus dientes blanquísimos y se acercó a la niña con suma bondad. Le agradeció profundamente por el obsequio y la invitó a pasar. A Beatriz le resultó sumamente extraño que la tratara con semejante amabilidad.
Cuando llegó la hora de despedirse, después de haber pasado varias horas en compañía de la señora le preguntó.
—¿Por qué todos la llaman la bruja si usted es una señora muy buena?
—La gente siempre tiene razones para odiar y discriminar a los que intentamos vivir de manera diferente.
—¿Y qué hace usted diferente?
—¿Vivo al margen de la sociedad. Siembro mis verduras, no voy al médico ni hago nada que me impongan, por ejemplo.
—¿Y qué puede tener eso de malo?
—Nada. Pero las personas le temen a aquello que se sale de la norma.
Cuando Beatriz se estaba marchando la anciana con la mirada envejecida le preguntó:
—Volverás a visitarme, ¿verdad?
—Sí, vendré todos los días al regresar del colegio.
—¿Puedo pedirte un favor?
—Sí, por supuesto.
—No reveles nuestro secreto: seremos amigas en este patiecito pero para los de afuera seguiré siendo la bruja.
Aunque Beatriz no entendió las razones de la señora, lo prometió y nunca reveló su secreto, ni siquiera a su madre.
Todas las mañanas, camino de la escuela Beatriz pasaba por casa de Sonia, una señora a la que todos apodaban ‘la bruja’. Pese a que su madre le había dicho mil veces que no se acercara a la casa de la bruja; una tarde Beatriz no pudo más con la curiosidad y quiso saber quién era esa misteriosa señora.
La encontró de espaldas: enormísima, se encontraba de espaldas juntando leña. La niña se acercó tímidamente y profirió un quedado ‘hola’ que provocó que la bruja cayera de bruces. Inmediatamente se repuso y se acercó a la niña que huía gritando ‘no me mate, no me mate’.
Los días siguientes, Beatriz tomó otro camino para ir a la escuela; uno que la librara de pasar por la casa de la bruja. Pero como era una niña muy curiosa y persistente volvió a intentarlo. Esta vez fue más cautelosa. Llegó a la casa cantando, para conseguir así que la bruja la oyera llegar. La señora la esperó en la puerta de la casa.
Cuando la niña estaba a unos pocos metros le dijo ‘Le he traído unas naranjas que he recogido en mi casa’. La señora dejó ver sus dientes blanquísimos y se acercó a la niña con suma bondad. Le agradeció profundamente por el obsequio y la invitó a pasar. A Beatriz le resultó sumamente extraño que la tratara con semejante amabilidad.
Cuando llegó la hora de despedirse, después de haber pasado varias horas en compañía de la señora le preguntó.
—¿Por qué todos la llaman la bruja si usted es una señora muy buena?
—La gente siempre tiene razones para odiar y discriminar a los que intentamos vivir de manera diferente.
—¿Y qué hace usted diferente?
—¿Vivo al margen de la sociedad. Siembro mis verduras, no voy al médico ni hago nada que me impongan, por ejemplo.
—¿Y qué puede tener eso de malo?
—Nada. Pero las personas le temen a aquello que se sale de la norma.
Cuando Beatriz se estaba marchando la anciana con la mirada envejecida le preguntó:
—Volverás a visitarme, ¿verdad?
—Sí, vendré todos los días al regresar del colegio.
—¿Puedo pedirte un favor?
—Sí, por supuesto.
—No reveles nuestro secreto: seremos amigas en este patiecito pero para los de afuera seguiré siendo la bruja.
Aunque Beatriz no entendió las razones de la señora, lo prometió y nunca reveló su secreto, ni siquiera a su madre.