Un niño, yacente en la hierba de la llanura, despertando intereses varios. Los transeúntes se paran a curiosear, a observar detalladamente los acontecimientos. Una imagen muy curiosa para la mayoría: una yegua intentando lamer la cara del infante, produciendo una llamativa mueca de desagrado en los allí presentes.
Teorías arrollan el sentido común de quienes rodean la escena, de quienes observan el cuerpo sin vida de un alma a la intemperie, con la lluvia arreciando en sus carnes. Las casas adyacentes hacen sonar la voz de alarma. Un gendarme cercano a las inmediaciones que, alarmado y preocupado por la insólita situación, se acerca al bullicio formado y, abriéndose paso como puede, llega a la primera línea. Se fija en un detalle del cuello, una pequeña hendidura que no parece ser de mucha ayuda para desvelar el problema.
La gente se preocupa por el niño; algunos incluso se arrodillan. El tráfico de la calle se detiene, llegan varias patrullas rutinarias a resolver la situación. Rodean de vallas el perímetro, impidiendo el acceso.
Se hacen llamadas, lloran la pérdida y reclaman una ayuda mayor, que no se limite a, simple y llanamente, cortar la circulación mientras luchan por ocultar los hechos. Pero nadie parece querer hacer más de la cuenta.
Llegan más policías y, en un abrir y cerrar de ojos, se llevan de allí el cuerpo, esperando que no dejara mella en la llorosa gente. Quizás, imaginan algunos yendo a lo más polarizado, esto solo haya sido un ensayo. Quizás, esto no ha sido real y solo han actuado de forma magistral unos actores que, bajo las órdenes de un dramaturgo, creaban una magistral obra de teatro. Una epopeya sobre la vida cotidiana, claro está.
La gente prefiere refugiarse en teorías y no aceptar. Porque ese niño que yacía inerte no estaba yuxtapuesto a ninguna obra de teatro, pero nadie se paró a pensar en ello.
Un niño, yacente en la hierba de la llanura, despertando intereses varios. Los transeúntes se paran a curiosear, a observar detalladamente los acontecimientos. Una imagen muy curiosa para la mayoría: una yegua intentando lamer la cara del infante, produciendo una llamativa mueca de desagrado en los allí presentes.
Teorías arrollan el sentido común de quienes rodean la escena, de quienes observan el cuerpo sin vida de un alma a la intemperie, con la lluvia arreciando en sus carnes. Las casas adyacentes hacen sonar la voz de alarma. Un gendarme cercano a las inmediaciones que, alarmado y preocupado por la insólita situación, se acerca al bullicio formado y, abriéndose paso como puede, llega a la primera línea. Se fija en un detalle del cuello, una pequeña hendidura que no parece ser de mucha ayuda para desvelar el problema.
La gente se preocupa por el niño; algunos incluso se arrodillan. El tráfico de la calle se detiene, llegan varias patrullas rutinarias a resolver la situación. Rodean de vallas el perímetro, impidiendo el acceso.
Se hacen llamadas, lloran la pérdida y reclaman una ayuda mayor, que no se limite a, simple y llanamente, cortar la circulación mientras luchan por ocultar los hechos. Pero nadie parece querer hacer más de la cuenta.
Llegan más policías y, en un abrir y cerrar de ojos, se llevan de allí el cuerpo, esperando que no dejara mella en la llorosa gente. Quizás, imaginan algunos yendo a lo más polarizado, esto solo haya sido un ensayo. Quizás, esto no ha sido real y solo han actuado de forma magistral unos actores que, bajo las órdenes de un dramaturgo, creaban una magistral obra de teatro. Una epopeya sobre la vida cotidiana, claro está.
La gente prefiere refugiarse en teorías y no aceptar. Porque ese niño que yacía inerte no estaba yuxtapuesto a ninguna obra de teatro, pero nadie se paró a pensar en ello.
-21 "ll" y 20 "y"