Era el 8 de diciembre del año 1854… La Iglesia universal cantaba alabanzas a María, la Inmaculada… Los templos católicos del mundo entero hacían resonar sus campanas…Un rayo de luz traspasaba las nubes de un cielo romano gris y, filtrándose a través de las vidrieras, cruzaba el lugar donde el Papa, reunido en la Basílica de San Pedro, con los Obispos que pudieron acudir, declaraba el dogma de la INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA.
Ese gozo de la Iglesia, que alcanzaba los lugares del “orbe católico”, llegaba seguramente hasta un rincón de los Pirineos franceses, en una ciudad pequeña, Lourdes…Pero quizás encontraba allí, totalmente ajena a tan gran acontecimiento, a una jovencita pobre, enfermiza, que ese día, como tantos otros, pastoreaba sus ovejas en Bartrés. Lejos, muy lejos, estaba ella, Bernardita Soubirous, de pensar que era la elegida de Dios para ratificar la declaración, hecha por la Iglesia, de que María, la Madre de Jesús, había sido “concebida sin mancha de pecado”.
Cuatro años después, efectivamente, la misma Madre de Jesús, se acercaba físicamente a esta niña…Después de unos encuentros en una cueva sucia, desangelada, donde se refugiaban los cerdos, se daba a conocer con estas palabras que eran para el mundo una definición clara y sorpréndete sí misma: “Soy la Inmaculada Concepción”
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Era el 8 de diciembre del año 1854… La Iglesia universal cantaba alabanzas a María, la Inmaculada… Los templos católicos del mundo entero hacían resonar sus campanas…Un rayo de luz traspasaba las nubes de un cielo romano gris y, filtrándose a través de las vidrieras, cruzaba el lugar donde el Papa, reunido en la Basílica de San Pedro, con los Obispos que pudieron acudir, declaraba el dogma de la INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA.
Ese gozo de la Iglesia, que alcanzaba los lugares del “orbe católico”, llegaba seguramente hasta un rincón de los Pirineos franceses, en una ciudad pequeña, Lourdes…Pero quizás encontraba allí, totalmente ajena a tan gran acontecimiento, a una jovencita pobre, enfermiza, que ese día, como tantos otros, pastoreaba sus ovejas en Bartrés. Lejos, muy lejos, estaba ella, Bernardita Soubirous, de pensar que era la elegida de Dios para ratificar la declaración, hecha por la Iglesia, de que María, la Madre de Jesús, había sido “concebida sin mancha de pecado”.
Cuatro años después, efectivamente, la misma Madre de Jesús, se acercaba físicamente a esta niña…Después de unos encuentros en una cueva sucia, desangelada, donde se refugiaban los cerdos, se daba a conocer con estas palabras que eran para el mundo una definición clara y sorpréndete sí misma: “Soy la Inmaculada Concepción”