Cuando Charles tenía 6 años su padre fue condenado a muchos años de cárcel por haber asesinado a un hombre. El niño visitaba cada domingo a su padre, le contaba sus aventuras y escuchaba historias escalofriantes que tenían lugar detrás de los muros.
El pequeño Dickens se vio profundamente marcado por las imágenes que observó en estas visitas; aunque no fue lo vio lo que le conmocionó sino las historias que escuchó. Y entre todas hubo una que lo condicionaría de por vida y que ni siquiera sería capaz de plasmar en un cuento.
Cierto domingo, su padre, con las mejillas empañadas, le contó que unos años atrás mientras trabajaba en la mina se había encontrado una piedrecilla azulada. Al apretarla contra su mano ésta dibujó un haz de luz desde donde él se encontraba hasta el rincón más lejano. Hacia allí se dirigió y al estar a pocos centímetros una criatura pequeña se descubrió ante sus ojos. Era un desagradable hombrecillo que le propuso un trato: le pidió que asesinara a un hombre a cambio de la felicidad para su familia.
Según le contó este misterioso personaje; ese hombre era una criatura horrible que golpeaba a sus hijos y que sólo pensaba en sí mismo: “No merece vivir”, le había dicho el hombrecillo. La recompensa que el hombre ganaría sería que su familia saliera de la pobreza gracias a que uno de sus hijos consiguiera el éxito, y le dijo incluso que ese heredero sería recordado durante siglos. Viendo sus posibilidades, el viejo no lo dudó. El resto de la historia ya la conocemos.
Lo cierto es que Charles nunca pudo deshacerse de ese recuerdo. La orfandad es el rasgo más humano del escritor y esta historia, al igual que el pequeño Dickens, se quedó huérfana, condenada a la tristeza de las historias necesarias que no son contadas.
Cuando Charles tenía 6 años su padre fue condenado a muchos años de cárcel por haber asesinado a un hombre. El niño visitaba cada domingo a su padre, le contaba sus aventuras y escuchaba historias escalofriantes que tenían lugar detrás de los muros.
El pequeño Dickens se vio profundamente marcado por las imágenes que observó en estas visitas; aunque no fue lo vio lo que le conmocionó sino las historias que escuchó. Y entre todas hubo una que lo condicionaría de por vida y que ni siquiera sería capaz de plasmar en un cuento.
Cierto domingo, su padre, con las mejillas empañadas, le contó que unos años atrás mientras trabajaba en la mina se había encontrado una piedrecilla azulada. Al apretarla contra su mano ésta dibujó un haz de luz desde donde él se encontraba hasta el rincón más lejano. Hacia allí se dirigió y al estar a pocos centímetros una criatura pequeña se descubrió ante sus ojos. Era un desagradable hombrecillo que le propuso un trato: le pidió que asesinara a un hombre a cambio de la felicidad para su familia.
Según le contó este misterioso personaje; ese hombre era una criatura horrible que golpeaba a sus hijos y que sólo pensaba en sí mismo: “No merece vivir”, le había dicho el hombrecillo. La recompensa que el hombre ganaría sería que su familia saliera de la pobreza gracias a que uno de sus hijos consiguiera el éxito, y le dijo incluso que ese heredero sería recordado durante siglos. Viendo sus posibilidades, el viejo no lo dudó. El resto de la historia ya la conocemos.
Lo cierto es que Charles nunca pudo deshacerse de ese recuerdo. La orfandad es el rasgo más humano del escritor y esta historia, al igual que el pequeño Dickens, se quedó huérfana, condenada a la tristeza de las historias necesarias que no son contadas.
SUERTE JENNIFFER FUERA MUAK..PAZZ