Alberto era un niño al que le encantaban todos los videojuegos. Jugaba en la consola, en el ordenador… La cuestión es que pasaba demasiadas horas delante de la pantalla. No es que descuidara sus actividades escolares, pero el tiempo que tenía libre lo dedicaba solo a eso. No salía al parque, no quedaba para jugar con compañeros del cole ni le apetecía salir a merendar con sus primos como hacían cuando eran más pequeños.
Sus padres trabajaban muchas horas fuera de casa y apenas se daban cuenta de las cosas. Hasta que un día recibieron una llamada del cole para decirles que Alberto llevaba tres días sin ir a clase. Le castigaron y le quitaron todas las consolas, además de prohibirle usar el ordenador para algo que no fuese hacer los deberes.
Lo que pasaba es que, como en los últimos meses había pasado tantas horas con los videojuegos, el niño tenía a todos los personajes incrustados en su cabeza. Su juego favorito era uno que tenía trolls y gnomos. Tan obsesionado estaba Alberto con esos personajes que el primer día que llegó al cole tras el castigo vio a todos sus compañeros como trolls y a los profes como gnomos. Al entrar en el aula y ver todo aquello, Alberto se quedó inmóvil, sin poder creer que aquello estuviera pasando. Hasta se pellizcó para tratar de despertar pensando que todo era un sueño o una pesadilla incluso.
Alberto y los videojuegosVolvió despavorido a casa y le contó todos a sus padres. Tras la charla, el niño entendió la situación y los padres se dieron cuenta de que deberían haber prestado más atención a los hobbies de Alberto. Acordaron marcar unas reglas. Por ejemplo, los videojuegos solo estarían permitidos dos horas por semana y no podrían incluir violencia, ni contra personas ni contra animales. De hecho, esa misma tarde fueron a comprar algunos juegos que además le sirvieran para hacer los deberes. Cogieron una enciclopedia que se podía usar en la consola, un juego de cálculo mental y otro de palabras cruzadas para practicar vocabulario y ortografía.
Al poco tiempo Alberto volvió a ser el niño sociable que siempre había sido. Los días de sol volvió a preferir salir al parque y los fines de semana aprendió a repartir el tiempo entre varias tareas.
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CUENTO
Alberto era un niño al que le encantaban todos los videojuegos. Jugaba en la consola, en el ordenador… La cuestión es que pasaba demasiadas horas delante de la pantalla. No es que descuidara sus actividades escolares, pero el tiempo que tenía libre lo dedicaba solo a eso. No salía al parque, no quedaba para jugar con compañeros del cole ni le apetecía salir a merendar con sus primos como hacían cuando eran más pequeños.
Sus padres trabajaban muchas horas fuera de casa y apenas se daban cuenta de las cosas. Hasta que un día recibieron una llamada del cole para decirles que Alberto llevaba tres días sin ir a clase. Le castigaron y le quitaron todas las consolas, además de prohibirle usar el ordenador para algo que no fuese hacer los deberes.
Lo que pasaba es que, como en los últimos meses había pasado tantas horas con los videojuegos, el niño tenía a todos los personajes incrustados en su cabeza. Su juego favorito era uno que tenía trolls y gnomos. Tan obsesionado estaba Alberto con esos personajes que el primer día que llegó al cole tras el castigo vio a todos sus compañeros como trolls y a los profes como gnomos. Al entrar en el aula y ver todo aquello, Alberto se quedó inmóvil, sin poder creer que aquello estuviera pasando. Hasta se pellizcó para tratar de despertar pensando que todo era un sueño o una pesadilla incluso.
Alberto y los videojuegosVolvió despavorido a casa y le contó todos a sus padres. Tras la charla, el niño entendió la situación y los padres se dieron cuenta de que deberían haber prestado más atención a los hobbies de Alberto. Acordaron marcar unas reglas. Por ejemplo, los videojuegos solo estarían permitidos dos horas por semana y no podrían incluir violencia, ni contra personas ni contra animales. De hecho, esa misma tarde fueron a comprar algunos juegos que además le sirvieran para hacer los deberes. Cogieron una enciclopedia que se podía usar en la consola, un juego de cálculo mental y otro de palabras cruzadas para practicar vocabulario y ortografía.
Al poco tiempo Alberto volvió a ser el niño sociable que siempre había sido. Los días de sol volvió a preferir salir al parque y los fines de semana aprendió a repartir el tiempo entre varias tareas.