Era el mes de mayo. Soplaba aún un viento fresco, pero la primavera había llegado; así lo proclamaban las plantas, los árboles, el perfume de las flores y el gorjeo alegre de los pájaros. Entré en una inmensa catedral gótica, con sus rosetones maravillosos, con sus arcos de medio punto. De repente suena el órgano el Mesías de Haendel y sus potentes armonías se difunden por las anchas y altas naves. Quedé extasiado. En las naves laterales colgaban pinturas de Rafael y Miguel Ángel, que me trasportaban con su encanto. En esto, a diez metros delante de mí una madre tenía entre sus brazos a su hijo, a quien cada diez segundos le daba un profundo beso en la carita. Me acerco al altar. Comenzó la misa. Ya las primeras bancas estaban ocupadas. Me quedé en un costado de pie. Al rato llegó una pobre anciana, apoyada en un bastón. No había asiento. En esto un señor de unos cuarenta años se levanta y cede su asiento a la ancianita. Escucho atento el sermón del sacerdote y todo era claro, estructurado y brillante. Termina la misa y salgo a la calle. Todo olía a primavera. Y todavía rondaba en mi mente una pregunta: ¿qué es la belleza? Pero hoy me sentí enriquecido.
Respuesta:
Era el mes de mayo. Soplaba aún un viento fresco, pero la primavera había llegado; así lo proclamaban las plantas, los árboles, el perfume de las flores y el gorjeo alegre de los pájaros. Entré en una inmensa catedral gótica, con sus rosetones maravillosos, con sus arcos de medio punto. De repente suena el órgano el Mesías de Haendel y sus potentes armonías se difunden por las anchas y altas naves. Quedé extasiado. En las naves laterales colgaban pinturas de Rafael y Miguel Ángel, que me trasportaban con su encanto. En esto, a diez metros delante de mí una madre tenía entre sus brazos a su hijo, a quien cada diez segundos le daba un profundo beso en la carita. Me acerco al altar. Comenzó la misa. Ya las primeras bancas estaban ocupadas. Me quedé en un costado de pie. Al rato llegó una pobre anciana, apoyada en un bastón. No había asiento. En esto un señor de unos cuarenta años se levanta y cede su asiento a la ancianita. Escucho atento el sermón del sacerdote y todo era claro, estructurado y brillante. Termina la misa y salgo a la calle. Todo olía a primavera. Y todavía rondaba en mi mente una pregunta: ¿qué es la belleza? Pero hoy me sentí enriquecido.