Había una vez unas hadas muy curiosas que siempre estaban haciendo lo que no debían. La reina de las hadas les había advertido muchas veces de que no debían ser tan curiosas, pero a ellas les daba lo mismo.
Las hadas lo querían saber todo. Querían saber para qué valía cada cosa que encontraban, cómo se llamaba todo lo que veían y, lo pero de todo, por qué todo había que hacerlo de determinada manera y no de otra.
Un día llegó a la aldea de las hadas un visitante. Era muy curioso. Era grande, vestía diferente y llevaba muchas cosas ocultas en un carro. Las hadas curiosas no pudieron evitar sentir curiosidad. La reina de las hadas, que intuía que algo iban a hacer, las advirtió:
-Dejad en paz al visitante y respetad su intimidad.
Pero las hadas curiosas no pudieron reprimirse y se reunieron en su lugar habitual. Así, mientras todas las demás hadas se congregaron alrededor del visitante para colmarle de atenciones, las hadas curiosas aprovecharon para husmear entre las cosas que había ocultas en el carro.
-¿Qué será esto? -preguntó uno de ellas-. Hay un montón de cajas raras.
-¡Qué curioso, es verdad! -dijo otra-. ¿Para qué servirán estas cajas abiertas, llenas de palos alrededor. Parece algo absurdo.
-¡Rápido, alguien viene! -avisó otra de las hadas.
Las hadas salieron volando y se escondieron detrás de las ruedas del carro. Entonces, oyeron al visitante decir:
-En cuanto estas hadas tontas se duermas las meteré en las jaulas que traigo en el carro y las encerraré bajo llave. Hay qué ver, qué confiadas son. Daré un paseo para hacer tiempo a que se duerman.
Cuando el visitante se fue las hadas salieron rápidamente.
-¡Hay que avisar a las demás hadas! -dijo una.
-No nos creerán -dijo otra-. Esas cajas… las jaulas… ha dicho algo de una llave.
-¿Será esto la llave? -dijo una de las hadas.
-Sí, eso es -dijo otra-. Vamos, hay que irse antes de que vuelva.
Las hadas se fueron. Poco después llegó el extraño, cogió las jaulas, encerró una a una a las hadas dormidas, las cargó en el carro y se fue. Las hadas se despertaron en cuanto el carro empezó a moverse, pero ya era demasiado tarde.
Entonces las hadas curiosas, que se habían escondido en el carro mientras el visitante raptaba a las hadas, fueron abriendo una a una las jaulas. Las hadas se escaparon silenciosamente. El visitante ni se enteró.
Ya en casa todas las hadas agradecieron a sus amigas lo que habían hecho. Cuando las hadas curiosas contaron lo que había pasado, la reina les dijo:
-Parece que lo de ser curioso no es tan malo. No cuando tienes un verdadero interés por aprender y saber cosas útiles.
Respuesta:
Las hadas curiosas
Había una vez unas hadas muy curiosas que siempre estaban haciendo lo que no debían. La reina de las hadas les había advertido muchas veces de que no debían ser tan curiosas, pero a ellas les daba lo mismo.
Las hadas lo querían saber todo. Querían saber para qué valía cada cosa que encontraban, cómo se llamaba todo lo que veían y, lo pero de todo, por qué todo había que hacerlo de determinada manera y no de otra.
Un día llegó a la aldea de las hadas un visitante. Era muy curioso. Era grande, vestía diferente y llevaba muchas cosas ocultas en un carro. Las hadas curiosas no pudieron evitar sentir curiosidad. La reina de las hadas, que intuía que algo iban a hacer, las advirtió:
-Dejad en paz al visitante y respetad su intimidad.
Pero las hadas curiosas no pudieron reprimirse y se reunieron en su lugar habitual. Así, mientras todas las demás hadas se congregaron alrededor del visitante para colmarle de atenciones, las hadas curiosas aprovecharon para husmear entre las cosas que había ocultas en el carro.
-¿Qué será esto? -preguntó uno de ellas-. Hay un montón de cajas raras.
-¡Qué curioso, es verdad! -dijo otra-. ¿Para qué servirán estas cajas abiertas, llenas de palos alrededor. Parece algo absurdo.
-¡Rápido, alguien viene! -avisó otra de las hadas.
Las hadas salieron volando y se escondieron detrás de las ruedas del carro. Entonces, oyeron al visitante decir:
-En cuanto estas hadas tontas se duermas las meteré en las jaulas que traigo en el carro y las encerraré bajo llave. Hay qué ver, qué confiadas son. Daré un paseo para hacer tiempo a que se duerman.
Cuando el visitante se fue las hadas salieron rápidamente.
-¡Hay que avisar a las demás hadas! -dijo una.
-No nos creerán -dijo otra-. Esas cajas… las jaulas… ha dicho algo de una llave.
-¿Será esto la llave? -dijo una de las hadas.
-Sí, eso es -dijo otra-. Vamos, hay que irse antes de que vuelva.
Las hadas se fueron. Poco después llegó el extraño, cogió las jaulas, encerró una a una a las hadas dormidas, las cargó en el carro y se fue. Las hadas se despertaron en cuanto el carro empezó a moverse, pero ya era demasiado tarde.
Entonces las hadas curiosas, que se habían escondido en el carro mientras el visitante raptaba a las hadas, fueron abriendo una a una las jaulas. Las hadas se escaparon silenciosamente. El visitante ni se enteró.
Ya en casa todas las hadas agradecieron a sus amigas lo que habían hecho. Cuando las hadas curiosas contaron lo que había pasado, la reina les dijo:
-Parece que lo de ser curioso no es tan malo. No cuando tienes un verdadero interés por aprender y saber cosas útiles.