Ospina2350
Un día de invierno la Reina miraba cómo caían los copos de nieve mientras cosía. Le cautivaron de tal forma que se despistó y se pinchó en un dedo dejando caer tres gotas de la sangre más roja sobre la nieve. En ese momento pensó:
- Cómo desearía tener una hija así, blanca como la nieve, sonrosada como la sangre y de cabellos negros como el ébano.
Al cabo de un tiempo su deseo se cumplió y dio a luz a una niña bellísima, blanca como la nieve, sonrosada como la sangre y con los cabellos como el ébano. De nombre le pusieron Blancanieves, aunque su nacimiento supuso la muerte de su madre.
Pasados los años el rey viudo decidió casarse con otra mujer. Una mujer tan bella como envidiosa y orgullosa. Tenía ésta un espejo mágico al que cada día preguntaba:
- Espejito espejito, contestadme a una cosa ¿no soy yo la más hermosa?
Y el espejo siempre contestaba:
- Sí, mi Reina. Vos sois la más hermosa.
Pero el día en que Blancanieves cumplió siete años el espejo cambió su respuesta:
- No, mi Reina. La más hermosa es ahora Blancanieves.
Al oír esto la Reina montó en cólera. La envidia la comía por dentro y tal era el odio que sentía por ella que acabó por ordenar a un cazador que la llevara al bosque, la matara y volviese con su corazón para saber que había cumplido con sus órdenes.
Pero una vez en el bosque el cazador miró a la joven y dulce Blancanieves y no fue capaz de hacerlo. En su lugar, mató a un pequeño jabalí que pasaba por allí para poder entregar su corazón a la Reina.
Blancanieves se quedó entonces sola en el bosque, asustada y sin saber dónde ir. Comenzó a correr hasta que cayó la noche. Entonces vio luz en una casita y entró en ella.
Era una casita particular. Todo era muy pequeño allí. En la mesa había colocados siete platitos, siete tenedores, siete cucharas, siete cuchillos y siete vasitos. Blancanieves estaba tan hambrienta que probó un bocado de cada plato y se sentó como pudo en una de las sillitas.
Estaba tan agotada que le entró sueño, entonces encontró una habitación con siete camitas y se acurrucó en una de ellas.
Bien entrada la noche regresaron los enanitos de la mina, donde trabajaban excavando piedras preciosas. Al llegar se dieron cuenta rápidamente de que alguien había estado allí.
- ¡Alguien ha comido de mi plato!, dijo el primero - ¡Alguien ha usado mi tenedor!, dijo el segundo - ¡Alguien ha bebido de mi vaso!, dijo el tercero - ¡Alguien ha cortado con mi cuchillo!, dijo el cuarto - ¡Alguien se ha limpiado con mi servilleta!, dijo el quinto - ¡Alguien ha comido de mi pan!, dijo el sexto - ¡Alguien se ha sentado en mi silla!, dijo el séptimo
Cuando entraron en la habitación desvelaron el misterio sobre lo ocurrido y se quedaron con la boca abierta al ver a una muchacha tan bella. Tanto les gustó que decidieron dejar que durmiera.
Al día siguiente Blancanieves les contó a los enanitos la historia de cómo había llegado hasta allí. Los enanitos sintieron mucha lástima por ella y le ofrecieron quedarse en su casa. Pero eso sí, le advirtieron de que tuviera mucho cuidado y no abriese la puerta a nadie cuando ellos no estuvieran.
La madrastra mientras tanto, convencida de que Blancanieves estaba muerta, se puso ante su espejo y volvió a preguntarle:
- Espejito espejito, contestadme a una cosa ¿no soy yo la más hermosa? - Mi Reina, vos sois una estrella pero siento deciros que Blancanieves, sigue siendo la más bella.
La reina se puso furiosa y utilizó sus poderes para saber dónde se escondía la muchacha. Cuando supo que se encontraba en casa de los enanitos, preparó una manzana envenenada, se vistió de campesina y se encaminó hacia montaña.
Cuando llegó llamó a la puerta. Blancanieves se asomó por la ventana y contestó:
- No puedo abrir a nadie, me lo han prohibido los enanitos. - No temas hija mía, sólo vengo a traerte manzanas. Tengo muchas y no sé qué hacer con ellas. Te dejaré aquí una, por si te apetece más tarde.
Blancanieves se fió de ella, mordió la manzana y… cayó al suelo de repente.
La malvada Reina que la vio, se marchó riéndose por haberse salido con la suya. Sólo deseaba llegar a palacio y preguntar a su espejo mágico quién era la más bella ahora.
- Cómo desearía tener una hija así, blanca como la nieve, sonrosada como la sangre y de cabellos negros como el ébano.
Al cabo de un tiempo su deseo se cumplió y dio a luz a una niña bellísima, blanca como la nieve, sonrosada como la sangre y con los cabellos como el ébano. De nombre le pusieron Blancanieves, aunque su nacimiento supuso la muerte de su madre.
Pasados los años el rey viudo decidió casarse con otra mujer. Una mujer tan bella como envidiosa y orgullosa. Tenía ésta un espejo mágico al que cada día preguntaba:
- Espejito espejito, contestadme a una cosa ¿no soy yo la más hermosa?
Y el espejo siempre contestaba:
- Sí, mi Reina. Vos sois la más hermosa.
Pero el día en que Blancanieves cumplió siete años el espejo cambió su respuesta:
- No, mi Reina. La más hermosa es ahora Blancanieves.
Al oír esto la Reina montó en cólera. La envidia la comía por dentro y tal era el odio que sentía por ella que acabó por ordenar a un cazador que la llevara al bosque, la matara y volviese con su corazón para saber que había cumplido con sus órdenes.
Pero una vez en el bosque el cazador miró a la joven y dulce Blancanieves y no fue capaz de hacerlo. En su lugar, mató a un pequeño jabalí que pasaba por allí para poder entregar su corazón a la Reina.
Blancanieves se quedó entonces sola en el bosque, asustada y sin saber dónde ir. Comenzó a correr hasta que cayó la noche. Entonces vio luz en una casita y entró en ella.
Era una casita particular. Todo era muy pequeño allí. En la mesa había colocados siete platitos, siete tenedores, siete cucharas, siete cuchillos y siete vasitos. Blancanieves estaba tan hambrienta que probó un bocado de cada plato y se sentó como pudo en una de las sillitas.
Estaba tan agotada que le entró sueño, entonces encontró una habitación con siete camitas y se acurrucó en una de ellas.
Bien entrada la noche regresaron los enanitos de la mina, donde trabajaban excavando piedras preciosas. Al llegar se dieron cuenta rápidamente de que alguien había estado allí.
- ¡Alguien ha comido de mi plato!, dijo el primero
- ¡Alguien ha usado mi tenedor!, dijo el segundo
- ¡Alguien ha bebido de mi vaso!, dijo el tercero
- ¡Alguien ha cortado con mi cuchillo!, dijo el cuarto
- ¡Alguien se ha limpiado con mi servilleta!, dijo el quinto
- ¡Alguien ha comido de mi pan!, dijo el sexto
- ¡Alguien se ha sentado en mi silla!, dijo el séptimo
Cuando entraron en la habitación desvelaron el misterio sobre lo ocurrido y se quedaron con la boca abierta al ver a una muchacha tan bella. Tanto les gustó que decidieron dejar que durmiera.
Al día siguiente Blancanieves les contó a los enanitos la historia de cómo había llegado hasta allí. Los enanitos sintieron mucha lástima por ella y le ofrecieron quedarse en su casa. Pero eso sí, le advirtieron de que tuviera mucho cuidado y no abriese la puerta a nadie cuando ellos no estuvieran.
La madrastra mientras tanto, convencida de que Blancanieves estaba muerta, se puso ante su espejo y volvió a preguntarle:
- Espejito espejito, contestadme a una cosa ¿no soy yo la más hermosa?
- Mi Reina, vos sois una estrella pero siento deciros que Blancanieves, sigue siendo la más bella.
La reina se puso furiosa y utilizó sus poderes para saber dónde se escondía la muchacha. Cuando supo que se encontraba en casa de los enanitos, preparó una manzana envenenada, se vistió de campesina y se encaminó hacia montaña.
Cuando llegó llamó a la puerta. Blancanieves se asomó por la ventana y contestó:
- No puedo abrir a nadie, me lo han prohibido los enanitos.
- No temas hija mía, sólo vengo a traerte manzanas. Tengo muchas y no sé qué hacer con ellas. Te dejaré aquí una, por si te apetece más tarde.
Blancanieves se fió de ella, mordió la manzana y… cayó al suelo de repente.
La malvada Reina que la vio, se marchó riéndose por haberse salido con la suya. Sólo deseaba llegar a palacio y preguntar a su espejo mágico quién era la más bella ahora.