Érase una vez un camello llamado Lázaro, que trabajaba sin cesar llevando carga pesada, viajando por los desiertos del norte de África.
Nudo
Un día Lázaro amaneció enfermo y tenía mucho peso en su cuerpo por transportar. Creyó estar en peligro de muerte hasta que se apareció un mago llamado Mauri.
Este sabio conversó con Lázaro para preguntarle del problema que le aquejaba, viendo que en su equipamiento tenía una poción que le dio a Lázaro.
Al tomarla, Lázaro comenzó a recuperarse y aprovechó agradecer a Mauri por ese auxilio oportuno. Conversaron y compartieron comida, Mauri acampó en su tienda y Lázaro descanso al lado de la tienda. Al día siguiente cuando ambos iniciaron su retorno hacia sus lugares de origen.
Desenlace
Lázaro siempre tuvo presente en su mente el gesto de Mauri y deseó todo lo mejor para él.
Había una vez una hermosa niña de cabellos dorados, a la que todos conocían como Ricitos de oro. La pequeña tenía la costumbre de levantarse temprano, desayunar y aprovechar las primeras horas de sol para recoger las flores más bellas del bosque.
Nudo:
Una mañana, la pequeña Ricitos de Oro se distrajo, caminó más de la cuenta y se perdió. Al rato de caer en la cuenta de que se había perdido, y cuando ya casi no tenía energías para llorar, encontró una pequeña cabaña.
Cuando acercó su puño para golpear la puerta, notó que esta estaba abierta. Con delicadeza, la abrió y, luego de decir “hola” varias veces sin recibir respuesta, se animó a entrar.
Apenas puso un pie dentro de la cabaña, vio que había tres tazones servidos sobre la mesa: uno grande, uno mediano y uno pequeño. Ricitos de Oro tenía tanta hambre que no lo dudó, se sentó y bebió el contenido del tazón más grande. Como estaba demasiado caliente para su paladar, lo dejó y probó el tazón mediano, que le pareció muy frío. El tercer tazón, que era el más pequeño, tenía la temperatura ideal. En apenas unos segundos, vació el tazón.
Cuando apoyó la cucharita sobre la mesa, el cansancio se apoderó de ella, y decidió descansar en alguna de las tres sillas mecedoras que había en la sala. Se sentó en la más grande, pero le resultó demasiado incómoda: sus pies no tocaban el suelo. Se pasó a la silla mediana, pero era demasiado ancha, por lo que optó por sentarse en la más pequeña. Aunque apenas lo hizo, se rompió en mil pedazos.
Ricitos de Oro, enfadada pero cansada, se levantó del suelo y se acercó a una habitación, donde encontró tres camas, de tres tamaños diferentes. Se vio tentada por la más grande, pero apenas se recostó, desistió: el colchón era muy duro para su gusto. La segunda cama, de tamaño mediano, tenía el problema opuesto: era demasiado blanda.
Finalmente, se recostó en la tercera cama: la más pequeña y suave de todas. Apenas pasaron unos minutos, la joven se quedó totalmente dormida. Horas más tarde, los tres osos que habitaban la cabaña regresaron de un largo paseo: Mamá Oso, Papá Oso y Oso Bebé. Agotados y con el estómago vacío, se sentaron a la mesa para disfrutar de la sopa que habían dejado enfriar antes de partir.
“¡Alguien ha probado mi sopa!”, dijo Papá Oso apenas vio la cuchara sucia al costado del tazón. La madre respondió: “¡Alguien ha probado mi sopa también!”. Mientras que el Oso Bebé respondió: “Alguien se ha tomado toda mi sopa!”. Perpleja, la familia decidió sentarse en sus sillas a descansar. Apenas vio la suya, Papá Oso vio que el almohadón estaba algo torcido, por lo que gritó: ¡Alguien se ha sentado en mi silla!”, a lo que la madre, tras ver su almohadón en el piso, respondió: “¡Alguien se ha sentado en mi silla también!”. El Oso Bebé, que ya estaba triste por el incidente de la sopa, entre lágrimas dijo: “¡Alguien ha roto mi silla!”.
Indignados, los tres osos decidieron tomar una siesta y dejar atrás lo sucedido. Pero cuando llegaron al cuarto, una vez más, el padre notó que algo no estaba en su lugar. “¡Alguien ha dormido en mi cama!”, dijo furioso. En seguida, Mamá Oso observó su cama para responderle: “¡Alguien ha dormido en mi cama también!”. El Oso Bebé se acercó hasta su cama y, con los ojos más abiertos que de costumbre, gritó: “¡Alguien está durmiendo en mi cama!”.
Desenlace:
En medio del griterío, Ricitos de Oro se despertó sobresaltada y vio que tres osos la miraban extrañados. La pequeña niña se asustó tanto pero tanto que se arrojó por la ventana que estaba justo arriba de la cama en la que dormía y comenzó a correr. Cuando quiso darse cuenta, se encontraba en el camino que la llevaba rumbo a su casa.
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Respuesta:
Explicación:
El camello Lázaro
Inicio
Érase una vez un camello llamado Lázaro, que trabajaba sin cesar llevando carga pesada, viajando por los desiertos del norte de África.
Nudo
Un día Lázaro amaneció enfermo y tenía mucho peso en su cuerpo por transportar. Creyó estar en peligro de muerte hasta que se apareció un mago llamado Mauri.
Este sabio conversó con Lázaro para preguntarle del problema que le aquejaba, viendo que en su equipamiento tenía una poción que le dio a Lázaro.
Al tomarla, Lázaro comenzó a recuperarse y aprovechó agradecer a Mauri por ese auxilio oportuno. Conversaron y compartieron comida, Mauri acampó en su tienda y Lázaro descanso al lado de la tienda. Al día siguiente cuando ambos iniciaron su retorno hacia sus lugares de origen.
Desenlace
Lázaro siempre tuvo presente en su mente el gesto de Mauri y deseó todo lo mejor para él.
Respuesta:
Explicación:
RICITOS DE ORO
Inicio:
Había una vez una hermosa niña de cabellos dorados, a la que todos conocían como Ricitos de oro. La pequeña tenía la costumbre de levantarse temprano, desayunar y aprovechar las primeras horas de sol para recoger las flores más bellas del bosque.
Nudo:
Una mañana, la pequeña Ricitos de Oro se distrajo, caminó más de la cuenta y se perdió. Al rato de caer en la cuenta de que se había perdido, y cuando ya casi no tenía energías para llorar, encontró una pequeña cabaña.
Cuando acercó su puño para golpear la puerta, notó que esta estaba abierta. Con delicadeza, la abrió y, luego de decir “hola” varias veces sin recibir respuesta, se animó a entrar.
Apenas puso un pie dentro de la cabaña, vio que había tres tazones servidos sobre la mesa: uno grande, uno mediano y uno pequeño. Ricitos de Oro tenía tanta hambre que no lo dudó, se sentó y bebió el contenido del tazón más grande. Como estaba demasiado caliente para su paladar, lo dejó y probó el tazón mediano, que le pareció muy frío. El tercer tazón, que era el más pequeño, tenía la temperatura ideal. En apenas unos segundos, vació el tazón.
Cuando apoyó la cucharita sobre la mesa, el cansancio se apoderó de ella, y decidió descansar en alguna de las tres sillas mecedoras que había en la sala. Se sentó en la más grande, pero le resultó demasiado incómoda: sus pies no tocaban el suelo. Se pasó a la silla mediana, pero era demasiado ancha, por lo que optó por sentarse en la más pequeña. Aunque apenas lo hizo, se rompió en mil pedazos.
Ricitos de Oro, enfadada pero cansada, se levantó del suelo y se acercó a una habitación, donde encontró tres camas, de tres tamaños diferentes. Se vio tentada por la más grande, pero apenas se recostó, desistió: el colchón era muy duro para su gusto. La segunda cama, de tamaño mediano, tenía el problema opuesto: era demasiado blanda.
Finalmente, se recostó en la tercera cama: la más pequeña y suave de todas. Apenas pasaron unos minutos, la joven se quedó totalmente dormida. Horas más tarde, los tres osos que habitaban la cabaña regresaron de un largo paseo: Mamá Oso, Papá Oso y Oso Bebé. Agotados y con el estómago vacío, se sentaron a la mesa para disfrutar de la sopa que habían dejado enfriar antes de partir.
“¡Alguien ha probado mi sopa!”, dijo Papá Oso apenas vio la cuchara sucia al costado del tazón. La madre respondió: “¡Alguien ha probado mi sopa también!”. Mientras que el Oso Bebé respondió: “Alguien se ha tomado toda mi sopa!”. Perpleja, la familia decidió sentarse en sus sillas a descansar. Apenas vio la suya, Papá Oso vio que el almohadón estaba algo torcido, por lo que gritó: ¡Alguien se ha sentado en mi silla!”, a lo que la madre, tras ver su almohadón en el piso, respondió: “¡Alguien se ha sentado en mi silla también!”. El Oso Bebé, que ya estaba triste por el incidente de la sopa, entre lágrimas dijo: “¡Alguien ha roto mi silla!”.
Indignados, los tres osos decidieron tomar una siesta y dejar atrás lo sucedido. Pero cuando llegaron al cuarto, una vez más, el padre notó que algo no estaba en su lugar. “¡Alguien ha dormido en mi cama!”, dijo furioso. En seguida, Mamá Oso observó su cama para responderle: “¡Alguien ha dormido en mi cama también!”. El Oso Bebé se acercó hasta su cama y, con los ojos más abiertos que de costumbre, gritó: “¡Alguien está durmiendo en mi cama!”.
Desenlace:
En medio del griterío, Ricitos de Oro se despertó sobresaltada y vio que tres osos la miraban extrañados. La pequeña niña se asustó tanto pero tanto que se arrojó por la ventana que estaba justo arriba de la cama en la que dormía y comenzó a correr. Cuando quiso darse cuenta, se encontraba en el camino que la llevaba rumbo a su casa.