Al instante, Bartimeo supo que solo él podría sanarlo y por primera vez en mucho tiempo tuvo fe.
Cuando Jesús andaba por ahí, sin ver, Bartimeo se puso a llamarlo a gritos, pidiéndole que lo ayudara. La gente lo miraba como si estuviera loco.
—¡Jesús, hijo de David! —clamaba— ¡Por favor, apiádate de mí! ¡Misericordia!
Unos hombres se dirigieron a él y trataron de hacer que guardara silencio, pues no quería incomodar a Jesús.
—Cállate —le dijeron—, él no te va a escuchar.
Pero sin perder las esperanza, Bartimeo continuó llamándolo como si su vida dependiera de ello.
En ese momento, Jesús escuchó sus gritos y pidió a todos que guardaran silencio, pues le parecía que lo estaban llamando.
—¡Jesús, hijo de David! ¡Te lo suplico, ten misericordia de mí! ¡Ayúdame!
—Traigan a ese hombre —dijo Jesús.
Otras personas se dirigieron a Bartimeo y le dieron ánimos.
—Levántate, buen hombre. No pierdas la fe —le dijeron—, el maestro ha mandado traer por ti. Quiere verte.
Y así, le ayudaron a ponerse de pie y lo llevaron ante Jesús.
—¿Qué puedo hacer por ti? —le preguntó Jesús— ¿Deseas riquezas? ¿O tal vez un mejor vestido?
—No, señor —respondió Bartimeo humildemente—, yo lo que quisiera es recuperar la vista, pues hace mucho tiempo que estoy hundido en la miseria por culpa de mis ojos. No puedo ver, ni cuidar de mi mismo. Maestro, ¿tú puedes hacerme recuperar la visión? Me gustaría volver a ver todo lo que me rodea, apreciar la naturaleza, los animales, las grandes creaciones de Dios.
Jesús entonces le sonrió y lo tocó con su mano.
—Tu fe te ha salvado —le dijo—, ahora, ve.
En ese mismo momento, una nueva luz se abrió para Bartimeo, quien recuperó la vista maravillado. Ahora podía ver todo de nuevo: la gente, los colores, las plantas y la manera en la que el sol iluminaba el mundo. Nunca en su vida había sido más dichoso.
—¡Qué grande es Dios! —exclamó ante la alegría de la gente.
Entonces todos se pusieron a alabar a Dios por este milagro. De aquel encuentro, Bartimeo nunca se olvidó de lo más importante: cuando tienes una esperanza, por más pequeña que sea, tienes que creer en ti mismo y hacerla crecer para lograr lo que parece imposible.
Pues tal y como le había dicho Jesús, su fe lo había salvado.
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Respuesta:
Explicación:
Al instante, Bartimeo supo que solo él podría sanarlo y por primera vez en mucho tiempo tuvo fe.
Cuando Jesús andaba por ahí, sin ver, Bartimeo se puso a llamarlo a gritos, pidiéndole que lo ayudara. La gente lo miraba como si estuviera loco.
—¡Jesús, hijo de David! —clamaba— ¡Por favor, apiádate de mí! ¡Misericordia!
Unos hombres se dirigieron a él y trataron de hacer que guardara silencio, pues no quería incomodar a Jesús.
—Cállate —le dijeron—, él no te va a escuchar.
Pero sin perder las esperanza, Bartimeo continuó llamándolo como si su vida dependiera de ello.
En ese momento, Jesús escuchó sus gritos y pidió a todos que guardaran silencio, pues le parecía que lo estaban llamando.
—¡Jesús, hijo de David! ¡Te lo suplico, ten misericordia de mí! ¡Ayúdame!
—Traigan a ese hombre —dijo Jesús.
Otras personas se dirigieron a Bartimeo y le dieron ánimos.
—Levántate, buen hombre. No pierdas la fe —le dijeron—, el maestro ha mandado traer por ti. Quiere verte.
Y así, le ayudaron a ponerse de pie y lo llevaron ante Jesús.
—¿Qué puedo hacer por ti? —le preguntó Jesús— ¿Deseas riquezas? ¿O tal vez un mejor vestido?
—No, señor —respondió Bartimeo humildemente—, yo lo que quisiera es recuperar la vista, pues hace mucho tiempo que estoy hundido en la miseria por culpa de mis ojos. No puedo ver, ni cuidar de mi mismo. Maestro, ¿tú puedes hacerme recuperar la visión? Me gustaría volver a ver todo lo que me rodea, apreciar la naturaleza, los animales, las grandes creaciones de Dios.
Jesús entonces le sonrió y lo tocó con su mano.
—Tu fe te ha salvado —le dijo—, ahora, ve.
En ese mismo momento, una nueva luz se abrió para Bartimeo, quien recuperó la vista maravillado. Ahora podía ver todo de nuevo: la gente, los colores, las plantas y la manera en la que el sol iluminaba el mundo. Nunca en su vida había sido más dichoso.
—¡Qué grande es Dios! —exclamó ante la alegría de la gente.
Entonces todos se pusieron a alabar a Dios por este milagro. De aquel encuentro, Bartimeo nunca se olvidó de lo más importante: cuando tienes una esperanza, por más pequeña que sea, tienes que creer en ti mismo y hacerla crecer para lograr lo que parece imposible.
Pues tal y como le había dicho Jesús, su fe lo había salvado.
El de saqueo
Goliat