Ser en el mundo es lo mismo que ser en el tiempo. El tema es difícil y reviste la más alta importancia. Ya el iluminado y poderoso talento de San Agustín exclamaba después de largas meditaciones: «Si no me preguntáis qué es el tiempo, me parece que lo sé; pero si me lo preguntáis, yo no sabré decirlo».60
Aristóteles definió el tiempo como «el número del movimiento según el antes y el después». Pero nada nos dijo Aristóteles sobre la consistencia de ese número, sobre el cambio o sucesión. Su definición parece limitarse al tiempo como sucesión regular de días y de noches, al tiempo como expresión del movimiento de la esfera, la cual engendra, con el lugar en general, el tiempo en general; son consideraciones que se atienen a lo «físico», en ese sentido más amplio y radical que la «naturaleza» tiene para los helenos.
Refiriendo el tiempo al movimiento se expresa la consabida y mutua relación entre el tiempo y el movimiento, pero no se explica nada.
El tiempo es duración. Pero una duración sin algo que dure sería una idea absurda. En sí mismo el tiempo no es; carece de existencia propia. La temporalidad existe en los seres y no es posible desgajarla de ellos sin anonadarla. —126→ Se nos podría argüir que «más allá del principio de las cosas hay una cadena interminable de siglos». Pero estos infinitos siglos de tiempo que concebimos antes de la creación del mundo no son nada; son tiempos imaginarios semejantes al espacio imaginario de los abismos sin fin.
El tiempo es sucesión de cosas. Le podríamos aún concebir sin movimiento exterior, pero sin la sucesión de las operaciones anímicas se suprime lo temporal. Un ser sin mudanza externa ni interna, sin ninguna sucesión de ideas ni de actos de ninguna clase; con un solo pensamiento, siempre el mismo, y con una sola voluntad, siempre la misma, no es un ente temporal, sino el Ser eterno. En Dios nada dura, porque nada pasa; todo es fijo, simultáneo, inmóvil. Nada ha sido, nada será; pero todo es. Con razón los teólogos han dicho que la existencia de Dios no se mide con el tiempo; que en la eternidad no hay sucesión, que todo está reunido en un punto. Sin mudanza no hay sucesión y sin sucesión no hay tiempo. Ahí donde comienzan las cosas mudables, ahí hay tiempo; ahí donde concluye la mudanza, ahí concluye el tiempo.
¿Qué es sucesión? La sucesión es dejar de ser lo que se era, para ser lo que se será. Es el ser y el no ser. Una cosa existe y cesa de existir para ser de otra manera. El tiempo es, pues, en el hombre y en las cosas, la sucesión de ser y no ser «eso» para ser lo «otro». El tiempo como objeto lógico o concepto, es la relación del ser y no ser, la mudanza que el entendimiento percibe.
Si comparamos estas sucesiones o mudanzas entre sí, obtenemos la medida del tiempo que se basa en aquellos cambios que nos parecen inalterablemente uniformes, como el movimiento solar, por ejemplo. De esta relación entre varias sucesiones se desprende que la medida del tiempo no sea nada absoluto. Y es que el tiempo es medida de su movimiento, pero su movimiento no es medida del tiempo. Es el movimiento el que está en el tiempo, y no el tiempo el que está en el movimiento. La velocidad -que los físicos y matemáticos expresan con la fórmula: V = e/t es esencialmente relativa.
La dimensión temporal del hombre incluye por necesidad ese tránsito de no ser a ser y de ser a no ser, cuando no en su sustancia al menos en sus accidentes. Ahora bien, —127→ ¿qué podría significar la idea de tránsito si no hay un «antes» y un «después»? El «antes» es una idea fundamentalmente relativa: cuando se habla de lo que «fue» se ha de tomar siempre un «ahora» a que se refiera y con respecto al cual se diga que pasó. Este punto es «presente» ya sea en el orden real o en el orden del pensamiento. En esta relación, el orden es de tal naturaleza que el no ser (fue) es percibido después del ser (ahora).
También el «después» es una idea esencialmente relativa al «ahora». Futuro es el que ha de venir, lo que le ha de acaecer a un presente. Nunca lo futuro puede referirse directamente a lo pasado, porque lo pasado también tiene que referirse a lo presente.
Luego entonces, la idea primigenia y fundamental del tiempo es el «ahora», el presente que está presupuesto en los otros dos tiempos y sin el cual no se podrían ni siquiera concebir. Todo ser es presente. Sólo el instante actual, el «ahora», es la realidad misma de la cosa. Lo que no es «ahora», no es ser.
El tiempo es una sustancia segunda, un universal. Y como universal que es existe fundamentalmente en las cosas (fundamentaliter in re) pero formalmente en la inteligencia (formaliter in mente). «La duración en abstracto, distinta de la cosa que dura, es -como dice un escolástico- un ente de razón, una obra que nuestro entendimiento elabora aprovechando los elementos que le suministra la realidad».
Respuesta:
1. Lo temporal del hombre
Ser en el mundo es lo mismo que ser en el tiempo. El tema es difícil y reviste la más alta importancia. Ya el iluminado y poderoso talento de San Agustín exclamaba después de largas meditaciones: «Si no me preguntáis qué es el tiempo, me parece que lo sé; pero si me lo preguntáis, yo no sabré decirlo».60
Aristóteles definió el tiempo como «el número del movimiento según el antes y el después». Pero nada nos dijo Aristóteles sobre la consistencia de ese número, sobre el cambio o sucesión. Su definición parece limitarse al tiempo como sucesión regular de días y de noches, al tiempo como expresión del movimiento de la esfera, la cual engendra, con el lugar en general, el tiempo en general; son consideraciones que se atienen a lo «físico», en ese sentido más amplio y radical que la «naturaleza» tiene para los helenos.
Refiriendo el tiempo al movimiento se expresa la consabida y mutua relación entre el tiempo y el movimiento, pero no se explica nada.
El tiempo es duración. Pero una duración sin algo que dure sería una idea absurda. En sí mismo el tiempo no es; carece de existencia propia. La temporalidad existe en los seres y no es posible desgajarla de ellos sin anonadarla. —126→ Se nos podría argüir que «más allá del principio de las cosas hay una cadena interminable de siglos». Pero estos infinitos siglos de tiempo que concebimos antes de la creación del mundo no son nada; son tiempos imaginarios semejantes al espacio imaginario de los abismos sin fin.
El tiempo es sucesión de cosas. Le podríamos aún concebir sin movimiento exterior, pero sin la sucesión de las operaciones anímicas se suprime lo temporal. Un ser sin mudanza externa ni interna, sin ninguna sucesión de ideas ni de actos de ninguna clase; con un solo pensamiento, siempre el mismo, y con una sola voluntad, siempre la misma, no es un ente temporal, sino el Ser eterno. En Dios nada dura, porque nada pasa; todo es fijo, simultáneo, inmóvil. Nada ha sido, nada será; pero todo es. Con razón los teólogos han dicho que la existencia de Dios no se mide con el tiempo; que en la eternidad no hay sucesión, que todo está reunido en un punto. Sin mudanza no hay sucesión y sin sucesión no hay tiempo. Ahí donde comienzan las cosas mudables, ahí hay tiempo; ahí donde concluye la mudanza, ahí concluye el tiempo.
¿Qué es sucesión? La sucesión es dejar de ser lo que se era, para ser lo que se será. Es el ser y el no ser. Una cosa existe y cesa de existir para ser de otra manera. El tiempo es, pues, en el hombre y en las cosas, la sucesión de ser y no ser «eso» para ser lo «otro». El tiempo como objeto lógico o concepto, es la relación del ser y no ser, la mudanza que el entendimiento percibe.
Si comparamos estas sucesiones o mudanzas entre sí, obtenemos la medida del tiempo que se basa en aquellos cambios que nos parecen inalterablemente uniformes, como el movimiento solar, por ejemplo. De esta relación entre varias sucesiones se desprende que la medida del tiempo no sea nada absoluto. Y es que el tiempo es medida de su movimiento, pero su movimiento no es medida del tiempo. Es el movimiento el que está en el tiempo, y no el tiempo el que está en el movimiento. La velocidad -que los físicos y matemáticos expresan con la fórmula: V = e/t es esencialmente relativa.
La dimensión temporal del hombre incluye por necesidad ese tránsito de no ser a ser y de ser a no ser, cuando no en su sustancia al menos en sus accidentes. Ahora bien, —127→ ¿qué podría significar la idea de tránsito si no hay un «antes» y un «después»? El «antes» es una idea fundamentalmente relativa: cuando se habla de lo que «fue» se ha de tomar siempre un «ahora» a que se refiera y con respecto al cual se diga que pasó. Este punto es «presente» ya sea en el orden real o en el orden del pensamiento. En esta relación, el orden es de tal naturaleza que el no ser (fue) es percibido después del ser (ahora).
También el «después» es una idea esencialmente relativa al «ahora». Futuro es el que ha de venir, lo que le ha de acaecer a un presente. Nunca lo futuro puede referirse directamente a lo pasado, porque lo pasado también tiene que referirse a lo presente.
Luego entonces, la idea primigenia y fundamental del tiempo es el «ahora», el presente que está presupuesto en los otros dos tiempos y sin el cual no se podrían ni siquiera concebir. Todo ser es presente. Sólo el instante actual, el «ahora», es la realidad misma de la cosa. Lo que no es «ahora», no es ser.
El tiempo es una sustancia segunda, un universal. Y como universal que es existe fundamentalmente en las cosas (fundamentaliter in re) pero formalmente en la inteligencia (formaliter in mente). «La duración en abstracto, distinta de la cosa que dura, es -como dice un escolástico- un ente de razón, una obra que nuestro entendimiento elabora aprovechando los elementos que le suministra la realidad».
Explicación: corona porfa