Según la enseñanza de Juan Pablo II, la familia, ya como realidad sencillamente natural, encuentra su fuente y su modelo en la Trinidad divina. “La imagen divina se realiza no sólo en el individuo, sino también en aquella singular comunión de personas que está formada por un hombre y una mujer, unidos hasta tal punto en el amor que se convierten en una sola carne. En efecto, está escrito: “a imagen de Dios los creó; macho y hembra los creó” (Gn 127) (Mensaje para la jornada de la paz 1994, n.1). “El nosotros divino constituye el modelo eterno del nosotros humano; de aquel nosotros que está formado en primer lugar por el hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza de Dios” (Juan Pablo II, Gravissimam Sane, 6). Cada comunión de personas fundada en el amor es, pues, de alguna manera un reflejo de Dios amor, uno y trino. Pero la familia lo es de forma específica. “El hecho de que el ser humano, creado como hombre y mujer, sea imagen de Dios, no significa solamente que cada uno de ellos individualmente es semejante a Dios, en cuanto ser racional y libre. Significa también que el hombre y la mujer, creados como unidad de los dos en su común humanidad, están llamados a vivir una comunión de amor, y de esta forma reflejar en el mundo la comunión de amor que se da en Dios, por la que las tres Personas se aman en el íntimo misterio de la única vida divina. (…). En la unidad de los dos, el hombre y la mujer están llamados desde el inicio no solo a existir uno al lado del otro o simplemente juntos, sino que están llamados también a existir recíprocamente uno para el otro” (Mulieris Dignitatem, 7). Por esta reciprocidad, cada matrimonio auténtico de un hombre y de una mujer merece la cualificación de sacramento primordial de la creación. Desde el inicio de la historia “se constituye un primordial sacramento, entendido como signo que transmite eficazmente en el mundo visible el misterio invisible escondido en Dios desde la eternidad. Éste es el misterio de la Verdad y del Amor, el misterio de la vida divina, de la que el hombre participa realmente” (Catequesis 20.02.1980, n. 3). Además, cada matrimonio auténtico es por sí mismo signo “del amor que Dios nutre hacia el ser humano” (Angelus 6 de febrero de 1994
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Según la enseñanza de Juan Pablo II, la familia, ya como realidad sencillamente natural, encuentra su fuente y su modelo en la Trinidad divina. “La imagen divina se realiza no sólo en el individuo, sino también en aquella singular comunión de personas que está formada por un hombre y una mujer, unidos hasta tal punto en el amor que se convierten en una sola carne. En efecto, está escrito: “a imagen de Dios los creó; macho y hembra los creó” (Gn 127) (Mensaje para la jornada de la paz 1994, n.1). “El nosotros divino constituye el modelo eterno del nosotros humano; de aquel nosotros que está formado en primer lugar por el hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza de Dios” (Juan Pablo II, Gravissimam Sane, 6). Cada comunión de personas fundada en el amor es, pues, de alguna manera un reflejo de Dios amor, uno y trino. Pero la familia lo es de forma específica. “El hecho de que el ser humano, creado como hombre y mujer, sea imagen de Dios, no significa solamente que cada uno de ellos individualmente es semejante a Dios, en cuanto ser racional y libre. Significa también que el hombre y la mujer, creados como unidad de los dos en su común humanidad, están llamados a vivir una comunión de amor, y de esta forma reflejar en el mundo la comunión de amor que se da en Dios, por la que las tres Personas se aman en el íntimo misterio de la única vida divina. (…). En la unidad de los dos, el hombre y la mujer están llamados desde el inicio no solo a existir uno al lado del otro o simplemente juntos, sino que están llamados también a existir recíprocamente uno para el otro” (Mulieris Dignitatem, 7). Por esta reciprocidad, cada matrimonio auténtico de un hombre y de una mujer merece la cualificación de sacramento primordial de la creación. Desde el inicio de la historia “se constituye un primordial sacramento, entendido como signo que transmite eficazmente en el mundo visible el misterio invisible escondido en Dios desde la eternidad. Éste es el misterio de la Verdad y del Amor, el misterio de la vida divina, de la que el hombre participa realmente” (Catequesis 20.02.1980, n. 3). Además, cada matrimonio auténtico es por sí mismo signo “del amor que Dios nutre hacia el ser humano” (Angelus 6 de febrero de 1994