El primero de Mayo de 1982 un día antes de cumplirse un mes de haber empezado la guerra de Malvinas, en mi casa se festejó el día del trabajador como se hacía todos los años, con asado, con vino pero, como durante todo el período de la última dictadura militar, sin la marcha peronista ni la mayoría de los amigos del sindicato. Antes de comer papá pidió un minuto de silencio por los trabajadores del mundo. Y mamá propuso una oración por los chicos del barrio que teníamos en la guerra, así dijo mamá “los chicos que tenemos en la guerra”, como si fueran sus hijos, como si fueran nuestros hermanos. En realidad de los cuatro chicos del barrio que habían ido a la guerra sólo uno de ellos era de nuestra cuadra, de la barra de los pibes más grandes. Se llamaba igual que yo, Gabriel y le decían como hoy me dicen a mí, el Gaby. A mí en esa época me decían Gavilán.
Como dije, papá estaba mal por la guerra. Decía que por dos razones; una, porque la consideraba inútil, aunque creo que alguna vez dijo que al menos era justa. Y otra, porque de “salirles bien”, a los milicos no los iba a sacar nadie de la rosada. Pero yo, y mi hermano, y casi todos mis amigos, estábamos contentos. Los ingleses eran una porquería que se creían los dueños del mundo y hacerles la guerra, pensábamos, estaba bien.
La guerra para nosotros era como en las películas. Y en las películas siempre ganaban los débiles o los menos dotados. Y para nosotros esa era otra película. Sucedía lejos y no suponía, al menos eso era lo que flotaba en el aire, un riesgo mayor que el de ganar o perder unas islas que un año atrás ni siquiera sabíamos que existían. Supongo que, al menos en un principio, mis amigos y yo vivimos las noticias de esa guerra, lejana pero con bandera celeste y blanca, como un mundial de fútbol. Le dimos a uno, nos dieron a dos. Vamos empatando, los definimos con la aviación porque los aviones Pucará son los mejores del mundo. Y cosas por el estilo. Cosas de las cuales sabíamos poco y nada. Tal vez hablábamos así porque las personas mayores hablaban así, y salían y gritaban como en el mundial 78: Argentina-Argentina, Argentina-Argentina, y salían con banderas y se saludaban, se sentían unidos, y todos los que yo conocía se querían anotar como voluntarios. Mi hermano Alejandro a la cabeza, y yo también, aunque en el fondo rogaba que esa oportunidad no se presentase nunca.
Para ese entonces hacía mucho tiempo que mis amigos y yo no nos reuníamos en la esquina de la infancia. Tal vez más de cuatro años, desde que la mayoría había empezado la secundaria o algún trabajo, bastante después del cierre del taller de papá. Pero esa vez casi sin darnos cuenta, fuimos llegando a la esquina de Armando, de a poco, como antes, como cada vez que en los buenos tiempos nos encontramos frente a una encrucijada. Ahora teníamos entre quince y diecisiete años, y alguno que otro faltaba. Mariza, por ejemplo, estaba en Bariloche, lugar al cual más tarde se iba a ir a vivir. No estaba de viaje de egresados, no, estaba en una comisión de alumnos notables que habían ido a estudiar el hábitat del zorro gris argentino. Esto le estaba contando yo a el Rata, mientras compartíamos una coca de litro, cuando llegó Percha.
-Y por que no se fue al cruce Varela, si ahí está lleno de zorros grises –dijo y se largó una carcajada. El Rata y yo nos reímos también. Es que nosotros siempre le decíamos zorro gris al inspector de transito, porque el uniforme era gris y se escondía detrás de los árboles para hacerle la boleta a nuestros padres.
Llegó mi hermano Alejandro y le dimos lo último de la coca. Enseguida llegó el Chino y dijo que no tenía tiempo para reuniones porque tenía que ensayar con la guitarra para la prenda “Yo sé” del programa Feliz Domingo.
-¿Si no tensé tiempo para qué viniste? –le dijo Alejandro.
-Vine para decirles que no tengo tiempo.
-Bueno, chau –dijo el Rata, pero el Chino no se movió.
-¿Qué vas a tocar? -pregunté.
-Zorba el griego –dijo el Chino y el Rata y Percha se empezaron a matar de la risa
-¿De qué se ríen infradotados?
-De esa canción… el griego que te la Zorba ¿Cómo es? –y meta matarse de risa, pero yo me calenté.
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Respuesta:
El primero de Mayo de 1982 un día antes de cumplirse un mes de haber empezado la guerra de Malvinas, en mi casa se festejó el día del trabajador como se hacía todos los años, con asado, con vino pero, como durante todo el período de la última dictadura militar, sin la marcha peronista ni la mayoría de los amigos del sindicato. Antes de comer papá pidió un minuto de silencio por los trabajadores del mundo. Y mamá propuso una oración por los chicos del barrio que teníamos en la guerra, así dijo mamá “los chicos que tenemos en la guerra”, como si fueran sus hijos, como si fueran nuestros hermanos. En realidad de los cuatro chicos del barrio que habían ido a la guerra sólo uno de ellos era de nuestra cuadra, de la barra de los pibes más grandes. Se llamaba igual que yo, Gabriel y le decían como hoy me dicen a mí, el Gaby. A mí en esa época me decían Gavilán.
Como dije, papá estaba mal por la guerra. Decía que por dos razones; una, porque la consideraba inútil, aunque creo que alguna vez dijo que al menos era justa. Y otra, porque de “salirles bien”, a los milicos no los iba a sacar nadie de la rosada. Pero yo, y mi hermano, y casi todos mis amigos, estábamos contentos. Los ingleses eran una porquería que se creían los dueños del mundo y hacerles la guerra, pensábamos, estaba bien.
La guerra para nosotros era como en las películas. Y en las películas siempre ganaban los débiles o los menos dotados. Y para nosotros esa era otra película. Sucedía lejos y no suponía, al menos eso era lo que flotaba en el aire, un riesgo mayor que el de ganar o perder unas islas que un año atrás ni siquiera sabíamos que existían. Supongo que, al menos en un principio, mis amigos y yo vivimos las noticias de esa guerra, lejana pero con bandera celeste y blanca, como un mundial de fútbol. Le dimos a uno, nos dieron a dos. Vamos empatando, los definimos con la aviación porque los aviones Pucará son los mejores del mundo. Y cosas por el estilo. Cosas de las cuales sabíamos poco y nada. Tal vez hablábamos así porque las personas mayores hablaban así, y salían y gritaban como en el mundial 78: Argentina-Argentina, Argentina-Argentina, y salían con banderas y se saludaban, se sentían unidos, y todos los que yo conocía se querían anotar como voluntarios. Mi hermano Alejandro a la cabeza, y yo también, aunque en el fondo rogaba que esa oportunidad no se presentase nunca.
Para ese entonces hacía mucho tiempo que mis amigos y yo no nos reuníamos en la esquina de la infancia. Tal vez más de cuatro años, desde que la mayoría había empezado la secundaria o algún trabajo, bastante después del cierre del taller de papá. Pero esa vez casi sin darnos cuenta, fuimos llegando a la esquina de Armando, de a poco, como antes, como cada vez que en los buenos tiempos nos encontramos frente a una encrucijada. Ahora teníamos entre quince y diecisiete años, y alguno que otro faltaba. Mariza, por ejemplo, estaba en Bariloche, lugar al cual más tarde se iba a ir a vivir. No estaba de viaje de egresados, no, estaba en una comisión de alumnos notables que habían ido a estudiar el hábitat del zorro gris argentino. Esto le estaba contando yo a el Rata, mientras compartíamos una coca de litro, cuando llegó Percha.
-Y por que no se fue al cruce Varela, si ahí está lleno de zorros grises –dijo y se largó una carcajada. El Rata y yo nos reímos también. Es que nosotros siempre le decíamos zorro gris al inspector de transito, porque el uniforme era gris y se escondía detrás de los árboles para hacerle la boleta a nuestros padres.
Llegó mi hermano Alejandro y le dimos lo último de la coca. Enseguida llegó el Chino y dijo que no tenía tiempo para reuniones porque tenía que ensayar con la guitarra para la prenda “Yo sé” del programa Feliz Domingo.
-¿Si no tensé tiempo para qué viniste? –le dijo Alejandro.
-Vine para decirles que no tengo tiempo.
-Bueno, chau –dijo el Rata, pero el Chino no se movió.
-¿Qué vas a tocar? -pregunté.
-Zorba el griego –dijo el Chino y el Rata y Percha se empezaron a matar de la risa
-¿De qué se ríen infradotados?
-De esa canción… el griego que te la Zorba ¿Cómo es? –y meta matarse de risa, pero yo me calenté.
Explicación:
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