Por John Chambers y Jacqueline Mitton. Princeton University Press; Princeton, 2014.
El origen del sistema solar constituye uno de los temas de investigación más vivos y apasionantes de la astronomía. Pero faltaba un cuadro sistemático del estado de nuestros conocimientos, laguna que se ha colmado con creces en el libro de cabecera, modelo de claridad y rigor expositivo. La importancia del desentrañamiento del origen y evolución de nuestro sistema solar trasciende el mero interés disciplinar, pues en él se confía para resolver la cuestión sobre el origen de la vida y, por ende, del observador humano.
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Todos los objetos que integran nuestro sistema solar surgieron de unos procesos comunes hace miles de millones de años. Un universo en evolución estableció el marco general para la aparición de una nebulosa de gas y polvo que acunó en torno al Sol una pléyade de planetas (rocosos unos, gaseosos otros), cometas, lunas y asteroides. En uno de los rocosos, la Tierra, convergieron factores necesarios para el advenimiento y desarrollo de la vida.
El sistema solar está dominado por una estrella que contiene más del 99,8 por ciento de la masa del sistema. El Sol posee un diámetro de 1,4 millones de kilómetros. Es, pues, una estrella común, si bien brilla más, y posee más masa, que el 90 por ciento de las que tachonan nuestra galaxia. Se halla ahora a medio camino de su esperanza de vida, unos 10.000 millones de años. Carece de la variabilidad, composición insólita o excesivo campo magnético que caracterizan a algunas de sus contrapartidas estelares más exóticas. El Sol ocupa el centro del sistema, mientras que el resto de los cuerpos gira en su entorno.
La densidad media del Sol es similar a la del agua. Consta, en un 98 por ciento, de hidrógeno y helio, apretadamente comprimidos por la gravedad solar. Lo mismo que otras estrellas, el Sol es un plasma, un gas dotado de carga eléctrica, cuyo interior alcanza temperaturas de millones de grados. Las reacciones nucleares desarrolladas en su núcleo aportan una fuente continua de energía, lo que explica el brillo inextinguible y su liberación de calor para la Tierra y otros planetas. En razón de su masa imponente, la gravitación solar domina el movimiento de todos los demás miembros del sistema. El Sol da cuenta del 2 por ciento del momento angular del sistema solar, o inercia rotacional. Gira bastante despacio; en cada rotación invierte un mes. Debido a la naturaleza fluida de la estrella, las diversas capas de su interior giran a distinta velocidad
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OF OUR SOLAR SYSTEM
Por John Chambers y Jacqueline Mitton. Princeton University Press; Princeton, 2014.
El origen del sistema solar constituye uno de los temas de investigación más vivos y apasionantes de la astronomía. Pero faltaba un cuadro sistemático del estado de nuestros conocimientos, laguna que se ha colmado con creces en el libro de cabecera, modelo de claridad y rigor expositivo. La importancia del desentrañamiento del origen y evolución de nuestro sistema solar trasciende el mero interés disciplinar, pues en él se confía para resolver la cuestión sobre el origen de la vida y, por ende, del observador humano.
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Todos los objetos que integran nuestro sistema solar surgieron de unos procesos comunes hace miles de millones de años. Un universo en evolución estableció el marco general para la aparición de una nebulosa de gas y polvo que acunó en torno al Sol una pléyade de planetas (rocosos unos, gaseosos otros), cometas, lunas y asteroides. En uno de los rocosos, la Tierra, convergieron factores necesarios para el advenimiento y desarrollo de la vida.
El sistema solar está dominado por una estrella que contiene más del 99,8 por ciento de la masa del sistema. El Sol posee un diámetro de 1,4 millones de kilómetros. Es, pues, una estrella común, si bien brilla más, y posee más masa, que el 90 por ciento de las que tachonan nuestra galaxia. Se halla ahora a medio camino de su esperanza de vida, unos 10.000 millones de años. Carece de la variabilidad, composición insólita o excesivo campo magnético que caracterizan a algunas de sus contrapartidas estelares más exóticas. El Sol ocupa el centro del sistema, mientras que el resto de los cuerpos gira en su entorno.
La densidad media del Sol es similar a la del agua. Consta, en un 98 por ciento, de hidrógeno y helio, apretadamente comprimidos por la gravedad solar. Lo mismo que otras estrellas, el Sol es un plasma, un gas dotado de carga eléctrica, cuyo interior alcanza temperaturas de millones de grados. Las reacciones nucleares desarrolladas en su núcleo aportan una fuente continua de energía, lo que explica el brillo inextinguible y su liberación de calor para la Tierra y otros planetas. En razón de su masa imponente, la gravitación solar domina el movimiento de todos los demás miembros del sistema. El Sol da cuenta del 2 por ciento del momento angular del sistema solar, o inercia rotacional. Gira bastante despacio; en cada rotación invierte un mes. Debido a la naturaleza fluida de la estrella, las diversas capas de su interior giran a distinta velocidad