¿Qué hacer con el Inca ahora que estaba prisionero? No era un pequeño problema. ¿Cuál iba a ser la reacción de sus partidarios, de su ejército y hasta de su pueblo? De alguna manera la presencia del ilustre cautivo bloqueaba a los españoles en Cajamarca, sobre todo porque la sorpresa con que habían jugado tan bien para capturarlo ya no podría repetirse. Sus fuerzas eran demasiado insuficientes para ir hacia delante, adentrarse en los Andes sin garantía alguna y pasar a otra fase, la de la conquista propiamente dicha, es decir el control del inmenso Perú. Sin embargo, el emperador destituido, en manos de Pizarro y de sus hombres, esto es a su merced, constituía una carta de primer orden. Muy probalemente, mientras Atahualpa estuviera prisionero, los indios no intentarían nada contra los españoles. Por lo menos en un primer tiempo, a éstos últimos pues no les quedaba sino sacar provecho al máximo de la situación nacida de su golpe de audacia.
El rescate del Inca
2Los cronistas han glosado largamente sobre las discusiones que tuvieron —o habrían tenido— lugar entre Pizarro y Atahualpa. Siguiendo en esto una tradición muy conocida de la gran literatura antigua, ellos las presentan en general como dignas conversaciones entre dos jefes, uno, vencedor, magnánimo y generoso, lleno de atenciones para el vencido a quien albergaba en sus aposentos y a quien había dejado un séquito importante, el otro, sereno en la desgracia, siempre grande a pesar de su ruina, y sin manifestar enemistad sino con fray Vicente de Valverde. Garcilaso de la Vega, cuya madre pertenecía a la aristocracia inca, tiene una opinión más matizada. Él afirma que Atahualpa cargaba pesadas cadenas de hierro, versión empero poco probable en la medida que se sabe que el Inca destituido gozaba de una relativa libertad de movimientos en la residencia en la que estaba confinado.
3Sea como fuese, y sea cuales hayan sido verdaderamente las relaciones entre el conquistador y el Inca, el hecho es que terminaron por hablar de rescate. Parece ser que la propuesta emanó de Atahualpa. A cambio de su libertad, él habría propuesto a Pizarro llenar con oro la habitación en la que se encontraba. Levantando el brazo y tocando la pared con la mano, habría hecho trazar una línea roja indicando la altura por alcanzar. Se haría lo mismo con las otras dos habitaciones contiguas pero éstas se llenarían con objetos de plata. El Inca habría precisado incluso que éstos no habían de ser martillados para ocupar menos volumen y aumentar así el rescate. Los españoles, atraídos solamente por el peso del oro contenido en los objetos que encontraban y de ninguna manera interesados por su valor estético, tenían en efecto la costumbre de triturar platos, jarrones, pectorales, revestimientos de templos, objetos de culto, etc., para transportarlos más fácilmente en forma de gruesos lingotes en espera de fundirlos. La habitación en la que sería almacenado el oro del rescate —y que tiene grandes posibilidades de no ser aquella que se muestra hoy a los turistas en Cajamarca— medía, según los testigos, más de ocho metros de largo por casi cinco de ancho. Ante la incredulidad de Pizarro, Atahualpa se había dado cuarenta días para llenarla.
¿Qué hacer con el Inca ahora que estaba prisionero? No era un pequeño problema. ¿Cuál iba a ser la reacción de sus partidarios, de su ejército y hasta de su pueblo? De alguna manera la presencia del ilustre cautivo bloqueaba a los españoles en Cajamarca, sobre todo porque la sorpresa con que habían jugado tan bien para capturarlo ya no podría repetirse. Sus fuerzas eran demasiado insuficientes para ir hacia delante, adentrarse en los Andes sin garantía alguna y pasar a otra fase, la de la conquista propiamente dicha, es decir el control del inmenso Perú. Sin embargo, el emperador destituido, en manos de Pizarro y de sus hombres, esto es a su merced, constituía una carta de primer orden
Respuesta:
¿Qué hacer con el Inca ahora que estaba prisionero? No era un pequeño problema. ¿Cuál iba a ser la reacción de sus partidarios, de su ejército y hasta de su pueblo? De alguna manera la presencia del ilustre cautivo bloqueaba a los españoles en Cajamarca, sobre todo porque la sorpresa con que habían jugado tan bien para capturarlo ya no podría repetirse. Sus fuerzas eran demasiado insuficientes para ir hacia delante, adentrarse en los Andes sin garantía alguna y pasar a otra fase, la de la conquista propiamente dicha, es decir el control del inmenso Perú. Sin embargo, el emperador destituido, en manos de Pizarro y de sus hombres, esto es a su merced, constituía una carta de primer orden. Muy probalemente, mientras Atahualpa estuviera prisionero, los indios no intentarían nada contra los españoles. Por lo menos en un primer tiempo, a éstos últimos pues no les quedaba sino sacar provecho al máximo de la situación nacida de su golpe de audacia.
El rescate del Inca
2Los cronistas han glosado largamente sobre las discusiones que tuvieron —o habrían tenido— lugar entre Pizarro y Atahualpa. Siguiendo en esto una tradición muy conocida de la gran literatura antigua, ellos las presentan en general como dignas conversaciones entre dos jefes, uno, vencedor, magnánimo y generoso, lleno de atenciones para el vencido a quien albergaba en sus aposentos y a quien había dejado un séquito importante, el otro, sereno en la desgracia, siempre grande a pesar de su ruina, y sin manifestar enemistad sino con fray Vicente de Valverde. Garcilaso de la Vega, cuya madre pertenecía a la aristocracia inca, tiene una opinión más matizada. Él afirma que Atahualpa cargaba pesadas cadenas de hierro, versión empero poco probable en la medida que se sabe que el Inca destituido gozaba de una relativa libertad de movimientos en la residencia en la que estaba confinado.
3Sea como fuese, y sea cuales hayan sido verdaderamente las relaciones entre el conquistador y el Inca, el hecho es que terminaron por hablar de rescate. Parece ser que la propuesta emanó de Atahualpa. A cambio de su libertad, él habría propuesto a Pizarro llenar con oro la habitación en la que se encontraba. Levantando el brazo y tocando la pared con la mano, habría hecho trazar una línea roja indicando la altura por alcanzar. Se haría lo mismo con las otras dos habitaciones contiguas pero éstas se llenarían con objetos de plata. El Inca habría precisado incluso que éstos no habían de ser martillados para ocupar menos volumen y aumentar así el rescate. Los españoles, atraídos solamente por el peso del oro contenido en los objetos que encontraban y de ninguna manera interesados por su valor estético, tenían en efecto la costumbre de triturar platos, jarrones, pectorales, revestimientos de templos, objetos de culto, etc., para transportarlos más fácilmente en forma de gruesos lingotes en espera de fundirlos. La habitación en la que sería almacenado el oro del rescate —y que tiene grandes posibilidades de no ser aquella que se muestra hoy a los turistas en Cajamarca— medía, según los testigos, más de ocho metros de largo por casi cinco de ancho. Ante la incredulidad de Pizarro, Atahualpa se había dado cuarenta días para llenarla.
¿Qué hacer con el Inca ahora que estaba prisionero? No era un pequeño problema. ¿Cuál iba a ser la reacción de sus partidarios, de su ejército y hasta de su pueblo? De alguna manera la presencia del ilustre cautivo bloqueaba a los españoles en Cajamarca, sobre todo porque la sorpresa con que habían jugado tan bien para capturarlo ya no podría repetirse. Sus fuerzas eran demasiado insuficientes para ir hacia delante, adentrarse en los Andes sin garantía alguna y pasar a otra fase, la de la conquista propiamente dicha, es decir el control del inmenso Perú. Sin embargo, el emperador destituido, en manos de Pizarro y de sus hombres, esto es a su merced, constituía una carta de primer orden