R A A P R E N D E R
Desde que nacemos y aún antes, estamos pensando, estamos realizando una función que es innata del
ser humano. Pero si bien todos nacemos con la capacidad de pensar, es necesario un trabajo focalizado
del pensamiento para que alcance niveles cada vez más altos de desarrollo y no quede limitada a una
función automática de la tenemos poca o ninguna conciencia. Perkins (1998), explica que desde
pequeños, los niños se tienen que desarrollar inmersos en una cultura del pensamiento, para que al
llegar a jóvenes y adultos puedan estar atentos y hacer frente a situaciones complejas, como organizar
el tiempo y establecer una buena estrategia en el estudio, poder entender el punto de vista de otra
persona aunque piense diferente, ser críticos frente a un discurso, encontrar caminos laterales cuando
una situación aparenta no tener salida, detectar y hacer frente a rumores infundados.
Las investigaciones realizadas por el equipo del Proyecto Cero, establecen que la mayoría de las
personas tienen las habilidades, actitudes y alertas de pensamiento sin desarrollar. Se muestran pasivos
e indiferentes frente a circunstancias que provocan el pensamiento, están insensibles frente a señales que
invitan a reflexionar, no cultivan actitudes de pensamiento profundo, tales como: cuestionar las
evidencias, ir más allá de lo obvio, ver el lado oculto de las situaciones, pensar diferente al menos por
un tiempo y aprovechar todas las oportunidades que inciten a la reflexión. Por esta razón es importante
que los niños y jóvenes aprendan estas actitudes, habilidades y alertas que son promotoras del
pensamiento, pero que no pueden desarrollarse de forma espontánea.
Una de las razones por las cuales no somos conscientes de nuestros pensamientos es que, por suerte o
por desgracia, nuestros pensamientos no son perceptibles para las personas que nos rodean, y muchas
veces, son imperceptibles también las situaciones que los provocan. Perkins afirma:
En el campo educativo, la posibilidad de captar con nuestros sentidos el objeto de aprendizaje facilita
mucho el proceso. Por ejemplo, para un niño que está aprendiendo a escribir, el visualizar las diferentes
letras ayuda a que pueda reproducirlas. Para un estudiante de secundaria que está estudiando la
célula, si tiene la oportunidad de observar una célula al microscopio es posible que se forme más
fácilmente una imagen mental y que dicha imagen colabore con la construcción de conceptos. Para un
estudiante que aprende la ejecución de una pieza musical en un instrumento, al escuchar interpretación
de un músico experimentado, se forma una idea sobre la cadencia en la que tiene que trabajar. En el
proceso de aprendizaje inciden mucho las percepciones: La observación del objeto de aprendizaje de
“El pensamiento es básicamente invisible. […] En la mayoría de los casos el pensamiento permanece
bajo el capó, dentro del maravilloso motor de nuestra mente. […] Afortunadamente, ni el
pensamiento, ni las oportunidades para pensar, necesariamente deben ser invisibles como
frecuentemente lo son. Como educadores, podemos trabajar para lograr hacer el pensamiento
mucho más visible de lo que suele ser en el aula. Cuando así lo hacemos, estamos ofreciendo a los
estudiantes más oportunidades desde donde construir y aprender.”
Rutinas de pensamiento
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forma directa o indirecta, nos permite imitar, reproducir, evocar, adaptar y transformar esa percepción
y construir un conocimiento nuestro, un conocimiento que tiene una huella personal. El problema surge
cuando el objeto de aprendizaje es el propio pensamiento, porque el objeto de estudio es
imperceptible, al menos en primera instancia y son imperceptibles también las circunstancias que lo
provocan. ¿Cómo enseñar a nuestros estudiantes un objeto de aprendizaje tan intangible? ¿Cómo
describir y trabajar con lo imperceptible? ¿Cómo hacer perceptibles las situaciones que provocan
nuestros pensamientos? ¿Cómo aprender a pensar? ¿Cómo enseñar a pensar a nuestros estudiantes?
Ritchart (2014), afirma que el pensamiento, las situaciones provocadoras del mismo, las oportunidades
para activar la reflexión, no tienen por qué ser invisibles. Según las investigaciones de Ritchhart (2002)
los mejores docentes establecen a través de su práctica, una fuerte cultura del pensamiento. Los
estudiantes aprenden de la clase, pero también aprenden de las culturas que forman parte del contexto
del aula. Dichas culturas, pasan a formar parte del currículo oculto y emergen en las expectativas y
concepciones que facilitan u obstaculizan el aprendizaje de los alumnos. Para que los estudiantes
" Life is not a problem to be solved but a reality to be experienced! "
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R A A P R E N D E R
Desde que nacemos y aún antes, estamos pensando, estamos realizando una función que es innata del
ser humano. Pero si bien todos nacemos con la capacidad de pensar, es necesario un trabajo focalizado
del pensamiento para que alcance niveles cada vez más altos de desarrollo y no quede limitada a una
función automática de la tenemos poca o ninguna conciencia. Perkins (1998), explica que desde
pequeños, los niños se tienen que desarrollar inmersos en una cultura del pensamiento, para que al
llegar a jóvenes y adultos puedan estar atentos y hacer frente a situaciones complejas, como organizar
el tiempo y establecer una buena estrategia en el estudio, poder entender el punto de vista de otra
persona aunque piense diferente, ser críticos frente a un discurso, encontrar caminos laterales cuando
una situación aparenta no tener salida, detectar y hacer frente a rumores infundados.
Las investigaciones realizadas por el equipo del Proyecto Cero, establecen que la mayoría de las
personas tienen las habilidades, actitudes y alertas de pensamiento sin desarrollar. Se muestran pasivos
e indiferentes frente a circunstancias que provocan el pensamiento, están insensibles frente a señales que
invitan a reflexionar, no cultivan actitudes de pensamiento profundo, tales como: cuestionar las
evidencias, ir más allá de lo obvio, ver el lado oculto de las situaciones, pensar diferente al menos por
un tiempo y aprovechar todas las oportunidades que inciten a la reflexión. Por esta razón es importante
que los niños y jóvenes aprendan estas actitudes, habilidades y alertas que son promotoras del
pensamiento, pero que no pueden desarrollarse de forma espontánea.
Una de las razones por las cuales no somos conscientes de nuestros pensamientos es que, por suerte o
por desgracia, nuestros pensamientos no son perceptibles para las personas que nos rodean, y muchas
veces, son imperceptibles también las situaciones que los provocan. Perkins afirma:
En el campo educativo, la posibilidad de captar con nuestros sentidos el objeto de aprendizaje facilita
mucho el proceso. Por ejemplo, para un niño que está aprendiendo a escribir, el visualizar las diferentes
letras ayuda a que pueda reproducirlas. Para un estudiante de secundaria que está estudiando la
célula, si tiene la oportunidad de observar una célula al microscopio es posible que se forme más
fácilmente una imagen mental y que dicha imagen colabore con la construcción de conceptos. Para un
estudiante que aprende la ejecución de una pieza musical en un instrumento, al escuchar interpretación
de un músico experimentado, se forma una idea sobre la cadencia en la que tiene que trabajar. En el
proceso de aprendizaje inciden mucho las percepciones: La observación del objeto de aprendizaje de
“El pensamiento es básicamente invisible. […] En la mayoría de los casos el pensamiento permanece
bajo el capó, dentro del maravilloso motor de nuestra mente. […] Afortunadamente, ni el
pensamiento, ni las oportunidades para pensar, necesariamente deben ser invisibles como
frecuentemente lo son. Como educadores, podemos trabajar para lograr hacer el pensamiento
mucho más visible de lo que suele ser en el aula. Cuando así lo hacemos, estamos ofreciendo a los
estudiantes más oportunidades desde donde construir y aprender.”
Rutinas de pensamiento
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forma directa o indirecta, nos permite imitar, reproducir, evocar, adaptar y transformar esa percepción
y construir un conocimiento nuestro, un conocimiento que tiene una huella personal. El problema surge
cuando el objeto de aprendizaje es el propio pensamiento, porque el objeto de estudio es
imperceptible, al menos en primera instancia y son imperceptibles también las circunstancias que lo
provocan. ¿Cómo enseñar a nuestros estudiantes un objeto de aprendizaje tan intangible? ¿Cómo
describir y trabajar con lo imperceptible? ¿Cómo hacer perceptibles las situaciones que provocan
nuestros pensamientos? ¿Cómo aprender a pensar? ¿Cómo enseñar a pensar a nuestros estudiantes?
Ritchart (2014), afirma que el pensamiento, las situaciones provocadoras del mismo, las oportunidades
para activar la reflexión, no tienen por qué ser invisibles. Según las investigaciones de Ritchhart (2002)
los mejores docentes establecen a través de su práctica, una fuerte cultura del pensamiento. Los
estudiantes aprenden de la clase, pero también aprenden de las culturas que forman parte del contexto
del aula. Dichas culturas, pasan a formar parte del currículo oculto y emergen en las expectativas y
concepciones que facilitan u obstaculizan el aprendizaje de los alumnos. Para que los estudiantes