El gran objetivo romano se había realizado: el imperio universal era un hecho, y en su expansión, Roma, había de recoger nuevas ideas que le facilitaran la gobernación del Imperio.
A tres categorías podemos reducir estas nuevas ideas: jurídicas, políticas, filosóficas. Precisando más; nueva fórmula de gobierno, nueva concepción jurídica, nuevo pensamiento filosófico. Todas ellas, armonizadas, fueron dirigidas a un mismo fin: la unificación del Imperio.
Ante todo se buscó nueva forma de gobierno. ¿Cuál sería? La conquista romana había forjado excelentes caudillos, Pompeyo, César, Antonio... Encumbrados por sus brillantes éxitos, alcanzaban prontamente fama en los medios políticos de la Urbs, a la vez que sus espíritus albergaban una mayor ambición y que el instinto monárquico se elevaba entre ellos a alturas insospechadas.Y esto fue así porque al conquistar un mundo, tuvo Roma que elegir entre el mantenimiento de sus viejas tradiciones republicanas o conservar el recién conquistado Imperio. Que una reforma del régimen político romano era indispensable ya lo comprendieron políticos como los Gracos, Mario, Sila. Pero el problema estribaba en encontrar la nueva fórmula política.
Pompeyo no la encontró; César dio con ella, pero fue demasiado lejos. Creyó en un régimen monárquico de tipo helenístico, pero si bien el porvenir garantizó la fórmula, no era entonces momento propicio para aplicarla.
Y esto fue así porque al conquistar un mundo, tuvo Roma que elegir entre el mantenimiento de sus viejas tradiciones republicanas o conservar el recién conquistado Imperio. Que una reforma del régimen político romano era indispensable ya lo comprendieron políticos como los Gracos, Mario, Sila. Pero el problema estribaba en encontrar la nueva fórmula política.
Pompeyo no la encontró; César dio con ella, pero fue demasiado lejos. Creyó en un régimen monárquico de tipo helenístico, pero si bien el porvenir garantizó la fórmula, no era entonces momento propicio para aplicarla.
Por otra parte su personalidad tropezó, en sus conquistas asiáticas, frente a un tipo de institución, que daba realidad tangible a sus ambiciones. Por eso, escribe con razón Ernest Barker, al hablar del imperialismo romano que «una evolución romana se encuentra con un concepto griego. Tal es la génesis de la concepción del imperio romano».
Así se justifican las palabras de Tácito, cuando en sus Historias (I,I) dice que «después de la batalla de Actium el gobierno de uno sólo se hizo indispensable para la paz».
De la Ciudad Estado
al Imperio Universal
El gran objetivo romano se había realizado: el imperio universal era un hecho, y en su expansión, Roma, había de recoger nuevas ideas que le facilitaran la gobernación del Imperio.
A tres categorías podemos reducir estas nuevas ideas: jurídicas, políticas, filosóficas. Precisando más; nueva fórmula de gobierno, nueva concepción jurídica, nuevo pensamiento filosófico. Todas ellas, armonizadas, fueron dirigidas a un mismo fin: la unificación del Imperio.
Ante todo se buscó nueva forma de gobierno. ¿Cuál sería? La conquista romana había forjado excelentes caudillos, Pompeyo, César, Antonio... Encumbrados por sus brillantes éxitos, alcanzaban prontamente fama en los medios políticos de la Urbs, a la vez que sus espíritus albergaban una mayor ambición y que el instinto monárquico se elevaba entre ellos a alturas insospechadas.Y esto fue así porque al conquistar un mundo, tuvo Roma que elegir entre el mantenimiento de sus viejas tradiciones republicanas o conservar el recién conquistado Imperio. Que una reforma del régimen político romano era indispensable ya lo comprendieron políticos como los Gracos, Mario, Sila. Pero el problema estribaba en encontrar la nueva fórmula política.
Pompeyo no la encontró; César dio con ella, pero fue demasiado lejos. Creyó en un régimen monárquico de tipo helenístico, pero si bien el porvenir garantizó la fórmula, no era entonces momento propicio para aplicarla.
Y esto fue así porque al conquistar un mundo, tuvo Roma que elegir entre el mantenimiento de sus viejas tradiciones republicanas o conservar el recién conquistado Imperio. Que una reforma del régimen político romano era indispensable ya lo comprendieron políticos como los Gracos, Mario, Sila. Pero el problema estribaba en encontrar la nueva fórmula política.
Pompeyo no la encontró; César dio con ella, pero fue demasiado lejos. Creyó en un régimen monárquico de tipo helenístico, pero si bien el porvenir garantizó la fórmula, no era entonces momento propicio para aplicarla.
Por otra parte su personalidad tropezó, en sus conquistas asiáticas, frente a un tipo de institución, que daba realidad tangible a sus ambiciones. Por eso, escribe con razón Ernest Barker, al hablar del imperialismo romano que «una evolución romana se encuentra con un concepto griego. Tal es la génesis de la concepción del imperio romano».
Así se justifican las palabras de Tácito, cuando en sus Historias (I,I) dice que «después de la batalla de Actium el gobierno de uno sólo se hizo indispensable para la paz».