Este libro de seis relatos breves transita por los senderos de la intriga y el terror. Si bien Concha López Narváez es una autora habitual para la literatura juvenil y supuestamente está especializada en el género (La sombra del gato es otro de sus libro de relatos, menos afortunado que este), quizá su estilo está bastante alejado de los gustos, del estilo y de los temas que hoy en día atraen más a los jóvenes.
Uno de los principales problemas para los escritores de literatura juvenil es esa paradoja entre el sector del público al que se dirigen y los medios lingüísticos que utilizan, con un vocabulario excesivamente exigente. Por una parte suelen inclinarse por unos temas que son cercanos a la juventud, pero por otra parte no sacrifican el registro adulto que emplearían en condiciones “normales”. Esa indefinición acaba lastrando el resultado y es el origen de la polémica existente al etiquetar la literatura como juvenil.
No quiero decir que este libro sea malo, ni mucho menos, sobre todo porque las historias cortas enganchan y funciona bastante bien en conjunto, al menos si las pensamos para llevarlas al aula. Aunque el esquema es bastante parecido en todos ellos, no hay que buscar un Poe o un Lovecraft, de modo que en líneas generales los autores consiguen el reto de, si no concitar el miedo, sí la atención o la curiosidad del lector.
Empieza el libro con El misterio del cuadro del Conde de Vriendt, en el que un cuadro emana una malignidad acorde con la figura que inspiró el retrato, un conde sádico y perverso que pidió al rey de España (pese a estar ambientado en Amberes, era la época del imperio español), entre otras cosas, ser llevado a un museo para así ser visto por todos. Una serie de asesinatos coinciden con la desaparición de ese aura maligno, algo que lleva a Adríaen Schombeke, el director del museo, a sospechar de que ha habido un cambiazo.
El sueño es un relato sin definir su espacio, aunque parece que es cronológicamente contemporáneo a los lectores. Julián Calcerrada es un hombre fracasado que, sin embargo, encuentra un cierto consuelo en sueños suyos donde va consiguiendo ascender en la empresa; no obstante, paralelamente a esto su tranquilidad empieza a desmoronarse, porque le exigen corromperse.
En La gárgola los protagonistas no son ni Gregorius Gesner, un pintor ya anciano y sin muchos encargos, ni Konrad Schiltberger, su tacaño y despreciable casero, sino una pareja de mochuelos que están empollando unos huevos que Konrad cambia por un guijarro de piedra. Claro que cuando descubre que esa piedra ha dado como resultado una gárgola como las de la iglesia de enfrente, no le hará demasiada gracia.
El visitante de la madrugada da nombre al libro y sin embargo no es el más logrado. Un hombre, Luigi Piazza (el nombre da a entender que está ambientado en algún lugar de Italia, aunque no se nombra), vive solo desde la muerte de su madre. Hosco, huraño, desconfiado, apenas tiene trato con otros hombres, hasta que aparecen pisadas de animal por su jardín y su casa, lo que le lleva a obsesionarse y a descubrir una inquietante realidad sobre él mismo.
Más interesante resulta La ciudad perdida de Kur-Luán: el escritor George O'Leary busca tranquilidad en la apartada casa de su amigo Henry Sackville, arqueólogo que parece trastornado por un reciente descubrimiento en el desierto. Está traduciendo unas tablillas para desentrañar el misterio de unas figuras que parecen estatuas y que no son sino obra de la acción demoniaca del brujo Rabjoms Gyatso, algo que afectará a Sackville, de ahí sus bruscos y desconcertantes cambios de talante.
Por último, el libro acaba con El señor de los ratones, quizá el relato más próximo al terror: se nos cuenta cómo Luis de Montagut, catedrático universitario, tras la jubilación, se retira a una torre apartada en un pueblecito y pierde la cabeza tras asistir a la muerte de un hombre quemado en la hoguera, hecho que ocurrió hace varios siglos. Ya antes le costaba explicar extraños fenómenos relacionados con ratones. El doctor Terán le está tratando pero se va a ir del hospital y explica el caso a su sustituto, el doctor Senfil. El final deparará una angustiosa sorpresa...
Todos escritos en 3ª persona, sin muchas variantes ni complicaciones (el mal está representado casi siempre por una figura reconcentrada mente maligna, algo que beneficia la recomendación de esta lectura), peca sobre todo de un pretendido cosmopolitismo que no aporta gran cosa al conjunto, salvo quizá contar con nombres más exóticos (porque las localizaciones más lejanas son referidas sin llegar a describírnoslas). Los personajes oscilan casi siempre entre buenos y malos (que son los que más abundan), exceptuando quizá el comportamiento un tanto discutible del director del primer relato y el personaje central de El sueño, aunque se cuestione su moralidad en la vigilia y no dentro de esos sueños que son casi como vivir dentro de una película.
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gutierrezayalarosa
Este libro de seis relatos breves transita por los senderos de la intriga y el terror. Si bien Concha López Narváez es una autora habitual para la literatura juvenil y supuestamente está especializada en el género (La sombra del gato es otro de sus libro de relatos, menos afortunado que este), quizá su estilo está bastante alejado de los gustos, del estilo y de los temas que hoy en día atraen más a los jóvenes.
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Este libro de seis relatos breves transita por los senderos de la intriga y el terror. Si bien Concha López Narváez es una autora habitual para la literatura juvenil y supuestamente está especializada en el género (La sombra del gato es otro de sus libro de relatos, menos afortunado que este), quizá su estilo está bastante alejado de los gustos, del estilo y de los temas que hoy en día atraen más a los jóvenes.
Uno de los principales problemas para los escritores de literatura juvenil es esa paradoja entre el sector del público al que se dirigen y los medios lingüísticos que utilizan, con un vocabulario excesivamente exigente. Por una parte suelen inclinarse por unos temas que son cercanos a la juventud, pero por otra parte no sacrifican el registro adulto que emplearían en condiciones “normales”. Esa indefinición acaba lastrando el resultado y es el origen de la polémica existente al etiquetar la literatura como juvenil.
Respuesta:
Oye eso es muy largó para