Mauricio Santacruz es un joven burgués de Bolivia. Vive con su madre, su hermana y su tía. Tiene un buen pasar, sin preocupaciones. En realidad, vive enajenado y alienado de lo que ocurre en su entorno: nada le afecta; nada le (pre)ocupa. Su estada en el campo, en el latifundio familiar constituyó un período de vacaciones; no despertó de manera alguna su interés por el trabajo ni por los demás. Sus hermanas Clotilde e Isabel y su novia, Clara Eugenia, son su ocupación, el centro de su vida.
Mauricio Santacruz es un soldado en la Guerra del Chaco. El asco que en un principio le ocasionaron los piojos, las ratas, las aguas servidas, el rancho, la miseria y suciedad en que debía subsistir, a pesar de no estar en el frente, sino en un perdido pueblo de la puna, ha ido metamorfoseándose hasta devenir en una suerte de desidia, de indiferencia ante su situación. Es más, hábitos básicos de higiene (para una persona de su origen socio-económico), han quedado atrás y los percibe/recuerda como hábitos de dandy, seudo-afeminados. A su suciedad física le contrasta una fuerte limpieza ética, limpieza que le permite enfrentar a un grupo de sus pares que ha violado (masiva y reiteradamente) a una imilla del pueblo cercano a donde está asentado el regimiento. Esta limpieza también le permite/obliga a cuestionar a su superior y el atentado contra la propiedad privada que éste ha cometido. Es este Mauricio a quien se confina para luego enviarlo a la capital para juicio por insubordinación. Su prisión no es larga: junto al Coto escapa.
Mauricio Santacruz muere y da lugar a Laurencio Peña, un minero trabajador, callado, con ideas “socialistas” (según el gobierno boliviano) mas no líder. Su vida citadina, enajenada, aburrida, ha cambiado. Laurencio se (pre)ocupa por la situación de los mineros, de sus familias, por la situación (política, institucional y económica) de su país; la vive en carne propia, entiende los cánceres antiguos (la tríada del latifundista, el sacerdote y el teniente político) y nuevos (el inversor extranjero) y las conductas de opresión (y su jerarquía) de los oprimidos. La lucha de los oprimidos —los mineros en este caso— es suya también. Y así muere, luchando por los derechos de los oprimidos, en la huelga realizada tras un derrumbe en la mina y la negativa de la empresa (personificada en los capataces e ingenieros) de rescatar a los sobrevivientes. Laurencio, un luchador por la causa de los oprimidos muere contemplando el cielo, de manera semejante a la que el enajenado Mauricio, desde su apatía, abre la novela.
Aluvión de fuego
de Óscar Cerruto (1935)
Mauricio Santacruz es un joven burgués de Bolivia. Vive con su madre, su hermana y su tía. Tiene un buen pasar, sin preocupaciones. En realidad, vive enajenado y alienado de lo que ocurre en su entorno: nada le afecta; nada le (pre)ocupa. Su estada en el campo, en el latifundio familiar constituyó un período de vacaciones; no despertó de manera alguna su interés por el trabajo ni por los demás. Sus hermanas Clotilde e Isabel y su novia, Clara Eugenia, son su ocupación, el centro de su vida.
Mauricio Santacruz es un soldado en la Guerra del Chaco. El asco que en un principio le ocasionaron los piojos, las ratas, las aguas servidas, el rancho, la miseria y suciedad en que debía subsistir, a pesar de no estar en el frente, sino en un perdido pueblo de la puna, ha ido metamorfoseándose hasta devenir en una suerte de desidia, de indiferencia ante su situación. Es más, hábitos básicos de higiene (para una persona de su origen socio-económico), han quedado atrás y los percibe/recuerda como hábitos de dandy, seudo-afeminados. A su suciedad física le contrasta una fuerte limpieza ética, limpieza que le permite enfrentar a un grupo de sus pares que ha violado (masiva y reiteradamente) a una imilla del pueblo cercano a donde está asentado el regimiento. Esta limpieza también le permite/obliga a cuestionar a su superior y el atentado contra la propiedad privada que éste ha cometido. Es este Mauricio a quien se confina para luego enviarlo a la capital para juicio por insubordinación. Su prisión no es larga: junto al Coto escapa.
Mauricio Santacruz muere y da lugar a Laurencio Peña, un minero trabajador, callado, con ideas “socialistas” (según el gobierno boliviano) mas no líder. Su vida citadina, enajenada, aburrida, ha cambiado. Laurencio se (pre)ocupa por la situación de los mineros, de sus familias, por la situación (política, institucional y económica) de su país; la vive en carne propia, entiende los cánceres antiguos (la tríada del latifundista, el sacerdote y el teniente político) y nuevos (el inversor extranjero) y las conductas de opresión (y su jerarquía) de los oprimidos. La lucha de los oprimidos —los mineros en este caso— es suya también. Y así muere, luchando por los derechos de los oprimidos, en la huelga realizada tras un derrumbe en la mina y la negativa de la empresa (personificada en los capataces e ingenieros) de rescatar a los sobrevivientes. Laurencio, un luchador por la causa de los oprimidos muere contemplando el cielo, de manera semejante a la que el enajenado Mauricio, desde su apatía, abre la novela.