Los primeros testigos enfrentados a los khipus, fueron nada menos que los primeros invasores que formaban parte de las huestes de Pizarro. Aunque los soldados conquistadores, los letrados y los misioneros españoles con frecuencia desconfiaban del intelecto nativo en otros campos, la familiaridad personal que adquirieron con expertos en khipus convenció a muchos. Polo puso a prueba la tradición de los khipus utilizándolo para husmear entre los focos políticamente peligrosos del culto real inca. Estos y algunos otros ya habían empezado a conocer los khipus mucho antes que los funcionarios españoles empezaran a influenciar la producción de khipus para registros de juicios y tributos.
Entonces, sus aseveraciones podrían tomarse como referencias a un legado tecnológico esencialmente prehispánico, y no a la tecnología de los khipus tal como fue reformulada a lo largo de la interfase colonial. 5La investigadora boliviana Carmen Beatriz Loza propone dividir en tres períodos la interacción colonial temprana entre los khipus y la escritura alfabética . Garcilaso Inca de la Vega escribió que en su juventud, que corresponde a esa época, los señores étnicos locales solían pedirle que les leyera los libros de cuentas como una manera de detectar cualquiera falsificación de los datos sobre los tributos que habían compilado en sus khipus . En 1554, los señores étnicos huancas, cuyas tierras se ubicaban al otro lado de la cordillera desde Huarochirí, adujeron a sus khipus para dar cuenta de los muchos bienes incautados por los ejércitos españoles durante las etapas tempranas de la conquista.
En la misma época se dice que grupos de descendencia real se servían de los khipus para explicar las conquistas de reyes incas que habían muerto mucho antes de 1532 . Durante los primeros años de la administración toledana, la política colonial fue más allá de simplemente recibir khipus. El régimen colonial empezó a regular su uso, e incluso a exigir que los curacas mantuvieran tipos específicos de khipus. 9El padre José de Acosta, jesuita llegado al Cusco en 1571, tuvo gran aprecio por los khipus, observando que las mujeres utilizaban «hilos» para registrar sus pecados cuando se iban a confesar y las personas mayores los utilizaban para detallar los puntos del catecismo.
Acosta expresamente comparaba los caracteres alfabéticos, que él entendía se referían a segmentos de sonidos subsignificativos, con los códigos de los khipus, que se referían a una clase que Acosta llamaba «significaciones de cosas» . 10Según Sempat Assadourian Huarochirí era una de las muchas provincias donde a fines de la década de 1570 los khipukamayuq todavía comprendían los khipus históricos. El autor anónimo de la «Relación de las costumbres antiguas de los naturales del Pirú» 1968 , que parece haber sido Blas Valera, en esa época le consultó al cacique principal de Huarochirí don Sebastián Ninavilca, como autoridad en khipus. Esta era la opinión de un cierto doctor Murillo de la Cerda, quien escribió un corto memorando con interesantes detalles acerca de la contabilidad colonial con khipus, tal como fue practicada después de las reformas del virrey Toledo.
No lo podemos saber, pero en todo caso la tecnología de los khipus evidentemente se insertó profundamente en el orden postoledano.
mr6493168
es más como una investigación creo , por qué en la historia ,se centra más en su historia , y este concepto habla más de autores y otras personas
manaarioka
Esta muy largo KSKKS no hay más corto pliss
El Inquisidor había logrado descubrir el lugar dónde se escondía el último khipukamayu. Le pagó lo prometido al chaski que le trajo la noticia y lo despachó, recomendándole que no dejara de informarle sobre los movimientos de ese rebelde. Suponía que estaría haciendo lo de siempre, a pesar de la prohibición que podría costarle la vida. Lo que indudablemente no sabía –ni el chaski—— era que el khipukamayu acababa de dejar este mundo. Picado por una víbora venenosa, en la selva amazónica, Wamán Kondorkanki, al extraer las yerbas con las que preparaba sus anilinas, se encontró de cara con la muerte.
El que ahora continuaba con la elaboración de los khipus era Ilo, su hijo, de apenas 16 años.
Kondorkanki, antes de morir, le había instruido acerca de la importancia de su último khipu. Y no solo eso, sabiendo que irremediablemente se acababan sus días, venciendo las fiebres, diseñó con él la estrategia que debía seguir para preservarlo. Todavía necesitaba de dos colores, para los nudos finales. Era el más importante y complejo de cuantos había amarrado. Los tejidos kallawayas, en cambio, eran más auténticos, aunque herméticos. También había pintores indígenas ——en los templos católicos— que mostraban la imagen de la Virgen María con el cuerpo del Cerro Rico de la
Villa Imperial de Potosí; los inquisidores, complacidos, los dejaban trabajar en paz.
Cierto día, los tejedores, alarmados, dejaron correr la voz con la noticia de que Kondorkanki los iba a exponer a todos. Se había propuesto revelar lo que ningún khipukamayu se animó a hacer. La voz de las montañas está en mis hilos, les había dicho. Nuestra sangre viene del tata Inti, al que ustedes ahora desconocen. Voy a anotar en mis khipus el secreto de los colores que usamos y su simbología. Algunos de los que le escuchaban se retiraron sin proferir ninguna palabra; otros, le dijeron que eso solo les pertenecía a ellos, nada más que a ellos, como legado de sus ancestros; entonces, Kondorkanki decidió callar, recordando que muchos khipukamayus fueron entregados a las autoridades coloniales por sus propios amigos y hermanos.
Tuvo miedo, especialmente al no saber nada de sus hermanos. A pesar del peligro que se cernía sobre su cabeza, se hallaba empeñado en continuar la labor de su padre; concentrándose en el último khipu. No olvidaba que le había recomendado que no hablara con nadie sobre su existencia; algo más, si bien para completarlo precisaba del rojo Sangre de Drago y del azul de Anqas colores que cada vez se le hacían más difíciles de conseguir——, podía suplirlos con otras anilinas; no sería lo mismo, pero añadiendo nuevos amarros, podría explicar su ausencia. Acudió a los ceramistas y tejedores con los que trabajaba su padre. Todo fue inútil.
El Inquisidor se preparaba para abandonar el pueblo de Paria, luego de colocar, en las esquinas de la plaza, un bando engañoso con el fin de atrapar al que consideraba el último khipukamayu. En dicho bando le ofrecía una buena suma de reales en oro. Solo debía revelarle la clave para la lectura de los khipus y entregarle los que todavía mantenía en su poder.
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Los primeros testigos enfrentados a los khipus, fueron nada menos que los primeros invasores que formaban parte de las huestes de Pizarro. Aunque los soldados conquistadores, los letrados y los misioneros españoles con frecuencia desconfiaban del intelecto nativo en otros campos, la familiaridad personal que adquirieron con expertos en khipus convenció a muchos. Polo puso a prueba la tradición de los khipus utilizándolo para husmear entre los focos políticamente peligrosos del culto real inca. Estos y algunos otros ya habían empezado a conocer los khipus mucho antes que los funcionarios españoles empezaran a influenciar la producción de khipus para registros de juicios y tributos.
Entonces, sus aseveraciones podrían tomarse como referencias a un legado tecnológico esencialmente prehispánico, y no a la tecnología de los khipus tal como fue reformulada a lo largo de la interfase colonial. 5La investigadora boliviana Carmen Beatriz Loza propone dividir en tres períodos la interacción colonial temprana entre los khipus y la escritura alfabética . Garcilaso Inca de la Vega escribió que en su juventud, que corresponde a esa época, los señores étnicos locales solían pedirle que les leyera los libros de cuentas como una manera de detectar cualquiera falsificación de los datos sobre los tributos que habían compilado en sus khipus . En 1554, los señores étnicos huancas, cuyas tierras se ubicaban al otro lado de la cordillera desde Huarochirí, adujeron a sus khipus para dar cuenta de los muchos bienes incautados por los ejércitos españoles durante las etapas tempranas de la conquista.
En la misma época se dice que grupos de descendencia real se servían de los khipus para explicar las conquistas de reyes incas que habían muerto mucho antes de 1532 . Durante los primeros años de la administración toledana, la política colonial fue más allá de simplemente recibir khipus. El régimen colonial empezó a regular su uso, e incluso a exigir que los curacas mantuvieran tipos específicos de khipus. 9El padre José de Acosta, jesuita llegado al Cusco en 1571, tuvo gran aprecio por los khipus, observando que las mujeres utilizaban «hilos» para registrar sus pecados cuando se iban a confesar y las personas mayores los utilizaban para detallar los puntos del catecismo.
Acosta expresamente comparaba los caracteres alfabéticos, que él entendía se referían a segmentos de sonidos subsignificativos, con los códigos de los khipus, que se referían a una clase que Acosta llamaba «significaciones de cosas» . 10Según Sempat Assadourian Huarochirí era una de las muchas provincias donde a fines de la década de 1570 los khipukamayuq todavía comprendían los khipus históricos. El autor anónimo de la «Relación de las costumbres antiguas de los naturales del Pirú» 1968 , que parece haber sido Blas Valera, en esa época le consultó al cacique principal de Huarochirí don Sebastián Ninavilca, como autoridad en khipus. Esta era la opinión de un cierto doctor Murillo de la Cerda, quien escribió un corto memorando con interesantes detalles acerca de la contabilidad colonial con khipus, tal como fue practicada después de las reformas del virrey Toledo.
No lo podemos saber, pero en todo caso la tecnología de los khipus evidentemente se insertó profundamente en el orden postoledano.
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El Inquisidor había logrado descubrir el lugar dónde se escondía el último khipukamayu. Le pagó lo prometido al chaski que le trajo la noticia y lo despachó, recomendándole que no dejara de informarle sobre los movimientos de ese rebelde. Suponía que estaría haciendo lo de siempre, a pesar de la prohibición que podría costarle la vida. Lo que indudablemente no sabía –ni el chaski—— era que el khipukamayu acababa de dejar este mundo. Picado por una víbora venenosa, en la selva amazónica, Wamán Kondorkanki, al extraer las yerbas con las que preparaba sus anilinas, se encontró de cara con la muerte.
El que ahora continuaba con la elaboración de los khipus era Ilo, su hijo, de apenas 16 años.
Kondorkanki, antes de morir, le había instruido acerca de la importancia de su último khipu. Y no solo eso, sabiendo que irremediablemente se acababan sus días, venciendo las fiebres, diseñó con él la estrategia que debía seguir para preservarlo. Todavía necesitaba de dos colores, para los nudos finales. Era el más importante y complejo de cuantos había amarrado. Los tejidos kallawayas, en cambio, eran más auténticos, aunque herméticos. También había pintores indígenas ——en los templos católicos— que mostraban la imagen de la Virgen María con el cuerpo del Cerro Rico de la
Villa Imperial de Potosí; los inquisidores, complacidos, los dejaban trabajar en paz.
Cierto día, los tejedores, alarmados, dejaron correr la voz con la noticia de que Kondorkanki los iba a exponer a todos. Se había propuesto revelar lo que ningún khipukamayu se animó a hacer. La voz de las montañas está en mis hilos, les había dicho. Nuestra sangre viene del tata Inti, al que ustedes ahora desconocen. Voy a anotar en mis khipus el secreto de los colores que usamos y su simbología. Algunos de los que le escuchaban se retiraron sin proferir ninguna palabra; otros, le dijeron que eso solo les pertenecía a ellos, nada más que a ellos, como legado de sus ancestros; entonces, Kondorkanki decidió callar, recordando que muchos khipukamayus fueron entregados a las autoridades coloniales por sus propios amigos y hermanos.
Tuvo miedo, especialmente al no saber nada de sus hermanos. A pesar del peligro que se cernía sobre su cabeza, se hallaba empeñado en continuar la labor de su padre; concentrándose en el último khipu. No olvidaba que le había recomendado que no hablara con nadie sobre su existencia; algo más, si bien para completarlo precisaba del rojo Sangre de Drago y del azul de Anqas colores que cada vez se le hacían más difíciles de conseguir——, podía suplirlos con otras anilinas; no sería lo mismo, pero añadiendo nuevos amarros, podría explicar su ausencia. Acudió a los ceramistas y tejedores con los que trabajaba su padre. Todo fue inútil.
El Inquisidor se preparaba para abandonar el pueblo de Paria, luego de colocar, en las esquinas de la plaza, un bando engañoso con el fin de atrapar al que consideraba el último khipukamayu. En dicho bando le ofrecía una buena suma de reales en oro. Solo debía revelarle la clave para la lectura de los khipus y entregarle los que todavía mantenía en su poder.