AntoMontoyaok
Viendo lo que estaba pasando, la población de color se sintió comprensiblemente aterrorizada, aunque solo algunos pensaron en defenderse. Uno de ellos fue, precisamente, el abuelo materno de Rosa, que, por las noches, dormía junto al fuego en su mecedora con el fusil cargado al alcance de la mano.—Yo no quiero líos —decía—, pero voy a defender mi casa. Si los hombres del Klan se meten aquí, no sé cuánto tiempo podré resis-tir, pero hay algo seguro: al primero que cruce el umbral le pegaré un tiro.Y la pequeña Rosa se sentaba en el suelo al lado del abuelo, sin cerrar los ojos para no dejarse sorprender por el sueño.