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Las tres viudas es una comedia en verso, del escritor peruano Manuel Ascencio Segura. Según los críticos, es una de las comedias de mayor acierto del autor, junto con Ña Catita. Fue escrita en 1841, pero no fue sino hasta 1862 que, en colaboración con Ricardo Palma, fue puesta en escena.
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Doña Martina no se queda tranquila e insiste en averiguar sobre doña Clarita. Esta precisamente vuelve a aparecer en la casa.
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Doña Martina le pregunta si conoce a don Melitón, recibiendo una respuesta negativa. Sale doña Clara y nuevamente entra don Pablo. Este trata de cosechar a río revuelto y afirma haber visto entrar al viejo Melitón donde vivía doña Clara, y que, según su parecer, ambos tramaban algo. Don Pablo propone a las dos, madre e hija, unir fuerzas para vencer las argucias del viejo.
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Acto tercero
Doña Martina y su criada Juana salen de casa. Aparece otra vez don Melitón, que encuentra sola a doña Micaela. Aprovecha don Melitón para enseñarle la carta que recibiera, que estaba firmada por una tal María Campana, quien le pedía que fuera a visitarle a su casa para contarle un secreto sobre el novio de Micaela
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Don Melitón dice haber ido a esa cita y que en ella se enteró que el tal don Pablo no era sino un farsante que se hallaba ya comprometido con otra, precisamente con la misma María, la remitente de la carta. Don Melitón le hace saber a Micaela que estaba dispuesta a protegerla como a un padre y ella le agradece efusivamente, mientras que él le aprieta la mano con emoción.
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De pronto entra don Pablo, quien se hace de aspavientos reprochando a doña Micaela el preferir a un viejo, traicionando a la vez a su madre.
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Don Melitón, furioso, le encara y le pone al descubierto su engaño. Pablo niega cínicamente la acusación y reta a don Melitón a batirse en duelo por el agravio que supuestamente recibía, pero entonces regresa doña Martina. Don Pablo le cuenta a ésta su versión de los hechos, y ya le creía doña Martina, cuando aparece doña Clara, quien confirma con documento en mano, que don Pablo se hacía llamar Pedro de Juanelo, y que estaba casado con una tal María Andica.
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Don Pablo es puesto así al descubierto y recibe los insultos de todos. Pero aún quedaban más revelaciones: doña Clara revela que la tal María Andica era nada menos que ella misma. La razón por la que ambos, don Pablo y doña Clara, habían cambiado de nombre al momento de casarse, era esta: doña Clara, que era viuda de un marino, quiso seguir cobrando su sustanciosa pensión de viudez (montepío)
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Sin embargo, después del matrimonio, don Pablo continuó llevando su vida licenciosa, creyendo que doña Clara no lo denunciaría por temor a perder su pensión. La desvergüenza de don Pablo había sido pues el motivo por lo que doña Clara decidió ponerlo al descubierto, enviando a don Melitón la carta antedicha
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Descubierto, don Pablo se da a la fuga, y Micaela, que tan enamorada estaba, se siente engañada y dispuesta a contraer matrimonio con don Melitón; sin embargo, éste le dice que está comprometido con la “carroza” (la tumba) y que a Micaela la adoptaría para que fuera su única heredera, exigiendo a cambio únicamente la atención de ella y de su madre.
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Se cierra el telón con la salida de don Melitón, acompañado de doña Clara, mientras las dos viudas (madre e hija) corren a abrazarse.