Santiago Nasar es un joven de 21 años, hijo del árabe Ibrahim Nasar y de Plácida Linero. Tras una noche de juerga que se había prolongado hasta pasadas las doce para festejar el matrimonio de Bayardo San Román y Ángela Vicario, Santiago Nasar fue al puerto a recibir al obispo, que luego pasó por el río sin detenerse, bendiciendo desde el barco a quienes habían ido a esperarle.
A las siete y cinco minutos de la mañana, los gemelos Pedro y Plácido Vicario, hermanos de la novia, ya le habían degollado como a un cerdo. Así termina el primer capítulo de la novela, que se compone de cinco, estando reservados los otros cuatro a contar los antecedentes de la boda de Ángela Vicario y a seguir paso a paso, aun con más detalle que en el primero, las andanzas de Santiago Nasar la mañana en que le mataron.
Ángela Vicario, a quien hasta entonces "No se le había conocido ningún novio... y había crecido junto con sus hermanas bajo el rigor de una madre de hierro", fue obligada por su padre y hermanos a casarse con Bayardo San Román, un hombre llegado a la ciudad el año anterior y al que ella apenas había visto. Bayardo era hijo de Petronio San Román, "héroe de las guerras civiles del siglo anterior, y una de las glorias mayores del régimen conservador por haber puesto en fuga al coronel Aureliano Buendía" (destacado personaje de Cien años de soledad).
Por la madrugada, apenas terminados los festejos de la boda, Bayardo devuelve a Ángela Vicario a la familia, porque al ir a consumar el matrimonio descubre que la novia no es virgen. Obligada por los suyos a confesar quién la ha deshonrado, Ángela da el nombre de Santiago Nasar, posiblemente porque "no pensó que sus hermanos se atreverían contra él".
La deshonra ha de vengarse con sangre, y los hermanos Vicario cogen de inmediato sus cuchillos de destripar cerdos y salen en busca de Santiago, con quien habían estado bebiendo hasta poco antes. Actúan así obligados por los códigos de honor, por los cuales les corresponde a ellos vengar la afrenta, pero no desean vengarse; acudiendo adonde saben que Santiago no estará y diciendo a todo el mundo que van a matarle, intentan propiciar la fuga de Santiago o su propia detención; en ambos casos habrían cumplido con su deber. "La realidad parecía ser que los hermanos Vicario no hicieron nada de lo que convenía para matar a Santiago de inmediato y sin espectáculo público, sino que hicieron mucho más de lo que era imaginable para que alguien les impidiera matarlo, y no lo consiguieron".
A decir verdad, "nunca hubo una muerte más anunciada". Lo fue incluso por medio de un papel introducido por debajo de la puerta en la casa de la víctima; un papel que nadie vio, o no quiso ver, hasta después de acaecidos los hechos. También hubo otras circunstancias que hicieron que esa muerte se produjera. Santiago, que siempre entraba y salía de su casa por la puerta trasera, lo hizo ese día por la principal, donde los hermanos Vicario, que sabían como todo el mundo que nunca la usaba, le estaban esperando para que todos les vieran. La puerta seguía todavía abierta cuando Santiago, avisado desde un balcón de que los Vicario se acercaban para matarle, buscó refugio en la casa; pero en el último momento, creyendo que ya había entrado, cerraron la puerta desde dentro, y los Vicario no tuvieron más remedio que hincar sus cuchillos en el asombrado Santiago.
A la víctima sólo le quedaron fuerzas para arrastrarse, con las tripas fuera, hasta la cocina de su casa y morir. Muchas cosas quedan sin aclarar; entre ellas, si es verdad que había sido Santiago quien deshonró a Ángela, cosa que ella siempre afirmó, aunque sin demasiada convicción.
Desde el momento en que Bayardo San Román la devolvió a los suyos, Ángela Vicario, que se había casado con él sin estar enamorada, sintió que "estaba en su vida para siempre". Mucho tiempo después vio a Bayardo San Román en un hotel de Riohacha y, sin poder resistirlo, le escribió una carta "en la cual le contaba que le había visto salir del hotel, y que le habría gustado que él la hubiera visto".
A pesar de que no obtiene respuesta, Ángela le sigue escribiendo, primero una carta al mes, y luego una por semana, durante media vida. Finalmente, Bayardo San Román regresó junto a ella: "Llevaba la maleta de la ropa para quedarse, y otra maleta igual con casi dos mil cartas que ella le había escrito... ordenadas por sus fechas, en paquetes cosidos con cintas de colores y todas sin abrir".
Santiago Nasar es un joven de 21 años, hijo del árabe Ibrahim Nasar y de Plácida Linero. Tras una noche de juerga que se había prolongado hasta pasadas las doce para festejar el matrimonio de Bayardo San Román y Ángela Vicario, Santiago Nasar fue al puerto a recibir al obispo, que luego pasó por el río sin detenerse, bendiciendo desde el barco a quienes habían ido a esperarle.
A las siete y cinco minutos de la mañana, los gemelos Pedro y Plácido Vicario, hermanos de la novia, ya le habían degollado como a un cerdo. Así termina el primer capítulo de la novela, que se compone de cinco, estando reservados los otros cuatro a contar los antecedentes de la boda de Ángela Vicario y a seguir paso a paso, aun con más detalle que en el primero, las andanzas de Santiago Nasar la mañana en que le mataron.
Ángela Vicario, a quien hasta entonces "No se le había conocido ningún novio... y había crecido junto con sus hermanas bajo el rigor de una madre de hierro", fue obligada por su padre y hermanos a casarse con Bayardo San Román, un hombre llegado a la ciudad el año anterior y al que ella apenas había visto. Bayardo era hijo de Petronio San Román, "héroe de las guerras civiles del siglo anterior, y una de las glorias mayores del régimen conservador por haber puesto en fuga al coronel Aureliano Buendía" (destacado personaje de Cien años de soledad).
Por la madrugada, apenas terminados los festejos de la boda, Bayardo devuelve a Ángela Vicario a la familia, porque al ir a consumar el matrimonio descubre que la novia no es virgen. Obligada por los suyos a confesar quién la ha deshonrado, Ángela da el nombre de Santiago Nasar, posiblemente porque "no pensó que sus hermanos se atreverían contra él".
La deshonra ha de vengarse con sangre, y los hermanos Vicario cogen de inmediato sus cuchillos de destripar cerdos y salen en busca de Santiago, con quien habían estado bebiendo hasta poco antes. Actúan así obligados por los códigos de honor, por los cuales les corresponde a ellos vengar la afrenta, pero no desean vengarse; acudiendo adonde saben que Santiago no estará y diciendo a todo el mundo que van a matarle, intentan propiciar la fuga de Santiago o su propia detención; en ambos casos habrían cumplido con su deber. "La realidad parecía ser que los hermanos Vicario no hicieron nada de lo que convenía para matar a Santiago de inmediato y sin espectáculo público, sino que hicieron mucho más de lo que era imaginable para que alguien les impidiera matarlo, y no lo consiguieron".
A decir verdad, "nunca hubo una muerte más anunciada". Lo fue incluso por medio de un papel introducido por debajo de la puerta en la casa de la víctima; un papel que nadie vio, o no quiso ver, hasta después de acaecidos los hechos. También hubo otras circunstancias que hicieron que esa muerte se produjera. Santiago, que siempre entraba y salía de su casa por la puerta trasera, lo hizo ese día por la principal, donde los hermanos Vicario, que sabían como todo el mundo que nunca la usaba, le estaban esperando para que todos les vieran. La puerta seguía todavía abierta cuando Santiago, avisado desde un balcón de que los Vicario se acercaban para matarle, buscó refugio en la casa; pero en el último momento, creyendo que ya había entrado, cerraron la puerta desde dentro, y los Vicario no tuvieron más remedio que hincar sus cuchillos en el asombrado Santiago.
A la víctima sólo le quedaron fuerzas para arrastrarse, con las tripas fuera, hasta la cocina de su casa y morir. Muchas cosas quedan sin aclarar; entre ellas, si es verdad que había sido Santiago quien deshonró a Ángela, cosa que ella siempre afirmó, aunque sin demasiada convicción.
Desde el momento en que Bayardo San Román la devolvió a los suyos, Ángela Vicario, que se había casado con él sin estar enamorada, sintió que "estaba en su vida para siempre". Mucho tiempo después vio a Bayardo San Román en un hotel de Riohacha y, sin poder resistirlo, le escribió una carta "en la cual le contaba que le había visto salir del hotel, y que le habría gustado que él la hubiera visto".
A pesar de que no obtiene respuesta, Ángela le sigue escribiendo, primero una carta al mes, y luego una por semana, durante media vida. Finalmente, Bayardo San Román regresó junto a ella: "Llevaba la maleta de la ropa para quedarse, y otra maleta igual con casi dos mil cartas que ella le había escrito... ordenadas por sus fechas, en paquetes cosidos con cintas de colores y todas sin abrir".