El autor de la carta, por economizar y por cariño a un par de zapatos, contrató a un zapatero para que le reacondicionase o reparase los mismos, siendo el resultado un calamitoso fracaso. Superando su enfado inicial al ver que los zapatos no sólo le lastimaban, sino que ni siquiera podía calzárselos, pues no le entraban los pies (“ Y aquí estoy, con los pies doloridos, dirigiendo a usted una carta, en lugar de transferirle las palabras violentas que suscitan mis esfuerzos infructuosos”), le dirige a su zapatero, en esta epístola, una crítica constructiva.
No critica tanto el resultado de la operación a la que se vio sometido su calzado favorito, una segunda piel para sus pies, como la falta de motivación y escaso respeto por su oficio que demuestra el remendón.
Lejos de dejarse llevar por el resentimiento y caer en los insultos, el afectado ofrece una segunda oportunidad al zapatero (“si usted, en vez de irritarse, siente que algo nace en su corazón y llega como un reproche hasta sus manos, venga a mi casa y recoja mis zapatos, intente en ellos una segunda operación, y todas las cosas quedarán en su sitio”). Apela para ello a sus sentimientos, al amor por el trabajo que seguramente sintió en algún momento de su pasado. De esta forma, en lugar de reclamarle la devolución del importe que le cobró por el “arreglo”, vuelve a poner a disposición del artesano sus zapatos para que de una vez por todas los componga como exige el ejercicio de la honrosa profesión que desempeña.
Ante una crítica constructiva, el destinatario de la carta tiene tres salidas: ignorar las palabras que el cliente le dirige, sentirse ofendido, enfadarse y guardar rencor, o volver a intentarlo. No sabemos qué efecto habrán surtido estas frases en el zapatero pero lo que si sabemos es que su cliente no satisfecho le ha dejado abierta la puerta de la redención.
El autor de la carta, por economizar y por cariño a un par de zapatos, contrató a un zapatero para que le reacondicionase o reparase los mismos, siendo el resultado un calamitoso fracaso. Superando su enfado inicial al ver que los zapatos no sólo le lastimaban, sino que ni siquiera podía calzárselos, pues no le entraban los pies (“ Y aquí estoy, con los pies doloridos, dirigiendo a usted una carta, en lugar de transferirle las palabras violentas que suscitan mis esfuerzos infructuosos”), le dirige a su zapatero, en esta epístola, una crítica constructiva.
No critica tanto el resultado de la operación a la que se vio sometido su calzado favorito, una segunda piel para sus pies, como la falta de motivación y escaso respeto por su oficio que demuestra el remendón.
Lejos de dejarse llevar por el resentimiento y caer en los insultos, el afectado ofrece una segunda oportunidad al zapatero (“si usted, en vez de irritarse, siente que algo nace en su corazón y llega como un reproche hasta sus manos, venga a mi casa y recoja mis zapatos, intente en ellos una segunda operación, y todas las cosas quedarán en su sitio”). Apela para ello a sus sentimientos, al amor por el trabajo que seguramente sintió en algún momento de su pasado. De esta forma, en lugar de reclamarle la devolución del importe que le cobró por el “arreglo”, vuelve a poner a disposición del artesano sus zapatos para que de una vez por todas los componga como exige el ejercicio de la honrosa profesión que desempeña.
Ante una crítica constructiva, el destinatario de la carta tiene tres salidas: ignorar las palabras que el cliente le dirige, sentirse ofendido, enfadarse y guardar rencor, o volver a intentarlo. No sabemos qué efecto habrán surtido estas frases en el zapatero pero lo que si sabemos es que su cliente no satisfecho le ha dejado abierta la puerta de la redención.
Respuesta:
El autor de la carta, por economizar y por cariño a un par de zapatos, contrató a un zapatero para que le reacondicionase o reparase los mismos, siendo el resultado un calamitoso fracaso. Superando su enfado inicial al ver que los zapatos no sólo le lastimaban, sino que ni siquiera podía calzárselos, pues no le entraban los pies (“ Y aquí estoy, con los pies doloridos, dirigiendo a usted una carta, en lugar de transferirle las palabras violentas que suscitan mis esfuerzos infructuosos”), le dirige a su zapatero, en esta epístola, una crítica constructiva.
No critica tanto el resultado de la operación a la que se vio sometido su calzado favorito, una segunda piel para sus pies, como la falta de motivación y escaso respeto por su oficio que demuestra el remendón.
Lejos de dejarse llevar por el resentimiento y caer en los insultos, el afectado ofrece una segunda oportunidad al zapatero (“si usted, en vez de irritarse, siente que algo nace en su corazón y llega como un reproche hasta sus manos, venga a mi casa y recoja mis zapatos, intente en ellos una segunda operación, y todas las cosas quedarán en su sitio”). Apela para ello a sus sentimientos, al amor por el trabajo que seguramente sintió en algún momento de su pasado. De esta forma, en lugar de reclamarle la devolución del importe que le cobró por el “arreglo”, vuelve a poner a disposición del artesano sus zapatos para que de una vez por todas los componga como exige el ejercicio de la honrosa profesión que desempeña.
Ante una crítica constructiva, el destinatario de la carta tiene tres salidas: ignorar las palabras que el cliente le dirige, sentirse ofendido, enfadarse y guardar rencor, o volver a intentarlo. No sabemos qué efecto habrán surtido estas frases en el zapatero pero lo que si sabemos es que su cliente no satisfecho le ha dejado abierta la puerta de la redención.
Respuesta:
El autor de la carta, por economizar y por cariño a un par de zapatos, contrató a un zapatero para que le reacondicionase o reparase los mismos, siendo el resultado un calamitoso fracaso. Superando su enfado inicial al ver que los zapatos no sólo le lastimaban, sino que ni siquiera podía calzárselos, pues no le entraban los pies (“ Y aquí estoy, con los pies doloridos, dirigiendo a usted una carta, en lugar de transferirle las palabras violentas que suscitan mis esfuerzos infructuosos”), le dirige a su zapatero, en esta epístola, una crítica constructiva.
No critica tanto el resultado de la operación a la que se vio sometido su calzado favorito, una segunda piel para sus pies, como la falta de motivación y escaso respeto por su oficio que demuestra el remendón.
Lejos de dejarse llevar por el resentimiento y caer en los insultos, el afectado ofrece una segunda oportunidad al zapatero (“si usted, en vez de irritarse, siente que algo nace en su corazón y llega como un reproche hasta sus manos, venga a mi casa y recoja mis zapatos, intente en ellos una segunda operación, y todas las cosas quedarán en su sitio”). Apela para ello a sus sentimientos, al amor por el trabajo que seguramente sintió en algún momento de su pasado. De esta forma, en lugar de reclamarle la devolución del importe que le cobró por el “arreglo”, vuelve a poner a disposición del artesano sus zapatos para que de una vez por todas los componga como exige el ejercicio de la honrosa profesión que desempeña.
Ante una crítica constructiva, el destinatario de la carta tiene tres salidas: ignorar las palabras que el cliente le dirige, sentirse ofendido, enfadarse y guardar rencor, o volver a intentarlo. No sabemos qué efecto habrán surtido estas frases en el zapatero pero lo que si sabemos es que su cliente no satisfecho le ha dejado abierta la puerta de la redención.