ELISA DELMAR no sólo era una de las más bellas flores del jardín que riega el torrentoso río Barranca, sino que su angelical bondad y su constante predisposición al sacrificio y a la renuncia del goce propio en cambio del ajeno, hacían de ella una hermana de caridad en la población de Esparta, donde nació y pasó la mayor parte de su vida.
No podía ser de otro modo la que debió el ser al gallardo centroamericano, al héroe sin miedo y sin reproches, en una palabra, al General don José María Cañas.
En efecto: tanto la naturaleza como la educación se propusieron a porfía hacer de Cañas uno de los más simpáticos y hermosos tipos de la belleza humana; pues así en lo físico como en lo moral, el general Cañas fue un modelo de perfección en su género.
Difícil sería imaginar una figura tan bien delineada y tan brillantemente dotada por la naturaleza, como lo fue la del general Cañas.
De alta y esbelta estatura, de azules y grandes ojos velados por espesas pestañas, con una nariz aguileña y una boca de donde jamás salió una sola frase ofensiva para nadie, Cañas practicó todas las virtudes, menos una: la fidelidad conyugal.
Esa sujeción le fue imposible, porque el fogoso guerrero, discípulo de Morazán, amaba a todas las mujeres. A las rubias porque eran dulces y suaves, a las morenas porque eran emprendedoras y activas, a las flacas porque no eran obesas, y a las gordas por sus redondas y esculturales formas. Cañas pasó su vida amando y siendo ardientemente correspondido.
Más de treinta retoños sembrados en los cinco estados Centroamericanos, debieron la existencia al bizarro soldado que no conoció el miedo, y a quien sólo se pudo hacer el ligero reproche de inconstancia en el amor.
Elisa Delmar fue el fruto de una de esas momentáneas constancias en su inconstancia habitual.
Berta Delmar, chiricana despierta y graciosa, vino a Costa Rica por asuntos de familia y no volvió a su país porque se encontró con Cañas en unas fiestas de Esparta y cuando debía volver, el nacimiento de Elisa se lo impidió en parte, y en mucho motivó su larga residencia entre nosotros, la esperanza de ver de vez en cuando al padre de su Elisita. (ö)
(ö) Es muy difícil determinar hoy si los personajes de este relato existieron realmente o no. Varios de los personajes de las que el autor llama novelas históricas se citan también en las páginas de historia nacional que aparecen en esta misma edición. Todo parece indicar, pues, que el autor tomó nombres de personas existentes y conocidas en la época en que él actuó (alrededor de 1860) y más adelante se sirvió de sus nombres ligándolos a tramas de fantasía que le permitieran conservar cierta verosimilitud.
Lo raro en esa vida de continuas aventuras de amor es, que pocos hombres fueron más cariñosos, más amables y complacientes con su esposa legítima, que lo fue Cañas. Jamás salió de sus labios una palabra dura para su Lupita, la madre de sus legítimos hijos. Lupita era adorada por su esposo y éste se excusaba y defendía con tal gracia en sus continuas infidelidades, que no era posible guardarle rencor; pues siempre logró dejar en el ánimo de su Lupita la duda de la existencia de los hechos imputados al marido intachable en lo demás.
La campaña nacional contra Walker duró más de año y medio y todo ese tiempo estuvo Cañas ausente de su hogar.
Todos los generales, oficiales y soldados que hicieron la campaña se alternaban yendo y viniendo a Nicaragua. Cuando el cólera morbus hizo oír al ejército el “sálvese el que pueda“, casi todos los expedicionarios volvieron a sus casas en la esperanza de librarse de la terrible peste. El único que permaneció firme en su puesto desde que comenzó la guerra hasta que concluyó, fue Cañas.
En efecto, a la cabeza de un puñado de liberianos sostuvo Cañas el honor nacional, oponiéndose solo, contra Walker y practicando prodigios de táctica y de valor. Uno de esos hechos de armas le valió el nombre de Jenofonte Centroamericano, dado por el mismo Walker a su incondicional enemigo.
Elisa, pues, no sólo amaba en Cañas al que le dio el ser, sino que su vanidad era dulcemente lisonjeada por ser hija, aunque natural, del célebre y simpático guerrero.
Elisa no olvidaba la primer caricia que Cañas le había hecho cuando la mamá la presentó a su padre.
La afección filial de Elisa monopolizaba casi su ánimo, pues primero Cañas y en seguida de éste Berta, su madre, eran casi los únicos afectos que descollaban en su corazón.
Contra esa fortaleza defendida por dos grandes atracciones, se estrellaron muchos y emprendedores Lovelaces. Uno sobre todo, pasó su juventud solicitando un adarme de amor siquiera, de la que ellos llamaban fría Elisa. Alberto Villalta, colombiano de buena familia que emigró a Costa Rica por asuntos políticos, fue el más sincero y emprendedor de los enamorados de la hija de Cañas.
Ella lo recibía con agrado y con placer, pero por más que hizo, no logró amar al jovenzuelo bien parecido y simpático, más que como a un amigo.
ELISA DELMAR no sólo era una de las más bellas flores del jardín que riega el torrentoso río Barranca, sino que su angelical bondad y su constante predisposición al sacrificio y a la renuncia del goce propio en cambio del ajeno, hacían de ella una hermana de caridad en la población de Esparta, donde nació y pasó la mayor parte de su vida.
No podía ser de otro modo la que debió el ser al gallardo centroamericano, al héroe sin miedo y sin reproches, en una palabra, al General don José María Cañas.
En efecto: tanto la naturaleza como la educación se propusieron a porfía hacer de Cañas uno de los más simpáticos y hermosos tipos de la belleza humana; pues así en lo físico como en lo moral, el general Cañas fue un modelo de perfección en su género.
Difícil sería imaginar una figura tan bien delineada y tan brillantemente dotada por la naturaleza, como lo fue la del general Cañas.
De alta y esbelta estatura, de azules y grandes ojos velados por espesas pestañas, con una nariz aguileña y una boca de donde jamás salió una sola frase ofensiva para nadie, Cañas practicó todas las virtudes, menos una: la fidelidad conyugal.
Esa sujeción le fue imposible, porque el fogoso guerrero, discípulo de Morazán, amaba a todas las mujeres. A las rubias porque eran dulces y suaves, a las morenas porque eran emprendedoras y activas, a las flacas porque no eran obesas, y a las gordas por sus redondas y esculturales formas. Cañas pasó su vida amando y siendo ardientemente correspondido.
Más de treinta retoños sembrados en los cinco estados Centroamericanos, debieron la existencia al bizarro soldado que no conoció el miedo, y a quien sólo se pudo hacer el ligero reproche de inconstancia en el amor.
Elisa Delmar fue el fruto de una de esas momentáneas constancias en su inconstancia habitual.
Berta Delmar, chiricana despierta y graciosa, vino a Costa Rica por asuntos de familia y no volvió a su país porque se encontró con Cañas en unas fiestas de Esparta y cuando debía volver, el nacimiento de Elisa se lo impidió en parte, y en mucho motivó su larga residencia entre nosotros, la esperanza de ver de vez en cuando al padre de su Elisita. (ö)
(ö) Es muy difícil determinar hoy si los personajes de este relato existieron realmente o no. Varios de los personajes de las que el autor llama novelas históricas se citan también en las páginas de historia nacional que aparecen en esta misma edición. Todo parece indicar, pues, que el autor tomó nombres de personas existentes y conocidas en la época en que él actuó (alrededor de 1860) y más adelante se sirvió de sus nombres ligándolos a tramas de fantasía que le permitieran conservar cierta verosimilitud.
Lo raro en esa vida de continuas aventuras de amor es, que pocos hombres fueron más cariñosos, más amables y complacientes con su esposa legítima, que lo fue Cañas. Jamás salió de sus labios una palabra dura para su Lupita, la madre de sus legítimos hijos. Lupita era adorada por su esposo y éste se excusaba y defendía con tal gracia en sus continuas infidelidades, que no era posible guardarle rencor; pues siempre logró dejar en el ánimo de su Lupita la duda de la existencia de los hechos imputados al marido intachable en lo demás.
La campaña nacional contra Walker duró más de año y medio y todo ese tiempo estuvo Cañas ausente de su hogar.
Todos los generales, oficiales y soldados que hicieron la campaña se alternaban yendo y viniendo a Nicaragua. Cuando el cólera morbus hizo oír al ejército el “sálvese el que pueda“, casi todos los expedicionarios volvieron a sus casas en la esperanza de librarse de la terrible peste. El único que permaneció firme en su puesto desde que comenzó la guerra hasta que concluyó, fue Cañas.
En efecto, a la cabeza de un puñado de liberianos sostuvo Cañas el honor nacional, oponiéndose solo, contra Walker y practicando prodigios de táctica y de valor. Uno de esos hechos de armas le valió el nombre de Jenofonte Centroamericano, dado por el mismo Walker a su incondicional enemigo.
Elisa, pues, no sólo amaba en Cañas al que le dio el ser, sino que su vanidad era dulcemente lisonjeada por ser hija, aunque natural, del célebre y simpático guerrero.
Elisa no olvidaba la primer caricia que Cañas le había hecho cuando la mamá la presentó a su padre.
La afección filial de Elisa monopolizaba casi su ánimo, pues primero Cañas y en seguida de éste Berta, su madre, eran casi los únicos afectos que descollaban en su corazón.
Contra esa fortaleza defendida por dos grandes atracciones, se estrellaron muchos y emprendedores Lovelaces. Uno sobre todo, pasó su juventud solicitando un adarme de amor siquiera, de la que ellos llamaban fría Elisa. Alberto Villalta, colombiano de buena familia que emigró a Costa Rica por asuntos políticos, fue el más sincero y emprendedor de los enamorados de la hija de Cañas.
Ella lo recibía con agrado y con placer, pero por más que hizo, no logró amar al jovenzuelo bien parecido y simpático, más que como a un amigo.